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Otra repasada a «la brecha»

Año tras año se viven en Chile dos «ritos» educativos: el del SIMCE y el de la PSU. En el primero se comprueba y se llora el estancamiento y estado catastrófico de la enseñanza básica y media de los niños y muchachos —aproximadamente el 90% del total— que la reciben de manera gratuita. En la PSU se comprueba y llora que estos mismos jóvenes, egresados de 4º medio, tengan un acceso más y más difícil y minoritario a la educación superior (especialmente a las universidades y carreras de mayor prestigio), convertida en coto exclusivo de los ex alumnos de los colegios pagados.

Cada uno de estos «ritos» (SIMCE y PSU) dura aproximadamente dos semanas, y ambos se caracterizan por sendas explosiones mediáticas… decenas de crónicas, artículos y «cartas del lector», toneladas de cifras, sesudos (o no tan sesudos) análisis de expertos educacionales, defensas del Gobierno, críticas de la oposición, etc.

Después… silencio y olvido, hasta el próximo año. ¿Quién se acuerda del SIMCE 2008? ¿Quién se acordará, en pocas semanas, de la PSU cuya quincena ritual de 2008 estamos viviendo?

Durante ella, el presente año se ha hecho particular hincapié en un argumento antiguo, venerable podríamos decir, para explicar la «brecha» entre alumnos gratuitos y alumnos pagados: sus respectivas y diferentísimas condiciones socioeconómicas. Allí estaría la clave del desastre que sufren los primeros en la PSU, y que favorece a los segundos.

La «brecha», dice un ex rector de la Universidad de Chile (El Mercurio, 27 de diciembre) “se asocia a un problema socioeconómico mucho más complejo, como lo revela la relación puntajes por grupos de ingresos”.

Y el más connotado educacionista teórico de la Concertación sostiene que no hay «brecha de resultados» sino un «resultado de brechas». La brecha es, ante todo, de “causas subterráneas”. A saber, proviene de diferencias “de clases sociales, de poder económico y social, de origen y trayectorias, de posesión o no de privilegios, de partida y oportunidades, de posición social y status familiar, de gasto e inversiones educacionales” (El Mercurio, 28 de diciembre). El mismo día, el mismo diario, dice que “todos (los consultados) coinciden” en una conclusión parecida.

Todo lo anterior, objetivamente (y dejando a salvo, como siempre, la sinceridad y buena fe de quienes opinan), es: A) una perogrullada; B) un cuento chino, y C) una «droga de la conciencia» para que durmamos tranquilos los privilegiados, y particularmente las autoridades educativas, los gobernantes, los parlamentarios y los jefes políticos. ¡Que a ninguno la educación de los pobres, en ruinas, nos quite el sueño!

A) Una perogrullada

Es obvio que los padres de mayores recursos pueden dar a sus hijos una mejor educación, y que esto se refleja en las pruebas periódicas, como la PSU o el SIMCE.

Ello, sin embargo, mata la «igualdad de oportunidades»… la raíz y la condición insoslayable de una democracia que quiera funcionar no sólo formalmente —algo previo, y de por sí muy valioso— sino también, y es lo principal, como forma de vida.

Si, el caso de Chile, el esfuerzo particular no genera esta «igualdad de oportunidades» en educación, corresponde hacerlo al Estado, cumpliendo su rol subsidiario. Y de hecho lo hace con el 90% de nuestros educandos, a través de la subvención que paga con ese objeto a los establecimientos gratuitos de enseñanza, sean municipales, sean privados.

Lo malo está en que el esfuerzo estatal es INEFECTIVO, por tres motivos básicos que —con cierto aburrimiento de mis lectores— debo repetir cada vez que reflota (como estos días) la musiquita de las «condiciones socioeconómicas»:

– Porque el gasto del Estado en educación es INSUFICIENTE… LA MITAD DEL MINIMO NECESARIO PARA OBTENER UNA CALIDAD TAMBIEN MINIMA.

Asciende la subvención a menos de 2 UF por niño/mes… 40.000 pesos mensuales, aproximadamente. Debiera ser 80.000 pesos.

La subvención adicional a los niños de peor condición socioeconómica («vulnerables») no resuelve el problema. Aun sumándola, el alumno «vulnerable» no alcanza, siquiera, a la que debiese ser subvención mínima de un alumno corriente. A comparar con la mensualidad que paga un alumno de colegio pagado, que va desde un máximo de 938.000 pesos a un mínimo (en colegios de regiones) de 160.000 pesos (El Mercurio, 22 de marzo).

¿Queremos se gaste en educar a los pobres entre cuatro y veinticinco veces menos que en educar a los ricos, y que no haya «brecha»?

– Porque los directores y comunidad docente de los liceos y escuelas municipales carecen de la menor libertad para conformar sus equipos, despedir profesores aun si el caso es extremo, cambiarlos de funciones, decidir en cuanto a sus estímulos económicos, etc. Tienen las manos completamente atadas. No pueden hacer nada, no hacen nada, termina no importándoles nada no hacer nada.

Ello se debe a la vigencia del Estatuto Docente, de 1991, cuya nocividad se ha denunciado mil veces —la última, por el edil concertacionista que preside la Asociación de Municipalidades, la semana pasada—, pero sin el menor eco.

– Porque el Ministerio de Educación, bajo el disfraz de Contenidos Mínimos Obligatorios (CMO), de hecho ha impuesto a los establecimientos de básica y media planes y programas obligatorios, desmedidos en su extensión —imposibles de pasar, con las horas de clase disponibles— y desmedidos también en la multiplicidad de materias que cada ramo comprende. Además incluyen temas superfluos, o inútiles, o que sólo pueden tratarse livianamente en tan poco tiempo y, al revés, excluyen otros indispensables, v.gr., la ortografía, la gramática castellana, etc.

Como la PSU se refiere a estos CMO, no basta para prepararla con los estudios medios… se necesitan adiestramientos especiales, a cargo de preuniversitarios internos y externos, profesores particulares, «magos» que predicen las preguntas, manuales ad hoc, etc. Todo muy caro, y fuera del alcance de los colegios y alumnos pobres. Así se agranda la «brecha».

De tal modo, se resquebraja la perogrullada. Siempre habrá «brecha socioeconómica» en la educación, y siempre será papel del Estado subsidiario, precisamente —y su papel fundamental, es probable—, suprimirla o reducirla al mínimo. Esto no se consigue invocándola como excusa del fracaso, para echarse a dormir cómodamente sobre ella

B) Un buen cuento chino

El cuento de que la «brecha» no puede salvarse por la educación.

Al revés, es la única forma de salvarla.

Tengo al respecto una experiencia de treinta años, que me permite afirmarlo terminantemente, y comprobarlo a quien se interese. Por supuesto, no es la única experiencia chilena al respecto, ni es un «milagro», ni la obra inimitable de personas excepcionales. Pero demuestra, como lo hacen sus similares, que una educación hecha con los recursos mínimos, libertad Y FE EN LOS RESULTADOS salva cualquier barrera y llena la «brecha»… que los muchachos pobres, con esa educación y el esfuerzo propio, pueden ser médicos, abogados, ingenieros, y también técnicos superiores, maestros ,artistas, LO QUE QUIERAN. Ello, no obstante las mil dificultades «socioeconómicas». Y que los más eficaces colaboradores de este ascenso económico y espiritual son los padres. Sí, los padres sin calificación laboral, que ganan sueldos de miseria, iletrados, sin casa, que los privilegiados miramos protectoramente… cuando más.

C) Una «droga de la conciencia»

Todos los privilegiados hemos recibido, entusiastas, la buena nueva de que hay una «brecha socioeconómica» que impide a la juventud popular educarse debidamente. Desaparece o disminuye así, ¡qué consuelo!, nuestra responsabilidad personal por los SIMCE y las PSU de pesadilla que se nos dan a conocer.

Pues cada uno de nosotros puede hacer algo, individualmente, para que la educación de los pobres sea mejor… todos tenemos cerca una escuela o colegio gratuito que ayudar con dinero o con trabajo, en mayor o menor medida. Nos remordería la conciencia si no lo hiciéramos. Pero si nos dicen y creemos que ese esfuerzo es inútil mientras no cambien las «condiciones socioeconómicas» de Chile… entonces, podemos no hacer nada respecto de esa escuela o colegio, y dormir tranquilos.¿Qué obligación tendríamos de ayudar con un aporte necesariamente inefectivo? ¿Cómo podríamos, individualmente, cambiar la sociedad? Esa es tarea de gobernantes, parlamentarios, políticos.

Recuerdo que un tiempo (no sé si ahora) era el Colegio de Profesores uno de los grandes defensores de la teoría de la «brecha». ¡Los mismos docentes proclamaban la inutilidad de la educación, mientras no se introdujeran modificaciones profundas, revolucionarias, en nuestra sociedad!

Y aún los gobernantes, parlamentarios, políticos, nos advierten con gravedad y solemnidad que no esperemos ocurran esas modificaciones, por su propio carácter, sino muy lentamente… y aun interrumpidas por crisis devastadoras, como la del ’82, la del ’97, o la actual, que necesariamente retardarán aquéllas (y la mejoría educacional) más tiempo todavía.

Mientras tanto, seguirá siendo aceptable que el Estado asigne a educar un niño pobre 40.000 pesos mensuales. Inútil, es cierto, pero no por lo ridículo de la suma sino por las «condiciones socioeconómicas» del niño.




(*) Publicado en La Segunda, 30 de diciembre, 2008.