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¿Toda diversidad es buena?

La diversidad en sí misma no es buena ni mala. Será buena para una sociedad, en la medida en que enriquezca o permita la perfección de las personas que integran esta sociedad. Si una sociedad legitima, por ejemplo, los actos homosexuales -derivados de las diversas “orientaciones sexuales”-, está dando cabida a una diversidad que no permite el correcto desarrollo de quienes conviven en ella, pues promueve actos contrarios a la naturaleza humana. Una diversidad de ese tipo, no puede ser buena para una sociedad porque distorsiona el correcto sentido del bien, confundiendo la inteligencia y desincentivando el correcto ejercicio de la voluntad de sus miembros. Como en todo lo que tiene relación con la persona humana –que por definición es un ser moral-, lo bueno y lo malo de la diversidad estará siempre referido a la finalidad que les es propia al ser humano: una vida lograda –feliz- por la plena realización de sus potencias, en la contemplación de la Verdad, el Bien y la Belleza perfectos.

El diccionario de la Real Academia de la Lengua define diversidad como variedad, desemejanza, diferencia. También la define como abundancia y concurso de varias cosas distintas. Así, el lenguaje da cuenta de un término con el cual no se denomina a un sujeto dado, sino a una cualidad de un conjunto de sujetos que pueden agruparse por lo que tienen EN COMÚN y no precisamente por lo que tienen de diverso. Cuando se habla de diversidad biológica, por ejemplo, se supone una base común a los sujetos a los que incluimos en esa diversidad: la vida. No se podría comprender el binomio “diversidad biológica” si asumimos la diversidad como “cualquiera diferencia” porque podríamos, entonces, incluir a las piedras! Absurdo, no? Pues bien, lo mismo para la diversidad cultural. Las distintas culturas tienen algo en común: sus elementos y manifestaciones –aunque diversas- son producto del despliegue de la vida humana. Ahora bien, ¿es la diversidad biológica buena? Sí, porque existe, pero no porque sea buena moralmente hablando (no se puede dar valor moral –bueno o malo- a lo que no es producto de actos humanos). ¿Y la diversidad cultural? Depende, porque en este caso, lo que hay en común es –precisamente- lo humano, lo moral. Si un grupo de culturas diversas promueven distintamente verdaderos bienes humanos (lengua, costumbres, ciencia, arte, religión, etc.), es decir, posibilidades de perfección y no de corrupción, su coexistencia podría ser muy enriquecedora. Por el contrario: ¿se puede considerar enriquecedor legitimar la coexistencia “en la diversidad” con una cultura –por ejemplo- caníbal?

Hoy en día, debemos enfrentar la poca lucidez que cunde en estas materias, haciendo frente a clichés como “debemos lograr la unidad en la diversidad”. Este slogan se utiliza, normalmente, para dar cuenta de una sociedad que está “abierta” a múltiples personas, credos, teorías, costumbres, etc., sin discriminación. Sin embargo, está mal planteada, pues lo diverso sólo se puede acoger en lo unitario y no al revés –en la búsqueda de lo verdaderamente humano y divino: aquello que da sentido a esa unión en sociedad.

La diversidad bien entendida sólo puede subsistir en una comunidad que cumple dos requisitos:

1) está de acuerdo y fomenta los principios que son origen y finalidad de su existencia.

2) permite el pleno desarrollo de aquellas diferencias que no definen a la comunidad.

Toda diversidad que no respete la naturaleza humana (lo común), tenderá a socavar los fundamentos de la unidad, dando paso a la corrupción de los individuos y desintegrando la vida social.