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¿La transición a la democracia ha sido exitosa?

Corrientemente se escucha, en círculos políticos sobre todo, que “nuestra transición a la democracia ha sido exitosa”. Esa es la manida frase, que se repite incluso en algunos ámbitos académicos. Me parece interesante analizar mejor la situación ante el panorama electoral que se avecina.

¿Cómo se entiende el concepto? El significado propio de la sociopolítica supone una situación previa no democrática -por lo general, asumida como “autoritaria”– que cambia en dirección de prácticas e institucionalidad democráticas.

Esta definición -la clásica, por lo demás- nos debería hacer pensar, sobre todo conociendo nuestro accidentado proceso histórico.

Cabría preguntarse, por ejemplo, cuán perfecta era nuestra democracia en años previos a 1973. Alguien podría señalar, con muy buenos argumentos conocidos, que el sistema se había vulnerado severamente, que no era estrictamente legal, agregando que se trataba de una “situación no democrática”. Consecuentemente, lo que sucedió después correspondería exactamente a la transición, y podría indicar como hitos demarcatorios el discurso de Augusto Pinochet en “Chacarillas” o cuando se promulgó la Constitución de 1980, que estableció un itinerario. Conste que me refiero a esta dimensión del proceso aislándolo de cualquier otra implicancia.

Otra posición propondría que el inicio de ella se sitúa en el momento en que se produjo el entonces llamado “restablecimiento” de la democracia. En estricto rigor, cuando Pinochet transfiere el mando político a Patricio Aylwin. Así vemos que el tema del comienzo del proceso es posible que admita discusión.

Ahora vamos al término del mismo. Sobre este asunto hay grandes discrepancias y varias personalidades se han atribuido el haber sido artífices del “punto final”.

El 11 de marzo de 1990, en circunstancias en que Aylwin juraba como Presidente de la República, Pinochet declaró: “Hemos concluido una jornada exitosa”, queriendo señalar que la transición había terminado. Año y medio después, Aylwin sostuvo por su parte: “Realmente, a mi juicio, la transición ya está hecha. En Chile vivimos en democracia”. No obstante, entre agosto y septiembre de 2005, luego que se votaran en el Congreso las llamadas “reformas duras”, Ricardo Lagos, al sustituir en la Constitución la firma de Pinochet por la de él, otorgándole el significado de “nueva” Constitución -tema muy discutido-, señaló: “Marca el término definitivo de la transición. Comenzaron los gobiernos democráticos. Ahora podemos decir que la transición en Chile ha concluido. Ahora tenemos un cuerpo constitucional que está acorde con la tradición histórica de Chile”.

¿Es cierto? ¿La ciudadanía, los chilenos todos, hemos asumido verdaderamente las prácticas y la institucionalidad democráticas? ¿Ellas están efectivamente asimiladas y podemos asegurar que disponemos de una “mentalidad” democrática?

Quiero plantear otro punto de vista. Pienso que la transición aún está incompleta y no se puede afirmar que ella ha sido auténticamente exitosa. Porque desde 1990 a la fecha sólo ha gobernado una sola coalición de partidos políticos, no ha habido alternancia y no sabemos qué ocurrirá con las prácticas y las instituciones democráticas cuando la Concertación pase a la oposición y gobierne la Alianza Democrática. Esa incertidumbre a veces surge cuando se escuchan entre militantes concertacionistas ciertas declaraciones francamente intolerantes, como que “la derecha no puede gobernar, que es incapaz o que gobernará para los poderes económicos, etcétera”. También surge cuando se observan actitudes que rayan en la obsesión por aferrarse al poder, sin importar el costo. Tengo en mente el caso español, y cabe poca duda de que ese proceso de transición está consolidado.

Hace aproximadamente un año, este mismo diario publicó una entrevista a Edgardo Boeninger donde sostuvo: “A la corta o a la larga, uno no concibe una democracia en que la oposición esté condenada per sécula a estar fuera del gobierno”. Sobre ese punto valdría la pena reflexionar.

Álvaro Góngora es Director de la Escuela de Historia de la Universidad Finis Terrae. Este artículo fue publicado originalmente en El Mercurio, el 28 de Septiembre de 2008.