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Confianza en la justicia. ¡¿Qué?!

Leo en el diario de hoy (14 de diciembre) que Carlos Maldonado, Ministro de Justicia, dice: “En palabras simples, lograr la confianza de los ciudadanos en la justicia, esa dimensión es una asignatura pendiente”. Y añade el periodista que la autoridad habría dicho también que si bien el cambio estructural [en la administración de justicia y el Estado] ha sido muy positivo, aun no se refleja en los estándares elevados de confianza ciudadana. Para ello se requeriría un mayor esfuerzo de comunicación del funcionamiento del sistema por parte de todas las instituciones y que el Ministerio Público asuma un rol más protagónico en la lucha contra el delito, entre otros factores.

En muchos aspectos la reforma penal fue buena. Desde luego, que la justicia sea más rápida no es algo de poca importancia. Sin embargo, la única “asignatura pendiente” no es la de lograr la confianza de los ciudadanos en la justicia. Menos la de hacerlo a través de un mayor esfuerzo por comunicar el funcionamiento del sistema.

Ninguna reforma de estructuras, por muy buena que sea, puede tener buen resultado si es que las personas que están encargadas de aplicarla son ineficientes o, peor aun, “atornillan al revés”.

En el caso de la reforma penal, me parece, aparte de haber preferido en alguna medida y en ciertas circunstancias los derechos de los delincuentes por sobre los de las víctimas, cosa que por sí sola es de extremada gravedad y que debería ser revisada y modificada cuanto antes, tiene otra gran cojera. Me refiero a las personas que debieran responder porque se haga justicia. Desde los jueces hasta el último funcionario de algún tribunal, pasando, por supuesto, por la policía de investigaciones. Estoy perfectamente consciente de que entre estas personas, probablemente la mayoría realiza bien su tarea: en silencio, con abnegación y concienzudamente. Pero según las noticias que tenemos, también son muchas las que no lo realizan adecuadamente. Y para que los ciudadanos tengan confianza no pueden percibir que existe una alta probabilidad de que sean perjudicados por esos que no hacen bien su tarea. Red de corrupción en los tribunales, que se dedicaba a alterar decisiones de los jueces, a otorgar fraudulentamente libertades, a cambiar alcoholemias, etc. Red de corrupción en la policía de investigaciones. Resoluciones de jueces que, aun sabiendo que no tienen fundamento legal, igualmente las sacan adelante para evitarse cuestionamientos ideológico-políticos o para ganarse fama pública que, sin necesidad de mucha suerte, les reportará beneficios económicos. Estoy pensando principalmente en muchos de los juicios que han terminado en la condena de miembros o ex miembros de las Fuerzas Armadas. Una mínima consideración de justicia debería haber implicado revisar –de oficio– los juicios que llevó el ex juez Guzmán. Que el juez Cerda recibiera un premio en dinero por sus sentencias fue sencillamente impresentable. Pero no sólo en este terreno se cometen injusticias. Ya estamos casi acostumbrados a que cada cierto tiempo nos sacuda la noticia de las graves irregularidades que algún juez comete en su tribunal. El asunto es más grave aun, porque estas cosas suceden sin que la autoridad correspondiente las castigue ejemplarmente. El juez Cerda sigue llevando adelante procesos y el juez Guzmán lo hizo hasta que a él se le ocurrió renunciar. Jueces y funcionarios, cuando mucho, suelen ser castigados con la remoción de su cargo. Sólo en los casos más graves ha habido un proceso posterior.

Si a todo eso le sumamos las resoluciones francamente imprudentes que dejan en libertad a delincuentes no sólo primerizos, sino también a los que tienen un nutrido prontuario anterior; y los excesivos afanes de algunos fiscales por resolver exitosamente sus casos; y finalmente, aunque esto excede el terreno de la administración de justicia para pasar al legislativo, la existencia de penas bajas para algunos delitos; si sumamos todo esto, digo, tenemos un cuadro el que pretender alcanzar la confianza de los ciudadanos en la justicia a través de dar a conocer mejor el sistema, no pasa de ser una buena aunque cruel broma.