- VivaChile.org - https://viva-chile.cl -

Hombres de principios

¿Qué es un «hombre de principios»? No faltarían respuestas que le situarían en una nube dorada, ajena a la existencia terrena, donde «los principios» parecen ser un frecuente estorbo para alcanzar los objetivos que «se llevan» en esta época nuestra. Parece incluso que los que triunfan son precisamente los hombres «sin principios», al menos «sin demasiados principios»; en términos más crudos: «sin demasiados escrúpulos».

Ahora bien, ¿qué significa triunfar? ¿Dónde está, dónde se encuentra, cómo se encuentra el triunfo? ¿Vale la pena «triunfar», en el sentido dominante del término? ¿Qué sentido tiene, para qué sirve, qué vale en el fondo eso «que se lleva»…?

Detengámonos un momento en analizar lo que queremos decir cuando hablamos de «un hombre de principios», que es también aspiración de no pocos. Si nos fijamos bien, advertiremos que todo hombre de principios se caracteriza por ser un hombre de fines y de consecuencias prácticas. Prácticas, no válidas únicamente en alguna dorada nube o lejana época, sino en este mundo que pisamos hoy y todos los días.

El hombre de principios conoce unas ciertas verdades (esto siempre es hacedero) y se comporta no sólo coherentemente con ellas, sino inspirado en ellas. Y las consecuencias que saca no son consecuencias cualesquiera, sino consecuencias últimas. Si se comienza con un principio y se sacan algunas conclusiones, pero se queda uno a la mitad del discurso de la razón, no se es hombre de principios.

El hombre de principios no se detiene: dos más dos cuatro, cuatro más dos seis. Entonces no dice: ¡basta!, ya no me interesa seguir, ya no me importa que seis más dos sean ocho, es más, no me gusta que sean ocho, no quiero que sean ocho, decido que no sean ocho, me interesa que sean siete y medio… Esto no es un hombre de principios.

Si se pretende ser hombre de principios no hay más remedio que llegar a las últimas consecuencias de los mismos. Es más, se trata de estar, en la medida de lo posible, constantemente, sacando consecuencias cada vez más últimas.

Claro es que hay un momento en que uno puede darse cuenta que la última consecuencia de todo está prácticamente al principio de todo, es decir, en el Principio Absoluto, por otro nombre Dios. «En el principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios»: así comienza el prólogo del Evangelio de San Juan. No es de maravillar. O. mejor dicho, es como para no salir del asombro: Dios es el Principio y el Fin; Alfa y Omega; la primera y la última palabra.

El paradigma del hombre de principios es el que llega a esta última consecuencia, quizá incluso antes de llegar a muchas conclusiones intermedias, porque, en realidad, cualquier conclusión intermedia, lleva inmediatamente a la conclusión última: Dios. Y. entonces, una vez hemos llegado al final, tomamos de la luz que ahí se encuentra, y se ilumina todo, hasta el comienzo de todo. Los orígenes (plurales) conducen todos al Origen (singular).

Hombre de principios es hombre que pondera y piensa; que piensa en los principios, que no los pierde de vista a lo largo de todo su discurrir y actuar. Lo que es, es; lo que no es, no es. Al pan, pan; al vino, vino. La nada no es; de la nada, nada puede venir. Si algo viene, no viene de la nada, viene de algo que ya es…

El hombre de principios, razona a partir de ellos, los pondera, da vueltas en torno a ellos, saca consecuencias, incluso lo que hace, todo lo que hace, lo comienza por el principio. Tiene razones para hacerlas y hacerlas a su manera. Se entiende, razones de peso, cuando los asuntos lo son también.

Los principios del hombre de principios están fundados en la realidad de las cosas. Si no fuera así sus principios serían equivocados y no podría llegar a las últimas consecuencias, y si acertara en su actuación sería por casualidad. Jean Paul Sartre, por ejemplo, era en cierta medida –aunque no podía serlo más que en cierta medida– un hombre de principios. Sus principios eran: 1) yo soy libre; 2) nada debe estorbar mi libertad; 3) Dios es un estorbo para mi libertad. Y sacaba una consecuencia lógica, pero tremendamente falsa: «luego, Dios no existe». Veía un conflicto entre su libertad y la de Dios. Uno de sus principios era falso. Pero llegó a una consecuencia bastante última: el hombre está condenado a ser libre; la libertad (más que una perfección) era una condena, el hombre una pasión inútil y el niño un ser vomitado al mundo…

Si de un pequeño error en el principio, al final resulta un error enorme, ¿cómo va a ser el final de un principio enormemente falso?

Que los principios sean razonables

Un hombre que tiene como principio de su argumentación matemática que «uno más uno son tres y medio», puede llegar a pensar que «dos y dos son cuatro», pero esto difícilmente sucederá y si sucede será como por ensalmo. Se trata, si se quiere, de ser hombre de principios, pero de principios razonables y ciertos.

Hay un principio razonable y cierto: se debe ser justo y no injusto, es decir, hay que dar a cada uno lo que es suyo (lo que le pertenece por derecho propio). Luego tengo que dar lo suyo al panadero, al fontanero, al taxista, al jefe, al súbdito, a los padres, a los hijos, a los hermanos, al Estado, a la sociedad, a la empresa, a la Iglesia, a los pobres, a los ricos, y, ante todo, a Dios. A César lo que es de César, pero ante todo, a Dios lo que es de Dios.

Hombre de principios es el que es y obra de modo racional, coherente; que sabe distinguir lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo. Procura hacer el bien y evitar el mal sin excepciones. Sin justificar acciones quizá ventajosas en cierto y fuerte sentido, pero contrarias a los principios verdaderos.

Para ello atiende a su propia conciencia, se pone la mano al pecho y mira con frecuencia su conducta para descubrir errores, que también es descubrir verdades, hasta alcanzar verdades cada vez más radicales.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Arvo.net. Para leer el artículo completo: http://www.arvo.net/documento.asp?doc=122740d.