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Lidiando con la izquierda en el extranjero: cómo no ver la realidad

Acabo de tener una conversación de una hora con un amigo venezolano que ahora vive en Argentina. Lo llamaremos Daniel. Él está estudiando y apenas logra sobrevivir cada mes. Afortunadamente cuenta con la ayuda de amigos porque aún no tiene su permiso de trabajo. Como muchos venezolanos, dejó el país porque estaba hambriento; no quería depender del gobierno para vivir; quería mejorar su vida y la de su familia; no podía vivir temeroso por más tiempo. Ustedes saben la historia.

La otra noche cenó con un grupo de personas que su compañero de casa invitó. “Y todos eran de izquierda”. Al principio, me dijo, todos parecían simpáticos. Él hizo arepas y las cosas comenzaron bien, de manera amigable. Pero, como era de esperar, la conversación derivó a Venezuela. Entonces, cuando Daniel dio a conocer sus (anti-chavistas) puntos de vista, la discusión se tornó amarga. Su compañero de apartamento mencionó que él sabía que Daniel recibía dinero desde los Estados Unidos. Otros insinuaron que él era de alguna manera un privilegiado –a pesar de que claramente ellos eran los privilegiados pues tenían la ciudadanía argentina y, con ella, la oportunidad de trabajar y de gozar de otros beneficios.

Estos argentinos no son particularmente únicos y tampoco lo es su reacción ante Daniel. Como muchos otros, quienes comieron con Daniel esa noche viven entre la confirmación o negación de sus sesgos. Para ellos fue más importante proteger sus identidades como “socialistas/anti-imperialistas” que entender los hechos acerca de Venezuela que Daniel, con su experiencia de vida, podía ofrecerles. Y para proteger sus identidades se vieron forzados a encontrar maneras de “desconfirmar” la información, tal y como Maduro y sus subordinados lo hicieron cuando Michelle Bachelet publicó su reporte recientemente. Los lectores recordarán que cuando esta “hermana socialista” se atrevió a criticar al gobierno bolivariano, de inmediato se convirtió en un “agente del imperio y de la derecha”.

La noche de Daniel en la cueva del león fue arquetípica en el sentido de que se enfrentó a los dos argumentos más comunes que la izquierda usa para desestimar la histórica diáspora de venezolanos. El primero es que esos venezolanos son de alguna manera apátridas, no solo por no tener patria, como los más de tres millones de venezolanos que viven en el extranjero, sino porque no tienen lealtad hacia su país, son traidores y, aún peor, son “agentes del imperio”. Semejante calaña debería ser desestimada, ¿verdad?

Segundo, el argumento de “la clase”. Dado que en sus mentes “la lucha de clases es el motor de la historia” y que de alguna manera “la clase media no es una clase trabajadora”, todos esos que dejan el país han de ser “clase media” con intereses opuestos al gobierno de clase trabajadora del Presidente Maduro, chofer de autobús. Olvidan que el 90% de los venezolanos ahora viven en pobreza, o que Daniel, como muchos otros, está a sólo dos generaciones del campesinado o a una generación de la clase trabajadora, de la cual él aún tiene que emerger. O que esos que mandan en Venezuela son en gran parte de la clase media o alta.

Estas objeciones, u otras preguntas relevantes –como ¿cuál es la verdad sobre Venezuela?- no contaron para los visitantes izquierdistas esa noche porque ellos estaban más interesados en proteger sus identidades y las ideologías de donde ellas de derivan. Y olvidan a los millones de desafortunados que no han tenido los recursos para huir junto a sus familiares y amigos del régimen socialista de Maduro. Ellos no existen. Para los invitados de Daniel, la ideología se usa no para entender el mundo, sino para evitar que invada su limitado campo visual. Ellos usan la ideología como una cortina.

Por supuesto, la derecha es igualmente capaz de hacer esto, y derechistas e izquierdistas que operan de esta manera son, en el mundo real, muy parecidos. Se aferran a su ideología como si fuese un asunto de vida o muerte porque, con la concepción de ideología como axioma, uno nunca puede ver el mundo real sino sólo como una imagen opaca proyectada sobre él.

La alternativa a esta aproximación pudiese ser llamada “ideología como hipótesis”. De esta manera, los estudiantes argentinos hubiesen usado su visión acerca de Venezuela como una “teoría en desarrollo” y la hubiesen contrastado con preguntas a Daniel y a otros venezolanos en el exilio, en vez de solo dirigir acusaciones. Hubiesen puesto a prueba sus teorías y, en consecuencia, sus hipótesis ideológicas. Luego de haber realizado este proceso a través del tiempo y de haberse entrevistado con cierta cantidad de personas (de distintas clases sociales), ellos probablemente hubieran llegado a conclusiones muy diferentes a las que hoy sostienen. Y durante la investigación, por supuesto, ellos hubieran asumido la buena voluntad de sus “informantes” al menos hasta que sus declaraciones fueran probadas como falsas.

Esta es la posición que asumen los científicos y todos aquellos que persiguen entender la realidad. Pero no todos, ni siquiera la mayoría, están interesados en la verdad: demasiados están más interesados solo en confirmar sus sesgos.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Caracas Chronicles. Presentamos la traducción publicada por El Libero en  https://ellibero.cl/opinion/clifton-ross-lidiando-con-la-izquierda-en-el-extranjero-como-no-ver-la-realidad/, el miércoles 7 de agosto de 2019.