¿Levantar el celibato sacerdotal?

P. Jorge Lestani | Sección: Religión

08-foto-1-autor1Desde hace algunas semanas, sobre todo a partir del reconocimiento de la paternidad de un hijo que hiciera el ex-Obispo y actual Presidente de la República del Paraguay, Fernando Lugo y de otros hechos parecidos, recrudeció una polémica que es bastante antigua en torno a la posibilidad (o no) del matrimonio de los sacerdotes, con los más variados argumentos. Conexo a ello aparece, como en todo debate apasionado, la mezcla muchas veces involuntaria de conceptos. ¿Es lo mismo virginidad, castidad, celibato? O las valoraciones más subjetivas y a veces con carga negativa: que es retrógrado permanecer célibe, que la Iglesia es cerrada a los tiempos que corren, que va en contra de la naturaleza, que patatín, que patatán…

No pretendo aquí expresar mi propia opinión al respecto del tema (que por supuesto la tengo y que la reservo para la intimidad y el cambio de opiniones con mis hermanos en el presbiterio), sino sobre todo aportar al pensamiento de los lectores algunos elementos que muchas veces no son tenidos en cuenta a la hora de realizar una correcta valoración del tema. Como es un tema extenso y que excede absolutamente un artículo, voy a procurar un orden selectivo de los temas que considero hoy más candentes a modo de sumario para que podamos juntos pensar mejor este tema.

Sobre el celibato en sí

08-foto-2-sobre-el-celiba¿El celibato podría no regir? Efectivamente. Es una ley positiva creada a fines del Siglo XI que desde entonces rige invariablemente para todos los católicos de rito romano que deciden abrazar la consagración voluntariamente. Si bien hay antecedentes de vida celibataria incluso antes de Cristo sobre todo en Oriente, hasta la fecha mencionada no hay una obligatoriedad. Esto quiere decir que perfectamente podría no estar o seguir estando como hasta ahora.

¿Virginidad, castidad y celibato son la misma cosa? Rotundamente no. Se puede no ser virgen y ser célibe: por ejemplo, quienes enviudaron y deciden consagrarse ya no son vírgenes, pero no por ello están excluidos de la opción celibataria. Por otra parte, la castidad no es sólo para los consagrados, sino también para los esposos que están invitados a un uso de la sexualidad que no mire tanto el placer físico o el acto sexual en sí cuanto la donación de sí mismo desde el respeto a la persona y a los tiempos propios de la pareja. Y luego, el celibato, implica la renuncia al amor exclusivo hacia una persona para, con un corazón indiviso, servir a una comunidad entera con una entrega total. En cualquier caso, algo muy distinto a una consagración para unos pocos, o una renuncia fruto de un aguante por encima de una donación integral de la persona.

¿Cuál es el para qué del celibato? Esto es lo que menos se entiende hoy por hoy, pero es lo más importante. San Pablo lo recomendaba para vivir una consagración más íntegra a Dios en el hacer pastoral (Cf. 1Cor. 7). Pero tampoco es una mera soltería. Como me dijo una abuela alguna vez, “el sacerdote no se casa con una mujer porque se casa con Dios”. Para quienes eligieron pareja, esto es lo más difícil de entender sin dudas. Sin embargo, quien vive esta realidad en carne propia y con alegría sabe que es fuente de plenitud y de un amor distinto pero igualmente fecundo que el que da la paternidad o la maternidad. Muy lejos de ser algo negativo, es presentado por la Iglesia como un valor positivo y enormemente fecundo, aunque no implique la prolongación física en una descendencia.

Sobre la posibilidad del levantamiento del celibato

08-foto-3-sobre-la-posibiNi bien aparece la mención del tema, encontramos dos reacciones. La primera entusiasta a favor del casamiento de los sacerdotes y la segunda, menos neutra en la evaluación, que propone situaciones de escándalo como las mencionadas al principio y aún desórdenes enfermizos (y reales por desgracia en muchos casos) como la pederastia, los escándalos sexuales producidos por sacerdotes, etc., para concluir que, de no existir el celibato, estas situaciones no estarían.

Esta última peca de una ingenuidad llamativa, porque es sabido que aún en el matrimonio estable las situaciones de bigamia, de abusos de todo tipo y aún de desórdenes morales o psíquicos existe y tiene las mismas consecuencias. No creo sinceramente que levantar el celibato sea la solución para estos temas. Más bien me temo que podría suceder lo contrario.

Quizás sea más valiosa la primera reacción, porque nos genera la búsqueda de un diálogo superador de la situación, e, incluso, nos puede invitar a revalorizar la importancia y la relevancia de la vida celibataria en la acción pastoral. En el actual statu quo ayuda a comprometerse a ver a la renuncia del célibe no como un mero “aguante” o un “no se puede”, sino dentro de un horizonte de valoración positiva de la opción: “elegí esto y me comprometo en un darme totalmente a los demás”.

Pero quizás el lector, aún con estos argumentos pueda aún seguir en duda sobre si la oportunidad de optar por el matrimonio no brinde una superación de la actual situación. Quien tome este camino deberá estar advertido de unos cuántos inconvenientes que conllevaría un levantamiento del celibato sin un diálogo y un pensamiento elaborado previamente ad intra de la Iglesia. Enumero aquí sólo algunos de ellos:

  • Las casas curales preparadas para solteros: La mayoría de las habitaciones de los sacerdotes son simplemente una pieza y, a lo más, una más habilitada como estudio o escritorio. Si se levantase el celibato, ¿adónde van a parar la mujer y los hijos? ¿A casa ajena? ¿Hacinados? ¿Sería digno vivir así aunque deje contentos a todos los que pugnan por ver a los sacerdotes diciendo el sí en el altar?
  • El sustento económico del sacerdote: Los sacerdotes en la situación actual no poseemos sueldo y, por tanto, tampoco recibo correspondiente y aclaro que nadie se queja por ello porque nuestra labor es de corazón y por vocación y no mirando los comprobantes de pago, etc. En la Arquidiócesis de Resistencia (cada Diócesis tiene su régimen propio) la asignación de los sacerdotes diocesanos acordada en comunión y aprobada por todos los sacerdotes es equivalente al sueldo mínimo vigente menos el 20%, o sea, a valores actuales de mayo de 2009, $800 pesos de bolsillo. Alguno tiene la suerte de dar clases, algún otro posee una capellanía, pero son los menos. El no tener recibo de sueldo nos impide tomar crédito o hacer compras en cuotas de ninguna clase debiendo recurrir a nuestros familiares para ello. ¿Cómo bancar una familia así? Si uno recurriera a los diezmos como los evangélicos ¿cuántos se irían sistemáticamente de la Iglesia Católica a la manera de los alemanes del este en 1991 que hacían cuadras de cola para borrarse de los registros públicos? Aclaro además para los más suspicaces que no recibimos dinero del Estado más que para la asignación del Obispo, una pensión de alrededor de $80 para los seminaristas y para las llamadas parroquias de frontera que reciben $470 a valores actuales por mes todo ello del Estado Nacional, haciendo honor al artículo 2 de la Constitución Nacional.
  • 08-foto-4-parroquias-pudiParroquias pudientes vs. Parroquias pobres: Lo dicho anteriormente tiene un atenuante o un agravante de acuerdo cómo se mire. Es cierto que algunas Parroquias, sobre todo las de los centros urbanos más importantes tienen capacidad de colaborar de sus entradas (colectas, contribuciones, etc.) para el sostenimiento del sacerdote y su familia en el caso del levantamiento de la ley de celibato (atenuante), pero muchísimas otras, en particular las de las zonas rurales, que hoy se ven en figurillas para el sustento de su sacerdote, no podrían ni queriendo afrontar el cargo de una familia entera (agravante). Así, lejos de tener una situación igualitaria podríamos tener Parroquias capaces de abrazar la nueva situación y otras que no, con desigualdad de oportunidades por tanto. No sería ni justo ni evangélico.
  • Finalmente, el tema de la previsión social. El clero cuenta con una obra social y un fondo de jubilación propios que da (increíblemente en nuestro país!) superávit porque los sacerdotes argentinos lo hemos asumido desde hace décadas como una obligación moral a pesar de que las cuotas son altas ($400 aproximadamente en total) y porque es administrado con la máxima transparencia. La Obra Social San Pedro es la única que tiene 100% de seguridad de prestación y que paga con la máxima puntualidad los honorarios médicos. Sin embargo, no sería sostenible si a la situación actual le agregamos esposa e hijos. O las cuotas se elevarían a niveles impensables o, lisa y llanamente, quebraría la caja con perjuicio para todos.

Pero, enumerados estos factores que son operativos y, por ello mismo, sujetos de modificación y de una solución eficaz con un poco de ingenio y mucho sudor, quedan otros, más humanos, que sí presentan mucho mayor dificultad a la hora de activar un cambio en el statu quo del celibato de los sacerdotes. Los resumo en tres puntos:

  • 08-foto-5-dedicacion-delDedicación del sacerdote a su familia y a la pastoral: Hoy día la escasez de los sacerdotes no es ninguna noticia nueva. El mismo Cristo asume la pobreza de medios humanos con la que toda la vida contó la Iglesia y nos llama a “rogar al dueño de los sembrados que envíe operarios para la cosecha”. Ahora bien, la complejidad que tiene hoy la realidad, tanto en cantidad de lugares que atender como en calidad de ambientes a evangelizar hace que la dedicación del sacerdote deba ser necesariamente exclusiva y aún especializada siguiendo los carismas de cada uno en los distintos temas que hoy la realidad y la sociedad plantean. Teniendo en cuenta esto imaginemos por un momento al sacerdote con su familia en la parroquia. Si la jornada arranca a las 6 de la mañana y culmina muchas veces pasadas las 22 o 23 de modo habitual, ¿cómo vivir responsablemente el rol de padre en casa si uno prácticamente no va a estar presente? ¿Qué pasaría con el acompañamiento a los hijos? ¿Y si hubiera enfermedad en alguno del núcleo familiar? O, si por el contrario se diera una atención pastoral de medio tiempo o “part time”, a la manera de los Diáconos Permanente en la actualidad, para que al sacerdote le quede tiempo libre para atender su familia, ¿qué hacer con las comunidades que quedarían absolutamente colgadas por la falta de atención? Como se ve, aquél corazón dividido del que nos advierte San Pablo en 1 Cor. 7 tiene también un costado práctico que no tiene una resolución fácil sin enormes consecuencias o para la hipotética familia del cura casado o para la comunidad toda.
  • La mentalidad parroquial y la “señora del cura”: Otro tema grave a considerar ante la supresión del celibato es la recepción que la “señora del cura” tendría en nuestras comunidades. ¿Suena raro no? Imagine el lector las enormes dificultades y hasta celos mutuos que podría haber. ¿Cómo sería la reacción de la señora del cura cuando al cura le toque confesar mujeres? ¿Aceptaría la comunidad sin oposición a la señora del cura en actividades pastorales? ¿Cuál sería el rol de la esposa en una parroquia? ¿Sólo lavar platos y permanecer anónima? ¿Protagónica? ¿A la par del marido? ¿Se imaginan los comentarios y comidillas al aparecer la noticia “anda de novio el cura”? ¿O los análisis a partir de esta hipotética situación? Menciono estas preguntas sólo para marcar algunos de las decenas de interrogantes como éstos que se abrirían inmediatamente entre los fieles no sólo de nuestras parroquias sino de cualquier parroquia de este bendito mundo.
  • La posible separación y/o divorcio civil de los sacerdotes: Finalmente, las estadísticas de quienes ejercen el ministerio pastoral como casados en las Iglesias protestantes nos muestran que la realidad del divorcio o de la separación de los cónyuges existe, y no es muy inferior a la media normal de las parejas no practicantes. Teniendo en cuenta el sonado caso del Pastor Giménez y su señora de décadas atrás, ¿cómo repercutiría en la opinión pública y en los medios de comunicación la primera separación de un cura católico? ¿Qué daño sufriría la Iglesia entera a partir de una situación así?

08-foto-0-portada2Lo que sí está más que claro es qué es una falacia el hecho de que levantar el celibato generaría una catarata de nuevas vocaciones. La experiencia de los años 60-70 muestra que, cuando se operó la apertura a la que invitara el Concilio Vaticano II ésta generó tal repercusión que se perdió uno de cada cuatro sacerdotes a nivel mundial. Si hoy pasara eso o algo parecido sería una verdadera tragedia para la Iglesia. No parece solucionar mucho, pues, y, como está visto crearía un rosario de nuevos problemas con más misterios dolorosos que gozosos a mi humilde entender.