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Responsabilidad, respeto y autoridad

En los últimos días, el analista Roberto Méndez ha demostrado su preocupación por los resultados de la Encuesta Bicentenario UC, que dan cuenta de una nítida demanda de los chilenos por mayor autoridad. Según él, esta “suerte de autoritarismo” se opondría a la sociedad libre y que restringiría libertades tan básicas como la expresión o la manifestación.

El problema de fondo de Méndez, y tantos otros analistas, es que confunde autoritarismo con autoridad. No necesitamos una encuesta para darnos cuenta de la profunda pérdida de autoridad de nuestro país en los últimos 10 años y los riesgos que eso conlleva para nuestra frágil democracia. Es algo que vemos todos los días y que se hace evidente cuando uno conoce el Chile real y no se queda sólo en el imaginario virtual que se construye en los medios o en las redes sociales.

Se pierde la autoridad cuando hechos tan brutales como estudiantes golpeando a profesores o pacientes a funcionarios de un Cesfam pasan a formar parte de las imágenes normales que tenemos que ver día a día. Se pierde la autoridad cuando la violencia callejera en la Alameda o en La Araucanía son hechos que habría que legitimar como parte de una protesta “ciudadana”. Se pierde la autoridad cuando aceptamos que a un carabinero se le puede insultar agredir y pasar a llevar, sin consecuencia alguna, como un supuesto derecho a resistir que tendrían las personas.

Es esa pérdida de autoridad, la que es reflejo de una corriente de irresponsabilidad que hemos ido generando en la sociedad y que se refleja en tantos otros hechos y situaciones que derivan de la falta de deberes y un exceso de derechos. Es por esta pérdida de autoridad que 1 de 4 personas hoy no paga su pasaje en el Transantiago y otros tantos permanecen indiferentes a ese delito. También se refleja en la delincuencia, que tiene a millones de chilenos encerrados en sus casas, sin acceso a las plazas públicas y con un miedo permanente a ser asaltado o violentado por delincuentes que no temen a la autoridad ni se preocupan de las consecuencias de sus delitos. Es el mismo derrotero al que está transitando buena parte de nuestra juventud, que se abandona a vicios, drogas y descontrol, sin claridad sobre las jerarquías de sus hogares ni objetivos específicos en el desarrollo de sus vidas.

Los que conocemos el sacrificio que hacen muchas familias por sacar a sus hijos adelante; los que hemos escuchado en persona el relato de los trabajadores por cuidar y mantener con esfuerzo su empleo; los que hemos recorrido junto a estudiantes abnegados el duro trayecto en el transporte público; o vivido el miedo que sienten cientos de miles de personas frente a la droga y la delincuencia, no nos sorprendemos de ninguno de estos resultados. El Chile del sentido común, que le pertenece a la inmensa mayoría de ciudadanos honestos y esforzados, sí quiere más autoridad. No quieren que nadie les regale nada, sino que se les respeten sus logros y sus avances individuales; no buscan un atajo en la fila, sino que solo piden que nadie los adelante injustamente; quieren a sus hijos fuera de la droga y alejar lo más posible a los delincuentes de sus barrios. No son deseos muy complejos, sino que anhelos básicos de una sociedad que está cansada de la irresponsabilidad, de los irrespetuosos, de la falta de autoridad.

Querer un Chile con deberes y derechos no es una regresión autoritaria, sino que una profundización de la democracia. La libertad tiene que ir acompañada de responsabilidad al ejercerla y de respeto por la libertad de los otros miembros de la sociedad. Chile se ha desordenado y los chilenos lo saben, por eso quieren más orden y más autoridad, porque quieren que a su país le vaya bien y siga por la senda de desarrollo institucional, económico y social que tanto nos costó construir.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, www.ellibero.cl