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Eluana y Hannah. Decisiones de vida o muerte

Se llama encarnizamiento terapéutico al proceso que tiende a mantener la vida a un moribundo mediante artificios o a recuperar la salud de un enfermo más allá de toda esperanza razonable de que tal cosa suceda, provocándole, al mismo tiempo, severos sufrimientos o, al menos, impidiéndole vivir con relativa tranquilidad sus tiempos postreros. Así por ejemplo, mantener a alguien conectado a un respirador artificial para que siga vivo, sin esperanza razonable ninguna de que vaya a recuperar la fuerza natural para respirar por sí, podría ser encarnizamiento terapéutico. Conectar a alguien temporalmente a dicho respirador mientras recupera su salud y para que la recupere, pues se tiene esperanzas razonables de que ello suceda, es una terapia que todo médico debe aplicar si le es posible.

La eutanasia es la acción u omisión, consciente y libremente adoptada, que produce la muerte del enfermo con el fin de evitarle sufrimientos o de impedir que al seguir viviendo lleve una vida de desmedrada calidad. Así por ejemplo, inyectar una sobredosis de morfina para que un enfermo terminal muera inmediatamente sería una manera de practicar una eutanasia.

¿Es legítimo aplicar terapias a un enfermo grave o moribundo cuando no hay esperanzas razonables de que por ellas recupere la salud o de que vuelva a vivir sin necesidad de los artificios que le mantienen artificialmente la vida? ¿Es legítimo abstenerse de aplicarle esas terapias o de retirárselas, en el caso de que ya se le estén aplicando, si con ello se prevé que el momento de la muerte puede adelantarse?

¿Es legítimo producirle directamente la muerte a alguien con el fin de evitarle un sufrimiento o de que evada una vida en malas condiciones?

En los días que corren hemos sido testigos de dos casos, el de Eluana Englaro y el de Hannah Jones, en los que parecieran jugarse principios importantes relativos a la salvaguarda de la salud y de la vida. En ambos casos ha salido a relucir el principio según el cual sería legítimo renunciar a la aplicación encarnizada de terapias. Trataremos en estas líneas de discernir qué es lo que se juega en cada uno de ellos.

I. El caso de Eluana Englaro

Después de una larga batalla legal, el Tribunal Supremo de Italia ha autorizado para que se deje morir a Eluana Englaro de hambre y sed. Esta italiana de 37 años se encuentra en estado vegetativo desde hace 15, luego de que sufriera un accidente automovilístico.

Ella ha sido cuidada por las monjas de la Clínica “Beato Luigi Talamoni” de Lecco. Estas monjas han rogado que se les deje a ellas seguir cuidando a Eluana: “si hay quien la considera muerta, que deje que Eluana permanezca con nosotros, que la sentimos viva”, ha sido la voz suplicante que han levantado para que quienes tienen el poder efectivo sobre la vida y la muerte de esta italiana les permitan seguir cuidándola. No piden nada a cambio, sólo que se les permita amar a Eluana.

Pero estos ruegos no han sido escuchados hasta ahora. El padre de Eluana, Beppino Englaro aparentemente no las autorizará a seguir con ese cuidado. Se quiere llevar a su hija a Friuli para que allí muera de una vez. Él reclama que mantener a su hija conectada a una sonda por la que recibe el alimento y el agua es encarnizamiento terapéutico, al cual nadie, en justicia, está obligado. Por ello, él no estaría matando a su hija al tomar la decisión que ha tomado.

Por otro lado, son muchas las voces que se han levantado, sumándose a las de las monjas, para suplicar que se deje vivir a la srta. Englaro. Muchas de ellas han advertido que permitir que Eluana muera de inanición y sed sería un asesinato, en el mejor de los casos presentado como eutanasia, pero asesinato al fin.

¿Alimentar e hidratar a Eluana Englaro por una sonda durante quince años y sin esperanzas razonables de que salga de su estado –aunque hay casos de personas que han despertado después de años de estado vegetativo– es encarnizamiento terapéutico?

Me parece que los puntos que hay que considerar para responder a esta cuestión son los siguientes:

1. Una terapia es el tratamiento de una enfermedad de manera de que el paciente recupere la salud.

2. Tener hambre o sed o necesitar comida y agua no son señales de estar enfermo, sino por el contrario, de estar vivo. Los enfermos necesitan comida y agua no porque están enfermos, sino porque están vivos, tal cual como los necesitan los que gozan de salud. Por eso es radicalmente falso identificar con una terapia médica el hecho de alimentar y darle de beber a un enfermo. Comer y beber es natural al hombre, a todo hombre, al sano y al enfermo.

3. A Eluana Englaro sólo se le está alimentando y dando de beber. No recibe ninguna terapia.

4. Si se alegara que el hecho de que es por una sonda que recibe su alimentación y bebida implica una terapia, podría responderse que esa sonda no se diferencia mucho de la cuchara o del vaso con que los recibe el hombre sano. De hecho Eluana podría recibirlos de otra manera. Si se ha elegido la sonda es porque para ella es la forma menos traumática.

5. Aun si hubiera una terapia en curso, el criterio fundamental para tomar decisiones es la fuerza natural que el enfermo posee para vivir. Una persona que vive por sus propias fuerzas hay que dejarla vivir, aunque su calidad de vida esté gravemente desmedrada. La vida, que no es algo distinto de la existencia misma del hombre, es el bien sobre el cual se despliegan todos los demás. Es, en este sentido, un bien primigenio. Y lo es en tal grado que la persona no tiene potestad para disponer de él tal como lo haría con una propiedad. La vida es algo en cierto sentido prestado, pues el hombre que la posee la recibe y la goza como propia, pero en último término sin que él sea su causa. La vida no se elige, sino que es el supuesto de toda elección. Por eso nadie tiene autonomía para disponer de ella como le parezca. La vida personal no puede ser dañada, entonces, salvo que hubiera un bien más alto que ella misma en juego y que, cumplidas ciertas condiciones, hiciera razonable sacrificarla. Pero aun en estos casos, la muerte nunca podrá ser buscada directamente ni como fin ni como medio, sino, a lo más, tolerada como un efecto indeseable. Así por ejemplo, un padre o una madre que embiste contra un delincuente armado para evitar que dañe gravemente a sus hijos, aun sabiendo, casi con certeza, que lo matarán, no está buscando su propia muerte ni como fin ni como medio. El fin es salvar a sus hijos. El medio, atacar al facineroso. La muerte es un efecto no deseado ni buscado. Si producto de la embestida muriera el delincuente, tampoco se habría buscado directamente su muerte, sino la salvaguarda de la vida e integridad de los hijos.

6. Si una persona enferma, entonces, posee esa fuerza natural para vivir, aunque no tenga toda la vitalidad del hombre sano, cualquier acción que tienda a provocarle la muerte será asesinato.

7. Si el enfermo no muere naturalmente no se le puede producir la muerte dado que tampoco se mejora. En el caso de Eluana Englaro es indiscutible que en ella hay fuerza natural para vivir. Es tan claro, que será necesario quitarle la comida y la bebida para que muera, cosas que, como está dicho, son propias del hombre por ser hombre y tener vida y no por estar enfermo.

8. ¿Hay entonces eutanasia? Sí. Se está causando la muerte de Eluana Englaro contra la fuerza natural que hay en ella para vivir. ¿Es esto asesinato? Sí, porque cada vez que se mata a alguien sin que haya un motivo justo para hacerlo se comete asesinato.

9. ¿Pero no será que la eutanasia difiere del asesinato porque busca evitar el sufrimiento del enfermo a diferencia del segundo, que pareciera realizarse en provecho del asesino? Nadie duda de que pueda haber una diferencia entre las intenciones del que asesina para robar o violar y el que mata a alguien para evitarle un sufrimiento mayor, sea por su intensidad, sea por su extensión. Pero las intenciones por sí solas no justifican las acciones. Independientemente de lo que se pretenda, lo que ocurre de hecho –y cualquiera lo puede entender– es que se violenta la fuerza natural para vivir que hay en esa persona para conseguir algo que no guarda ninguna proporción con la posesión de la vida misma.

Lo que hay, entonces, en el caso de Eluana Englaro es una eutanasia. Que no se haya presentado como tal puede deberse al genuino convencimiento del padre, Beppino, de que su hija padece encarnizamiento terapéutico o a que la eutanasia está prohibida en Italia y por tanto, por esa vía, nunca se habría autorizado a que se le provoque la muerte. Hay que suponer, me parece, la primera alternativa. Sin embargo, independientemente de eso, el hecho es que se está privando a alguien de los medios normales –y no terapéuticos– de mantención de la vida. Eso significa, aunque sea para evitarle el sufrimiento, provocarle la muerte, lo cual, en buen castellano, se llama asesinato.

II. El caso de Hannah Jones.

Después de lidiar con los médicos, Hannah Jones, una niña de 13 años, habría conseguido que se le dejen de aplicar terapias para salvarle la vida y pueda, entonces, vivir su tiempo postrero en casa con su familia y en paz.

Los médicos y las autoridades del hospital donde se atendía alegaban la obligación que tenían de procurarle a Hannah todas las terapias que pudieran conducir a una prolongación de su vida.

Hannah padecía una agresiva forma de leucemia. Los medicamentos que se le administraron lograron, si no hacerla desaparecer, al menos contener la enfermedad que hoy no estaría avanzando y permanecería latente. El problema es que esos mismos medicamentos le dañaron severamente el corazón. Ya ha sido sometida a una serie de terapias y se le ha implantado un marcapasos. Pero su corazón pareciera no aguantar más. La única vía posible, según señalan los médicos, sería hacerle un trasplante de corazón. Pero ella no quiere y sus padres tampoco. Alegan, fundados en la opinión de los mismos médicos, que el trasplante es altamente riesgoso, tiene una altísima probabilidad de ser inútil y que además, en el caso de ser exitoso, los medicamentos que Hannah debería consumir en el proceso de acostumbramiento a su nuevo órgano, le producirían, casi con seguridad, el resurgimiento de la leucemia.

¿Está Hannah atentando contra su propia vida al negarse al trasplante? ¿Están sus padres haciéndose cómplices de lo que sería un suicidio al negarle a los médicos la posibilidad de realizarlo? ¿No estarán permitiendo una eutanasia pasiva –aquella que renuncia a una terapia posible de aplicar– pero que igualmente es, en último término, asesinato o suicidio, según desde quién se mire? ¿No tienen Hannah y sus padres el deber de procurar y cuidar siempre la vida por ser ella algo prestado, de lo que no pueden disponer según el propio deseo?

Como se dijo a propósito del caso de Eluana, el criterio fundamental para decidir en estos casos es la fuerza natural que una persona tiene para vivir. Si una terapia le permitirá a alguien recuperar su salud o vivir con cierta normalidad, es una obligación aplicársela, pues la vida es un bien principal que debe buscarse y protegerse. Por el contrario, en vistas del mismo principio, si una persona tiene fuerza natural para vivir, aunque lo haga sufriendo o con una mala calidad de vida, no puede provocársele la muerte. Asimismo, si una persona no tiene la fuerza natural para vivir ni esperanza razonable de recuperarla, como tampoco su salud, sería un caso de encarnizamiento terapéutico el hecho de aplicarle terapias que no conducirán a su curación, sobre todo si, al mismo tiempo, le causan gran sufrimiento y deterioro de su calidad de vida.

Hannah Jones ha decidido renunciar al trasplante, porque según las mismas previsiones de los médicos, con una altísima probabilidad, no conduciría al fin de toda terapia: la salud y una vida mejor y, al mismo tiempo, le haría sufrir y, sobre todo, le impediría, aunque sea en los últimos meses de su vida, gozar por una vez con tranquilidad de la vida de familia, con sus padres y hermanos.

Hannah Jones y sus padres, si el diagnóstico es tal como se cuenta, han tomado la decisión de evitar un caso de encarnizamiento terapéutico. Esto es razonable y legítimo moralmente –no es eutanasia ni suicidio–, pues se evita algo irracional como es aplicar una terapia que seguramente no surtirá efecto, al mismo tiempo que dañará la condición humana de la poca vida que le pueda quedar al paciente. Por lo tanto, no hay decisión alguna que atente contra la vida. No han tomado ellos la decisión de vida o muerte de Hannah. Esa decisión no les corresponde, pues la vida es algo prestado. Simplemente han aceptado que en Hannah la fuerza natural para vivir se acaba y que no hay terapia que tenga razonables esperanzas de surtir un buen efecto. Más aun, se han dado cuenta que cualquier terapia que siga aplicándose, aparte de ser inútil, sólo causará más sufrimiento y dañará más lo de normal y grato que pueda quedar en la vida de Hannah.

La decisión de Hannah Jones y de sus padres nada tiene que ver, entonces, con una afirmación del derecho a disponer de la propia vida, como se ha argumentado. Ellos aman la vida que han recibido como regalo o préstamo y por eso no están dispuestos a realizar acciones que, dañándola más de lo que está, no conduzcan a mejorarla. ¿Hay algo más razonable?

Según se puede prever, lo más probable que va a ocurrir con Eluana Englaro y Hannah Jones es que van a morir pronto. Pero si eso ocurre habrá una diferencia fundamental entre la muerte de una y otra. En el caso de la primera será por voluntad del hombre. En el caso de la segunda, por voluntad de Dios. En el caso de la primera, más allá de las razones que se puedan aducir, el hecho es que su padre y quienes le quiten su alimentación no habrán querido su vida, pues ella tenía la fuerza para vivir si no se la privaba de los medios más normales y fundamentales para seguir viviendo: la comida y la bebida. En el caso de la segunda, el hecho es que Hannah y sus padres quisieron la vida, aun cuando saben que ella será corta. Se han limitado a aceptar la voluntad del único señor de la vida, que por supuesto no es el hombre, sino Dios, quien les ha mostrado que no es razonable insistir en terapias que además de ser inútiles, terminan por producir lo contrario de aquello a lo que naturalmente están ordenadas: la salud y la vida buena.