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¿Anarquistas en Chile?

Los anarquistas clásicos fueron -no podía ser de otro modo dada su opción de vida- tipos inclasificables. Todo intento por someterlos a categorías ha fracasado y quienes mejor los han estudiado -Woodcock, Kedward, Brenan- terminan por reconocer que es mejor analizarlos individualmente, conocerlos a cada uno con sus cadaunadas.

Proudhon, Bakunin, Kropotkin… mundos diversos en la teoría anarquista; Malatesta, Ravachol, Durruti… opciones diferentes en la acción ácrata; anarquismo comunal, anarquismo de acción, anarcosindicalismo… modos contradictorios entre sí del gran proyecto antipoder.

Lindo tema para los investigadores y también apasionante materia para los observadores de la realidad chilena. Sí, porque cada una de esas tendencias se asoma hoy en la vida pública nacional. Hay que saber reconocerlas.

“Lee a Bakunin”, grita un grafitti en el centro de Santiago, como si hubiera alguien a quien pudiera sonarle el apellido del enorme gordo ruso y al ver su nombre, pudiera sentirse llamado a profundizar en su conocimiento. Lo más probable es que los lectores del letrero piensen que se trata, más bien, de un comic neogótico.

Pero lo interesante es que un tipo (sí, uno, y eso le basta al anarquismo) se ha dado el trabajo de usar el spray para difundir a su ídolo. Y, con toda seguridad, ese sujeto está pensando (o ya ejecutando) sus próximos pasos. Porque así son algunos anarquistas: unas pequeñas pulgas molestosas que espontánea e imprevisiblemente pican y sacan ronchas, o chupan y dejan heridas abiertas. Basta uno…
O las portadas del periódico aquél, casi todas antiautoridad, antiestado, antipoder, antimoral, antireligión, anti, anti… Al interior de sus páginas, conviven varios tipos metidos en una empresa caótica en su imagen, en su lenguaje, en sus propósitos, en sus medios, pero perfectamente integrable por el observador en una de las líneas del desarrollo conceptual del anarquismo. Y el periódico ése, se vende mucho y se lee mucho.

Ah y ciertas asambles universitarias, ésas las del diálogo perpetuo, ésas las de una continua rearticulación de posiciones, ésas las que caída la tarde devienen en amor libre y barra libre, como lo practicaban los anarquistas clásicos, especialmente los hispánicos aquéllos de los años 30, hombres y mujeres de verborrea y sexualidad incontinentes.

Y vaya uno a saber cuáles otras manifestaciones aún no descubiertas. Porque cuando en una sociedad las estructuras facilitan el aburguesamiento y la corrupción, cuando las costumbres devienen en mediocridad y conformismo, por cierto aparecen los santos que procuran remecerlas.

Pero también actúan, y a veces con terrible eficacia, los muy variados anarquistas.