Sobre la sal (del mundo) en la gastronomía evangélica

Gonzalo Letelier W. | Sección: Religión, Sociedad

04-foto-1-autorEn el evangelio de hace algunos días, Jesús decía a sus apóstoles «vosotros sois la sal del mundo». Vosotros, no ustedes, porque queda menos cotidiano, más gustoso y especial. Sencilla metáfora a partir de la cual, sin embargo, se puede cocinar una buena tira de enjundiosas conclusiones.

Primera y más obvia: si el mundo necesita sal, significa que está desabrido. O mejor, que es desabrido. No tiene gusto a nada. Vivir del mundo, sobre todo de sus placeres, es como comerse los ingredientes crudos y separados. O peor, como cocinar sin sal.

Me acuerdo cuando, de chico, uno probaba la masa cruda de las tortas de la mamá y resultaba que era bastante repugnante. Lo cual era extraño, porque los ingredientes eran los mismos que los de las tortas ya preparadas (que eran las mejores del mundo, obvio) y, para los ojos de un niño, esa cantidad de azúcar no podía sino significar que estaba bueno. Pero no. Además (y en esto se puede discutir bastante), la verdadera comida, la que puede ser realmente buena, es la salada, no los dulces. Los dulces y los postres son pequeñas licencias que uno se da después de haber gozado de un plato de verdad. Con sal. El azúcar del mundo endulza, hace atractivo, pero empalaga y, a poco andar, te deja pesado y con acidez. Lo dulce es voluptuoso, mientras la sal es sobria y sencilla. Y por último (y esto es particularmente interesante) lo dulce quita las ganas de seguir comiendo. Con el postre, con el dulce, se acaba la fiesta (por eso al café no hay que ponerle azúcar, y por eso se inventó el bajativo… que no debe ser dulce). El fanático del postre puede comer más postre, pero es más de lo mismo, porque igual con lo dulce se terminó la comida, tal como sucede con los placeres del mundo. Lo cual no significa que no sea cristiano gozar del mundo, en absoluto. El postre puede ser buenísmo, y definitivamente es necesario para el hombre común. El tema es solamente que la sal no es para eso; el tema es saber qué es lo realmente importante y qué es lo secundario, porque sólo así se puede gozar de ambos.

04-foto-21Un segundo aspecto: la sal (nuevamente a diferencia del azúcar) no es propiamente un ingrediente, no le da un gusto nuevo a las cosas, sino que acentúa (o perfecciona) el que ya tienen. Esto es importante, porque desabrido no es lo mismo que podrido. Y lo propio del mundo, al menos en principio, es ser desabrido, no estar podrido. Está implícita aquí toda la relación entre naturaleza y gracia, porque tal como la gracia, la sal no se opone al gusto anterior, que es bueno pero insuficiente, sino que lo eleva más allá de sus posibilidades naturales, sin destruirlo. Los santos son tan distintos entre sí como lo era su respectiva personalidad natural. Nada más lejos de emparejar (y aburrir) que la sal de la santidad. Santo triste es triste santo. Con la sal, todo lo bueno y diverso de la comida permanece y se acentúa.

Pero no hay que hacerse ilusiones: aunque no esté podrida, la comida sin sal (el mundo) es mala, no vale nada. Por eso es que, si la sal no sala, es incluso peor que el mundo, porque no es ni mundo ni sal: estorba, hay que tirarla a la calle para que la pise la gente, es decir el mundo. Como el curita que se dedica al activismo político en vez de a la vida religiosa; o peor, como el religioso dulzurrón y blandengue que se dedica a acoger, comprender y aceptar absolutamente cualquier cosa, que nunca se pronuncia con claridad sobre nada por temor a ofender, y que se viste religiosamente de paisano (valga la contradicción) para pasar desapercibido, para que no se vaya a notar que hay un ligero gustillo a sal entre tanta dulzura. Cristiano insulso, desabrido, que no está en el mundo ni fuera de él. Y lo mismo vale para los laicos. El malo es temible; el bueno es admirable; el bonachón ingenuo que dice garabatos para poder ser de los malos es patético.

04-foto-3Es como si Dios prefiriera al que es malo en serio antes que la indefinición crónica; la sal que no sala es otra imagen para el tibio, al que Dios va a vomitar de su boca porque no es ni frío ni caliente. Lo cual también nos trae a la memoria algunos partidos políticos, pero eso es otro tema…

Todo esto responde a la objeción según la cual los cristianos viven en otro mundo o, peor, quieren escapar de éste. Mentira: es lo cristiano (la sal), sean las personas o los principios, lo que hace que el mal plato de este mundo dentro de todo se pueda comer (La vida es una noche en una mala posada, decía Santa Teresa). Y cuando la sal cristiana no logra dar buen gusto porque ya está todo demasiado seco, al menos conserva y mantiene vivo lo que va quedando reseco al sol, como con el charqui, y con eso salva la vida del hambriento. Incluso puede quedar algo de sabor, aunque nunca como un plato de comida bien hecho. Y allí está toda la misión del cristiano en este mundo, que por supuesto, no es toda la misión del cristiano.

04-foto-4Totalmente distinta es la relación con lo podrido; eso que no vio nunca la luz del sol, porque se le escondía; lo que no está seco, sino descompuesto. Lo podrido se puede tratar de tapar con sal, pero va a quedar peor. Son ingredientes que se corrompieron, que todavía parecen ser lo que eran, pero en verdad tienen un gusto repugnante porque perdieron incluso sus virtudes naturales. Y ese gusto a podrido también es acentuado por la sal. Ponga usted sal de la buena en una sociedad corrompida, como la del Occidente actual, y verá usted cómo destaca la podredumbre que se quería ocultar. ¿Ejemplos? Con sal, el derecho a la interrupción del embarazo no deseado se vuelve a llamar aborto, la especulación financiera se vuelve a llamar robo, los derechos sexuales, promiscuidad, y el idealismo político de los jóvenes proletarios se vuelve a llamar delincuencia común y vandalismo. El cristiano es particularmente molesto donde las cosas están más podridas.

Pero siempre habrá, por supuesto, una alternativa a incomodar. Son los sucedáneos de la sal. Sólo pensar en los resultados da indigestión. Baste un ejemplo: trate de poner usted un sustituto de la sal (digamos salsa de soja o pimienta), o sea un seudo cristianismo mundano, en la podredumbre del comunismo, y tendrá servido en su mesa un buen plato de teología de la liberación. Ni hablar de los intentos de condimentar el liberalismo y la ideología democrática.

04-foto-0Es curioso notar que, en general, las cosas más humildes (pienso en el pan, las cebollas, los porotos o las papas) no se pudren o se demoran más en hacerlo. Se secan, quedan duras o rancias, pero lo que realmente se pudre son las cosas frescas y delicadas, las cosas finas que requieren elaboración y cuidado. La mejor cocina (y ahora pienso en la italiana y la española) está hecha de ingredientes sencillos y pobres, pero bien hechos. Como sus santos.

Enorme tragedia si la sal no sala. En dos líneas, el Evangelio traza un perfecto diagnóstico de una cristiandad que, por querer acoger al mundo, y sobre todo, por querer ser acogida por el mundo, corre el riesgo de no tener gusto a nada y hacerse peor que el mundo. Lo que hace la sal es exactamente lo contrario: intensifica el presente en lo que tiene de bueno, denuncia el mal gusto de lo podrido, y conserva la virtud natural. Como para pensar que, después de todo, hay dando vuelta mucha más sal de lo que parece a unos ojos demasiado acostumbrados a ver el defecto.