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Las retroexcavadoras no construyen; destruyen

Las retroexcavadoras son máquinas que hunden sobre el terreno una pala con la que arrancan los materiales que encuentran a su paso, dejando un forado gigantesco. Las retroexcavadoras políticas hunden sus garras en el terreno social y económico, destruyendo lo que encuentran a su paso, dejando solo desolación y angustia.

Es muy fácil para algunos políticos, particularmente aquellos que tienen asegurado su cargo por largos ocho años, hablar y decir lo que se les venga en gana, no importando cuán irresponsable sea lo que expresan, ni menos importándoles las consecuencias que puedan generar sus intenciones, de hacerse efectivas.

Las retroexcavadoras políticas se han usado en múltiples ocasiones en nuestro continente. Partiendo por Chile, entre 1970 y 1973, el gobierno de Salvador Allende la aplicó intensamente, enterrando la pala en la agricultura, en la minería, en la industria, en la banca, en el comercio, en todas partes. El resultado de esas retroexcavadoras haciendo su trabajo en todos los cimientos que el socialismo tenía en sus planes destruir fue devastador para Chile, siendo el más grave la destrucción del tejido social, provocando una polarización que terminó con la amistad cívica, que dividió a Chile en bandos irreconciliables, donde dejamos de ser todos hermanos, llevándonos al borde de caer en una tragedia tan horrorosa como una guerra civil.

Peligrosas entonces son las retroexcavadoras cuando son usadas no para arrancar la tierra donde se asentarán los cimientos que permitirán construir puentes que unan, o avenidas que comuniquen a unos con otros, sino que para destruir los pilares de todo aquello que tanto costó armar; como si fuera un tsunami salido del mar que arrasa con todo a su paso. Eso ya lo vivimos y no necesitamos ni queremos pasar por ello nuevamente.

Pero no sólo en Chile se han aplicado retroexcavadoras. Basta conversar con nuestros queridos migrantes venezolanos para conocer cuán profundamente ha hundido la pala el régimen de Maduro, destruyendo la riqueza más grande de Venezuela: su pueblo, que huye por millones de la acción destructora del régimen. Esa misma retroexcavadora que nos propone Quintana es la que han aplicado primero Chávez y luego Maduro, destruyendo todo a su paso. Su economía es un mega desastre, la corrupción está desatada, el pueblo pasa hambre, muere por falta de medicinas; pero la retroexcavadora continúa día y noche echando abajo los cimientos donde ya casi nada queda en pie, salvo la escasa esperanza de quienes aún esperan el milagro de que la falta de combustible termine por detener la maquinaria destructiva del régimen.

En Argentina y en Brasil, las retroexcavadoras gozaron del favoritismo de sus gobernantes, porque quienes las manejaban les llevaban riqueza en sus palas, lo que les daba el derecho a seguir usándolas, sin darse cuenta que junto con esos corruptos gobernantes se encargaron de destruir la épica, la moral y la ética de sus respectivos países, generando crisis profundas en sus sociedades, de las cuáles aún no sabemos cómo se van a recuperar.

Pero para qué seguir con ejemplos foráneos. En el gobierno de la Nueva Mayoría, la retroexcavadora también nos pasó la cuenta, dejando secuelas muy negativas en la economía, la inversión, el empleo, la educación, la salud. Pero lo peor y más grave, en las personas más vulnerables y por cierto las más necesitadas, como se ha podido comprobar tristemente a través de la encuesta Casen recién publicada. Cuando se echan a andar las retroexcavadoras en los países, los daños que dejan a su paso son gigantescos, costando enormes esfuerzos lograr recuperarse de su destrucción y salir adelante. Es por eso que resulta tan irresponsable de parte de un político, de un Senador, volver a proponer su uso, tan solo para destruir.

Señor Quintana, destruir es muy fácil, basta con querer hacerlo  y no detenerse hasta lograrlo. Pero construir desde las cenizas, Senador, es tarea de generaciones, como ya tuvimos que hacerlo después que pasó por estas tierras el socialismo con empanadas y vino tinto. No otra vez. No les pida a las nuevas generaciones que se sacrifiquen para que usted se dé el gustito de ver si su experimento resulta esta vez, porque invariablemente, no va a resultar, como ha quedado demostrado desde 1917, año en que comenzó la utopía revolucionaria que ya sabemos cómo terminó en todo el mundo. Chile no se lo merece.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, www.ellibero.cl