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Mujer: ¿Rol, clase, constructo?

A pocas semanas de que se vote en el Senado el proyecto de ley que reconoce a las mujeres el derecho a una vida libre de violencia, hay reflexiones pendientes.

En el mensaje del proyecto se mencionan los dos grandes objetivos del mismo: un aspecto estrictamente reglamentario, que busca mejorar las respuestas institucionales que hoy se ofrecen a las mujeres víctimas de violencia, y, en segundo lugar, “la generación de un cambio cultural cuyo horizonte es la igualdad entre hombre y mujeres, y el fin de las relaciones de subordinación que éstas padecen, que es la raíz de la violencia de género”.

El primer objetivo del proyecto de ley merece sin duda ser celebrado, pues se proponen medidas concretas y efectivas, a través de la modificación de diversos cuerpos legales, para enfrentar el problema de la violencia que cotidianamente padecen mujeres de carne y hueso. El segundo objetivo, sin embargo, es problemático: se intenta cambiar la cultura mediante una ley, en una dirección sobre cuya conveniencia no hay consenso y que puede terminar volviéndose en contra de esas mismas mujeres. En otras palabras, existe el riesgo de que la necesaria y urgente defensa de mujeres concretas, reales, termine cediendo frente a la defensa de “la mujer” como un concepto ideal y abstracto que constituiría, a priori, algo así como una clase oprimida a la que hay que emancipar de la clase opresora: “el hombre”. Esto último es falso y dañino. Y el proyecto completo, en especial los primeros cuatro artículos, están cargados de palabras y expresiones que van en esa línea (a veces sutil, a veces derechamente). Reflexionemos brevemente acerca de dos de estas expresiones.

El proyecto de ley hace referencia a “roles diferenciados asignados a hombres y mujeres”. Es un error pensar que se puede reducir todo este problema a un asunto de roles, como si se tratara de papeles en una obra de teatro que, además, habrían sido repartidos arbitrariamente por un dramaturgo invisible que haría las veces de “ingeniero social”. Más allá de la pregunta por los roles, falta la pregunta por los modos de ser: ¿tienen modos de ser distintos el hombre y la mujer? Si hombres y mujeres somos iguales en todo sentido (y no sólo en dignidad humana, lo cual no está ni debe ponerse en cuestión), si no existe el ser femenino, si no existen las mujeres como algo diferente de los hombres… ¿a quién defiende el feminismo? El feminismo se queda sin objeto y sin sujeto cuando el ser de la mujer se desdibuja y queda reducido a mero “rol asignado” (o a mero devenir histórico, o a mera autonomía, que son las otras dos posibilidades que se desprenden del proyecto).

Una segunda noción problemática es que no somos más que una “construcción social, cultural, histórica y económica”. Afirmar que todo es construcción no puede ser gratuito: quien lo afirma es quien debe probarlo, pues la intuición nos dice más bien lo contrario: que no existe una separación tajante entre lo que somos intrínsecamente y lo que hemos construido libremente; que es mentirosa la dialéctica entre naturaleza y cultura. Para la filosofía política clásica (a diferencia de lo que a veces pretenden sus caricaturas), no existen las naturalezas humanas “sueltas”, desancladas, sino siempre encarnadas en seres humanos concretos, viviendo en épocas y culturas concretas. Así, no hay naturaleza que no se exprese en alguna manifestación cultural, y no hay manifestación cultural sin algo anterior que manifestar.

Por la complejidad de los asuntos hasta aquí mencionados es que la discusión de un proyecto de ley como este, que contiene un lenguaje y una visión que no es neutral (ni podría serlo), debiese tratar los aspectos de fondo: filosóficos, antropológicos, históricos…. y no sólo los puramente técnicos, como ha sido la tónica de la deliberación parlamentaria hasta ahora.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero en https://ellibero.cl/opinion/javiera-corvalan-mujer-rol-clase-constructo/, el martes 9 de julio de 2019.