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Las macabeas de Algemesí

Día de Cristo Rey, 1936. María Teresa Ferragut y cuatro de sus hijas, religiosas, son martirizadas entre Algemesí y Alcira, en Valencia. María Teresa, como una moderna madre de los Macabeos, pidió ser la última para poder confortar y animar a sus hijas a dar la vida por Cristo. Con motivo del VI Encuentro Mundial de las Familias, el Papa Benedicto XVI las ha propuesto como modelo de familia cristiana.

Tener 83 años, en 1936, era ser muy mayor. De haber muerto de forma natural, su vida habría quedado en el anonimato. Era «una persona de pueblo», de una familia de labradores acomodados. Desde que María Teresa Ferragut se casó, a los 19 años, se había dedicado a cuidar de su familia. Sobrevivió a su marido y sus tres hijas mayores (eran ocho, y un chico). Otras cuatro entraron al convento, llevándose de su madre la devoción a la Eucaristía y una piedad que todos recordaban con admiración y cariño.

Además de por su familia, María Teresa también había trabajado mucho por la Iglesia. Conoció el amanecer de Acción Católica, y fue Presidenta local de las Conferencias de San Vicente de Paúl (asociación dedicada especialmente a servir a los pobres), además de pertenecer, entre otras entidades, al Apostolado de la Oración y a la Adoración Nocturna.

Antes de coronar con el martirio esta vida, vivió durante unas semanas en el convento improvisado en el que se había convertido su casa. Primero sor María Felicidad, por motivos de salud, y, al estallar la guerra, sor María Jesús y sor María Verónica (capuchinas las tres), y sor Josefa, agustina descalza, habían vuelto a la casa que las vio nacer y crecer; e intentaban llevar allí una vida lo más parecida a la de clausura.

Un chiquillo que hablaba con ellas de vez en cuando es hoy capellán del convento de capuchinas de Alicante -cuenta su abadesa, la madre María del Carmen Moñino-. También vive todavía, en la misma casa que entonces, Carmen, la vecina, que vio cómo, el 19 de octubre, llegaron los milicianos, buscando a las monjas. No entraba en sus planes llevarse a María Teresa, pero ella lo pidió. Salieron una a una, con ropas civiles, y las llevaron al convento de Fons salutis, convertido en prisión.

Seis días después, en la fiesta del Sagrado Corazón, hicieron subir a las religiosas a un coche para llevarlas adonde las matarían. «Donde van mis hijas, voy yo», insistió María Teresa, y vio cumplido su deseo. Pidió morir la última para dar ánimos a sus hijas, a quienes se les ofrecía el indulto si renegaban de su vida religiosa: «No temáis, esto es un momento, y el cielo es para siempre. Sed fieles a vuestro Esposo celestial». Después de caer la última de sus hijas, contestó a los milicianos que le preguntaban si no tenía miedo a la muerte: «Toda mi vida he querido hacer algo por Jesucristo, y ahora no me voy a volver atrás. Matadme por el mismo motivo que a ellas, por ser cristianas».




Nota: Este artículo pue publicado originalmente por Alfa y Omega, www.alfayomega.es.