“Sin censura”

Augusto Merino M. | Sección: Política, Sociedad

02-foto-1-autor1Ud., que es hombre adulto, cuarentón, ve esta frase: “sin censura”. Sea sincero y conteste: ¿no le pica la curiosidad hasta el punto de decir “total, una vez no más…”? Y Ud. es hombre con criterio formado (ha pasado por un largo período de educación, tiene trabajo estable, es casado y con hijos, está vacunado respecto de todo lo que le pasa a la gente).

Piense ahora en un adolescente de 16 años. No sabe bien lo que quiere, no tiene clara conciencia de su identidad, no gobierna sus estados de ánimo ni –con frecuencia– su cuerpo, está recién terminando la educación media, no tiene experiencia de casi nada, ni responsabilidades. Por otra parte, tiene todas las curiosidades vivas, y no es capaz todavía de discriminar entre las que vale la pena satisfacer y las que no. Supongamos que ve la misma frase. ¿Cuál va a ser su reacción?

El efecto de lo que se muestre “sin censura” será distinto en Ud. y en el adolescente. En Ud. va a hacer mella –nadie es de palo…–, pero habrá tenido tiempo Ud. en su vida para juntar fuerzas morales y reaccionar: “esto es una porquería”. El adolescente, no.

Para quien tenga un mínimo de sentido comercial resulta claro que el negocio que se puede hacer picando la curiosidad de la gente es redondo. Si además tiene uno buen ojo y logra transformar en cómplice suyo la sensualidad adolescente, mejor que mejor. Y si, cosa nada difícil, consigue crear una pasión en el joven –mezclando subrepticiamente placer y desviación–, se habrá anotado Ud. un exitazo, y puede descansar por el resto de su vida: el negocio caminará solo, aceitadito. Habrá colocado Ud. el producto justo en un mercado insaciable.

Estas son las razones por las que la pornografía, la exhibición de erotismo enfermo y de perversiones de distinto tipo se han transformado en actividades tan descomunalmente lucrativas en el mundo.

Un parlamentario socialista propuso hace algún tiempo que la censura opere con sólo dos categorías: para menores de 16 años, y para mayores de 16. Digamos, un niño de 17 podría ver todo lo que los traficantes de vicios quieran mostrarle. Lueguito viene el video, con lo que los menores de 16 tendrán acceso a lo mismo, cómodamente instalados en sus casas. ¿Qué le parece? “En otras partes del mundo es así…”, ha declarado el parlamentario.

“En otras partes del mundo” los electores escriben cartas a sus parlamentarios para exigirles ese mínimo de sentido común que frecuentemente el poder hace naufragar en ellos.