En conciencia
Augusto Merino M. | Sección: Política, Sociedad
Una vieja aristócrata francesa, a punto de ser guillotinada durante la Revolución, exclamó: “¡Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!…”
En general, quien está dispuesto a cometer un crimen tiene a su disposición un amplísimo repertorio de ideas, valores y principios respetables a los que echar mano para justificar sus trapisondas.
Ultimamente se ha puesto de moda justificar cualquier cosa con la disculpa de que “uno ha actuado de acuerdo con su conciencia”. Vale la pena, pues, examinar el punto.
Supongamos que Perico de los Palotes mata a su abuela de un escopetazo en la cara. La policía, los jueces, el público, todos lo acusan, horrorizados, de tamaño crimen. Perico responde “que está muy tranquilo y sereno, que ha actuado de acuerdo con su conciencia, ya que la vieja era una bellaca, después de todo, y se lo merecía”.
Supongamos que Ud. le aceptó la disculpa. Perico, entonces, procede a expropiar la mujer legítima de algún prójimo mediante el uso de sus hábiles artilugios de conquistador. Acusado de adulterio, se defenderá –envalentonado, esta vez– diciendo que, “en conciencia, no cree haber hecho nada de qué avergonzarse, puesto que, en todo caso, el marido no se la merecía”. ¿Respetará Ud. la conciencia de Perico?
Reconozcamos incluso que la abuela sí puede haber sido una bellaca, y que el marido burlado no se merecía, en efecto, a su mujer. A pesar de todo, ¿dirá Ud. que Perico no merece reproche alguno ya que su conciencia no le reprocha nada?
Evidentemente, hay algo que parece mal en la posición de Perico, y Ud. se da cuenta de ello inmediatamente. Lo que ocurre es que, en materia de moral, la “conciencia” no es, así, sencillamente, la norma última, ni la instancia inapelable, ni la medida absoluta del buen comportamiento.
Por el contrario, para que la conciencia sea un guía de la conducta de cada persona, ha de ser una conciencia “recta”. Y esto porque hay una norma moral situada fuera de la interioridad de cada hombre, la que es la medida o parámetro de esa “rectitud de conciencia”. Esa norma es la “ley natural”, cuyo conocimiento es accesible a todo hombre con uso de razón.
Hay casos, sin embargo, en que el individuo es tan poco educado, tan ignorante, que no alcanza a tener un conocimiento claro de esa ley natural, a la cual su conciencia debe someterse.
Incluso puede darse el caso de que una patología mental impida al individuo ese conocimiento. Y, aunque, en un caso como éste, el individuo en cuestión no puede ser castigado si viola esa ley, ésta no pierde su valor y su vigencia.
Afortunadamente, no es frecuente en nuestro país que altos magistrados (jueces, ministros, parlamentarios) sufran de patologías mentales. Por lo mismo, si actúan mal por un insuficiente conocimiento de la ley moral natural, no les vale la excusa de “haber actuado, en todo caso, en conciencia”. Se trataría, en su caso, de una “ignorancia inexcusable”: nadie que ocupe o aspire a ocupar cargos tan importantes puede descuidar el estudio esmerado de esa ley moral, sin cuyo acatamiento la conciencia no es nunca “recta”.




