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El argumento de Judas

Justo antes de que los evangelistas comiencen el relato de la Pasión está el pasaje del banquete en casa de Simón el leproso.

Por esos días Jesús se hospedaba en casa de Lázaro y sus hermanas, en Betania. El miércoles previo a la Pascua (o previo al jueves santo de la era cristiana) un hombre llamado Simón y que también era de Betania le ofrece un banquete, tal vez con motivo de haber sido sanado de lepra por Él. En un momento se acercó a Jesús una mujer y derramó sobre sus pies un perfume valioso y luego los secó con sus cabellos. San Juan dice que esta mujer era María, hermana de Lázaro, lo cual permite suponer que el gesto era una forma de agradecer a Jesús que hubiera resucitado a su hermano pocos días antes. Catalina Emmerich, en el relato de sus visiones (contenido en el libro “La amarga pasión de Cristo”), dice que esta mujer era María Magdalena, que vendría a ser entonces la misma hermana de Lázaro, lo que explica más aún su conducta: no sólo su hermano fue devuelto a la vida sino también ella, pues Jesús expulsó de su alma siete demonios (tal vez su inclinación a los siete pecados capitales).

La sorpresa de los presentes debe haber sido enorme, considerando que los maestros judíos no trataban a las mujeres. Pero el relato destaca la reacción de uno de los apóstoles: “¿Por qué este derroche? El perfume podría haberse vendido en mucho precio y darse a los pobres”. San Juan especifica que el comentario provino de Judas Iscariote, el mismo que al día siguiente traicionaría a Jesús.

La reacción de Judas parece, en primera instancia, comprensible. Los evangelistas detallan que el perfume tenía un valor de trescientos denarios; como un denario era el sueldo diario promedio de un jornalero o empleado, el valor del perfume equivalía a trescientos días de sueldo, es decir, diez meses. Si tomamos el salario mínimo mensual hoy en Chile ($264.000), y lo multiplicamos por diez, da $2.640.000. No pretendo establecer el valor exacto del perfume en nuestra moneda, sino dar una idea de cuán razonable les pudo parecer a los presentes el argumento de Judas.

Y, ¿era razonable el argumento de Judas? Hago esta pregunta porque hoy mucha gente lo usa. “La Iglesia tiene muchos bienes. Debiera venderlos y repartir el dinero entre los pobres”. He escuchado frases de este tipo muchas veces y suelo responder: “Es lo mismo que dijo Judas”. Que lo haya dicho Judas no significa per se que sea malo (como tampoco sería per se bueno si lo hubiera dicho Pedro). En mi opinión, el argumento parece razonable porque tiene lógica: si Cristo enseña que se debe ayudar a los pobres, entonces parece un derroche usar un perfume carísimo en un acto innecesario en vez de dar el dinero a aquellos. Sin embargo, a continuación Jesús refutó a Judas. ¿Por qué?

Una primera razón podría estar en una observación de san Juan: Judas no dijo esto por amor a los pobres sino porque estaba a cargo de las platas de la comunidad de los apóstoles y, como era ladrón, sacaba de ella. Se podría pensar que el argumento de Judas era correcto en sí mismo pero a la vez motivado por una mala intención y que por esto Jesús lo refutó. Sin embargo, Sus dichos indican otra cosa: “Déjala, lo tenía preparado para mi sepultura. Porque pobres los tendréis siempre con vosotros, pero a mí no”. Jesús conocía a Judas y el ánimo con que criticó a María Magdalena, pero no lo refutó por esta circunstancia sino porque el argumento es errado en sí mismo: es justo homenajearlo a Él y no es justo distraer los recursos (dinero, tiempo, esfuerzos, capacidades, habilidades, etc.) que usamos para demostrarle nuestro amor con el pretexto de darlo a los pobres. Esto porque Él vale más y es más digno de nuestro amor que los pobres; dicho de modo más amplio, vale más que los humanos: pobres o ricos, necesitados o autosuficientes, inteligentes o tontos, malos o buenos, familiares o extraños. Por eso enseñó que “quien dejare hermanos, padre o madre o hijos por amor a mí heredará la vida eterna”, y “el que no aborrece a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y aún a su propia vida, no puede ser mi discípulo”.

En consecuencia María Magdalena actuó bien (es más, actuó magníficamente). Ella sabía que Jesús moriría pronto porque Él mismo lo venía diciendo y, al parecer, había comprado el perfume para usarlo en las exequias fúnebres, pero era tanto su amor y su agradecimiento que no quiso esperar: prefirió usarlo para manifestar su amor al Señor en vida, pensando quizá que una vez muerto no podría Él apreciar el gesto. Se puede aplicar aquí una expresión que quince siglos más tarde saldrá de la boca de Tomás Moro: “¡Qué difícil es simular el amor que le tenemos a alguien!”.

La corrección que el Señor hizo a Judas molestó a éste al punto que fue la gota que rebalsó el vaso. Hasta ese momento había crecido en él un sentimiento de frustración y de escepticismo ante la misión de su Maestro; ahora decide abandonarlo. Salió de la casa de Simón y fue a acordar con los fariseos la manera de entregarlo.

La frase final de Jesús −“en dondequiera que se predique el Evangelio se hablará de lo que ella ha hecho”− puede ser entendida como una instrucción a los evangelistas para que relataran este pasaje con el fin de prevenir a los cristianos de todos los tiempos contra el argumento de Judas. Sabía Él que llegaría el tiempo en que algunos usarían el mismo argumento con el fin de disfrazar su negativa a seguirlo o de inducir a otros a traicionarlo. Porque reconocer la verdad en esta materia es, por decirlo de alguna manera, poco decoroso; resulta más presentable, ante sí mismo y ante los demás, disfrazar el alejamiento de Cristo aduciendo como pretexto los errores, reales o aparentes, de la Iglesia, y entonces el argumento de Judas viene como anillo al dedo. A quienes no quieren vivir el cristianismo porque prefieren seguir los signos de los tiempos, les sirve para disfrazar su cobardía; a quienes prefieren vivir como les dé la gana en vez de vivir la caridad con todos y luchar contra las propias miserias, les sirve para disfrazar su egoísmo; y a otros les sirve como apariencia “amable” para su odio y apego a la perversa ideología que pregona la lucha de clases.

Los pobres son objeto del amor de Jesús, es cierto, pero debemos estar prevenidos contra, al menos, tres errores. Uno, creer que la pobreza es un asunto sólo monetario, pues tanto o más pobre que quien carece de medios económicos es quien sufre soledad, enfermedad, incomprensión o cualquier situación de contradicción. Otro, más peligroso, es usar la lucha política por los pobres como bandera para cubrir una vida de apego a las pasiones como el odio, la sensualidad o la envidia. Y otro, más sutil, es usar la legítima preocupación por los pobres como pretexto para descuidar la lucha por las virtudes que nos convierte en un perfume grato a Dios.

El Padre no espera que dediquemos nuestra vida a los pobres, sino que luchemos contra el amor propio para amarlo a Él y, por amor a Él, a todos los hombres (incluidos los pobres).