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La alianza de papel

Nos tienen aturdidos últimamente con las vicisitudes internacionales de José Luis Rodríguez Zapatero. Nuestro Presidente se recrea en su calendario internacional. Después de un larguísimo viaje a Chile, para saludar al Vicepresidente Biden, seguirá el rastro de Obama por media Europa, de cumbre en cumbre. ¿En qué se distinguen entre sí tales convocatorias? Uno tiene la impresión de que se trata de los mismos perros con los mismos collares, que se pasan unos a otros el mismo hueso duro de roer: la crisis económica que se nos está atragantando…

Zapatero no demuestra apenas interés por la crisis, de la que reconoce que no entiende casi nada. La niña de sus ojos es la Alianza de las civilizaciones. Al parecer, su génesis se debe a una súbita iluminación, que se le presentó en forma de fulgor internacionalista, cuando se encontraba en una determinada sala de la Moncloa, según reveló a una revista especializada en moda. Y con la Asamblea de la Alianza termina, en Estambul, la semana de las maravillas. Lástima que el gran espectáculo vaya a quedar deslucido por la ausencia de Obama, que dejará solos a los dos Presidentes más fieles a la Alianza: Erdogan y Zapatero.

La presencia de Obama en la cumbre de Turquía habría supuesto quizás la absolución de la formidable metedura de pata que la ministra Chacón cometió -impulsada por Zapatero- al anunciar la retirada unilateral de las tropas españolas destacadas en Kosovo. Pero Obama ya estaba al tanto de la vaciedad que caracteriza al discurso sobre la convergencia de civilizaciones que se traen entre manos algunas figuras, más bien marginales, del panorama mundial, entre las que destacan también Federico Mayor Zaragoza y Kofi Anan.

En los primeros años de su andadura, la Alianza de las civilizaciones no ha producido ningún resultado tangible. Sólo papeles y más papeles; así como discursos, fotografías y artículos laudatorios de periodistas afines. Voluntarismo se llama esa figura. La Alianza en cuestión se ocupa de todo tipo de cuestiones mundiales, con esta única condición: que no se traduzcan en algo operativo ni en nada comprometan a sus promotores. El más grave choque reciente entre modos de concebir la sociedad ha sido el cruel ataque a Gaza por parte de Israel, como (desproporcionada) respuesta a las provocaciones terroristas de los palestinos radicales. Que se sepa, la Alianza no ha movido un dedo para detener el enfrentamiento ni señalar responsabilidades. La política internacional de este período postsoviético se caracteriza, en general, por su ineficacia y falta de concreción. Sobre todo, los problemas más acuciantes, los que afectan a las relaciones entre países ricos y pobres, son objeto de declaraciones retóricas, pero apenas se da un paso para avanzar en su solución. Me pregunto qué ha hecho la Alianza de las civilizaciones respecto al hambre en el mundo, y a las cada vez más profundas desigualdades entre los satisfechos y los miserables.

La gran cuestión de las oleadas de emigrantes en busca de trabajo y mejores condiciones de vida ha sido objeto de manipulación, pero no precisamente de esfuerzos de humanización y protección de algunas de las personas hoy más desamparadas. El tratamiento que este tema ha obtenido por parte del propio Gobierno de Zapatero ha sido claramente demagógico. Se abrieron fronteras y se difundió un efecto llamada que convirtió a España en la meta preferida de latinoamericanos y africanos occidentales. Convenía a la economía española tener mano de obra barata para inflar más aún la burbuja inmobiliaria, y añadir su consumo al de los españoles para ofrecer mejores cifras de crecimiento del PIB. Terminada la buena racha económica, los emigrantes molestan y son perseguidos -a tanto la pieza- por las calles de las principales ciudades. Nunca se tiene en cuenta que la emigración es un derecho humano fundamental, porque la tierra es patrimonio de todos los seres humanos.

¿Qué ideología late tras la Alianza de las civilizaciones? Tentados estaríamos de decir que ninguna. Es la corrección política en una de sus versiones más puras. Pero, sin necesidad de recurrir a teorías de la conspiración, lo cierto es que todo este tinglado hecho de papel atufa a laicismo relativista. No se tiene en cuenta el factor clave de una cultura y de la relación entre culturas: la religión. Se considera más bien que las convicciones trascendentes dividen y enfrentan. Pero no es así. Lo que más separa a las civilizaciones es el afán de poder y los intereses egoístas, exacerbados por el secularismo a ras de tierra. Donde hoy más duele, en la tensión entre los países islámicos y Occidente, el gran reproche de los musulmanes a los occidentales es su frialdad religiosa, su pragmatismo y su ceguera para ver y valorar lo humano del hombre. Razón no les falta, aunque las explosiones de violencia no se justifican por este motivo. Ni por ningún otro.