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Educación sin dogmas

La nuestra es una época dogmática que presume de antidogmática. Lo que sucede es que sus dogmas están equivocados o son ideas correctas pero están donde no deberían estar. Escribe Chesterton: “Es curioso que la gente hable de separar el dogma de la educación. El dogma es en realidad lo único que no puede separarse de la educación. Es educación. Un profesor que no es dogmático es simplemente un maestro que no enseña”.

No es posible educar sin dogmas.

Una educación libre y antidogmática no es una educación. Dejar al niño libre es la forma perfecta de no educarlo.

Tal vez circulen prejuicios en torno a lo que sea un dogma. La consulta al diccionario ayuda. Tres acepciones se encuentran en el de la Academia Española: “1. Proposición que se asienta por firme y cierta y como principio innegable de una ciencia. 2. Doctrina de Dios revelada por Jesucristo a los hombres y testificada por la Iglesia. 3. Fundamento o principios capitales de todo sistema, ciencia, doctrina o religión”.

No veo qué pueda haber de malo en ninguna de las tres acepciones, aunque sí adivino algunos inconvenientes para las mentes progresistas, es decir, para mentes que, pese a sus progresos, aún no han alcanzado el nivel intelectual del siglo XII.

Sin dogmas no hay ciencia, sistema, religión ni doctrina. Ignoro cómo podrá haber sin ellos educación alguna.

Igualmente ignoro cómo puede haber una educación sin autoridad o sin la transmisión de la verdad. La educación consiste en la transmisión de un credo. Incluso la educación que pretende no transmitir ninguno, ya transmite uno: el credo de la increencia. Una educación sin certezas y verdades es un cuadrado redondo. Chesterton considera que la eterna educación consiste en “estar tan seguro de que algo es lo bastante seguro como para atrevernos a decírselo a un niño”.

Si es cierto que toda educación es dogmática, entonces ninguna educación puede ser permisiva. Permitir todo es educar nada. Toda educación impide algo e impone algo. Cabe así considerar que la educación moderna es tan poco permisiva como la antigua. Y acaso aún menos. Aunque seguramente es mucho menos elevada y bastante más torpe.

El problema no es tanto la permisividad como el error en las permisiones y prohibiciones. El problema no es tampoco la falta de prohibiciones como quizá el abuso de ellas. Incluso es muy probable que el problema de nuestra educación no consista en su laxitud ni en la falta de disciplina. Dejando de lado los casos patológicos en los que en la escuela hace falta más un policía que un profesor, los niños se ven abrumados por obligaciones, deberes y tareas. El problema parece más bien de acierto en la imposición de esos deberes y tareas.

Y, sobre todo, de acierto en la transmisión de un credo.

No pueden transmitir la verdad quienes ni siquiera se han acercado a ella. No pueden educar a un niño quienes no tienen una idea clara acerca del ideal humano. Sin la autoridad de la verdad, la educación se derrumba.

Hace unos días publicaba este diario un reportaje sobre la implantación del modelo educativo finlandés en España. El país nórdico es el que mejores resultados ha obtenido en los estudios de la OCDE. España ocupa el puesto 24 de 28. Debe ser la nuestra una de las educaciones menos dogmáticas. Entre las claves de su éxito me llama la atención una: el exquisito cuidado en la formación de los profesores. No es posible dar clase sin una titulación universitaria superior y sin poseer muy elevadas competencias pedagógicas. Pero sobre todo me llama la atención algo: en Finlandia, los profesores son unos profesionales altamente especializados, y, por ello, respetados y pagados. Suponemos que esta competencia y este respeto derivan de algo más que de permitir a los niños hacer lo que les venga en gana. Son considerados los mayores profesionales. Y es natural, pues de ellos depende lo más importante: la educación de los niños y, con ella, el futuro de la sociedad.

Es posible educar a un niño para habitar una colmena o para vagar como un lobo solitario. También es posible educar a un niño para convertirlo en un hombre. Lo que no es posible es educar sin dogmas. Entre otras razones, porque es imposible vivir una vida humana sin ellos.

Nota: Ignacio Sánchez Cámara es catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de La Coruña. Artículo publicado originalmente en conoZe.com