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La muerte y el gásfiter: Cuidados paliativos en Chile

Don Carlos, 46 años. Gásfíter. Hombre trabajador, padre de 3 hijos, uno de ellos universitario, los otros en vías de serlo. Toda su vida había trabajado duro. Sin descanso. Pensaba que pronto vendrían esos merecidos días de solaz, para estar todo el tiempo junto a su señora, compañera fiel en la alegría y en la adversidad. Nunca había estado enfermo, sin embargo, aquella tarde, saliendo del metro, se sintió raro, extraño: su brazo comenzó a moverse sólo, luego su cara, luego su cuerpo, luego no recuerda que más pasó. Despertó en el hospital Sótero del Río, donde lo conocí. Una Tomografía de Cerebro mostró un tumor cerebral, que luego de una radiografía de tórax, resultó ser una metástasis de un cáncer de pulmón. Su pronóstico: tres meses de sobrevida.

¿Qué podía hacer por él la medicina? Difícil saberlo.

Otra pregunta más difícil aún: ¿se interesaría algún médico por él?

La respuesta no es obvia. La medicina, desde la Edad Media hasta el presente ha evolucionado desde una especialidad preocupada fundamentalmente de cuidar y aliviar al enfermo, a una enfocada en curar y sanar. Fabricamos corneas a partir de dientes, corazones mecánicos, cirugías que curan la diabetes, etc. El problema es que la pretensión de curar es a la larga ilusoria y la muerte nuestro destino inevitable.

Don Carlos tenía, sin embargo, varios problemas: lo angustiaba el destino de su familia, que sería de su hijo menor y la universidad. Le preocupaba el costo de los medicamentos. Por otra parte, en un tiempo más comenzaría a faltarle el aire, cuando el tumor pulmonar se complicase con algún derrame u obstrucción de un bronquio. Vendrían más adelante los vómitos y nauseas, secundarios al tumor cerebral y su familia, se sentiría agobiada física y mentalmente: ¿dónde va a morir? ¿Dónde es mejor que muera? ¿En la casa? ¿En un hospital? y un largo etc.

Problemas como este, otrora extraños, serán, desgraciadamente, más y más frecuente; En Chile la expectativa de vida de nuestra población se incrementa –actualmente 77,7 años– y las principales causas de muerte son enfermedades crónicas, como las cardiovasculares y el cáncer.

El asunto es que pocos quieren hacerse cargo de estos pacientes terminales, problema que tiene varias aristas. Una de ellas es quizás lo poco glamoroso de cuidar a quien muere: no hay gloria. Ningún médico será titular de un diario porque logró que su paciente muriera sin apremio respiratorio, sin dolor.

En segundo lugar hay un aspecto socio-económico: si para muchos chilenos, acceder a una cura existente para su enfermedad es casi imposible –recordemos tan solo las listas de espera para cirugía de próstata– acceder a cuidados paliativos adecuados, prestados por especialistas, es un lujo inaudito. Faltan recursos, definitivamente.

En forma paralela, se desconoce quizás –incluso entre médicos– que la prestación de adecuados cuidados paliativos, puede ser realmente costo efectiva, al evitar hospitalizaciones innecesarias, anticipando decisiones difíciles y con un adecuado control ambulatorio, evitando el decir simplemente: señor, se va a morir, vea cómo se las arregla en la casa.

La situación en Chile, tiene luces y sombras: por un lado, somos el único país latinoamericano donde los cuidados paliativos, al menos oncológicos, están garantizados por ley (AUGE), y en palabras de Eduardo Bruera, director del centro de cuidados paliativos del Hospital MD Anderson, centro de referencia oncológico a nivel mundial: La perspectiva de la medicina paliativa en Chile es la mejor de América Latina.

Por otra parte, los recursos son escasos, y los cuidados paliativos son realizados en la mayoría de los lugares de Chile por médicos generales. Ni siquiera internistas, o médicos familiares, para que hablar de médicos especialistas en cuidados paliativos: la especialidad ni siquiera existe como tal en la Comisión Nacional de Especialidades Médicas (CONACEM), aún cuando a nivel mundial ya es reconocida en varios países.

El futuro entonces, dependerá de la conciencia que tomemos del problema y de la disposición a poner recursos económicos, pero por sobre todo morales, recordando la responsabilidad esencial de los médicos y la medicina, en aliviar el sufrimiento y el dolor, entregando a nuestros enfermos terminales no sólo la analgesia de un fármaco, sino también el alivio de reconocerse, amados, respetados y objeto de nuestras preocupaciones, ya sea nos parezca que van a vivir cincuenta años, dos meses, o tan sólo unos días.