El país no está para nuevas aventuras. Lo prioritario es cerrar el paso a los extremismos

Sergio Muñoz Riveros | Sección: Política

¿Cómo fue que las corrientes de derecha crecieron al punto de darse el lujo de competir con tres postulantes en la primera vuelta presidencial de este año? No hay misterio. Capitalizaron los temores provocados por la violencia política en gran escala, el crecimiento del crimen organizado, los efectos del izquierdismo que no repara en medios, la aventura constituyente, el espectáculo de Boric en la Presidencia, el estancamiento económico y, por si fuera poco, la eventualidad de que el PC se instale en la conducción del Estado.

Aunque la mayoría quiere dejar atrás el rumbo errático y la incertidumbre de estos años, eso no basta. Lo que el país necesita es estabilidad, gobernabilidad y progreso real. Ello exige orden, naturalmente, pero orden democrático. Las proclamas autoritarias no sirven a esa causa. Nada que exacerbe la irracionalidad puede ayudarnos.

Está cayendo el telón de la etapa que inauguró Michelle Bachelet en 2014, cuando regresó de su primer trabajo en la ONU y se puso a la cabeza de un experimento político: abandonar el cauce abierto por los 4 gobiernos de la Concertación entre 1990 y 2010, el último de los cuales presidió ella, e impulsar un giro a la izquierda.

Aunque su propia notoriedad internacional se debía al contundente éxito de aquella coalición, Bachelet quería ir más lejos, hacia lo que llamaba “el otro modelo”, supuestamente más avanzado. ¿En qué consistía eso? De partida, en enterrar la matriz concertacionista e incorporar al PC al gobierno.

Bachelet lideró el pacto de intereses del naciente Frente Amplio, la vieja izquierda autoritaria y la corriente autoflagelante de la centroizquierda. Fue la hora de la recaída en las antiguas ficciones anticapitalistas en un país que había dado un inmenso salto de progreso gracias al dinamismo de la inversión privada y la acción de un Estado comprometido con políticas promercado y pro cohesión social.

Sus banderas fueron un proyecto de reforma tributaria que extendió la desconfianza en amplios sectores, la ofensiva contra los colegios particulares subvencionados por encarnar el lucro y, sobre todo, la campaña por reemplazar la Constitución muchas veces reformada, y que llevaba la firma del presidente Lagos.

Buena parte de las consignas con que Boric llegó al poder en 2022 se incubaron en la experiencia de la Nueva Mayoría, que buscó cuestionar la transición democrática y la política de acumulación de reformas. Fue entonces que creció el complejo de inferioridad de los partidos de la antigua centroizquierda, los que llegaron al punto de desvalorizar su propia obra. Con la brújula estropeada, el PS, la DC, el PPD y el PR iniciaron la marcha hacia su propia decadencia.

Ya sabemos cuán turbia fue la actuación de esos partidos en la oposición a Piñera, cuando se propusieron demostrar que la derecha no tenía derecho a gobernar y cohonestaron el golpismo de izquierda. Luego, avalaron el proyecto de Constitución refundacional que dejó profundas dudas acerca de qué idea de nación tenían. Y ahora, con una identidad borrosa, cuando concluye sin pena ni gloria el gobierno de Boric, avivan a la candidata del PC para tratar de salvar los muebles parlamentarios.

El país perdió tiempo, energías y recursos como consecuencia de la visión distorsionada de quienes están en La Moneda. ¡Cuánto delirio demagógico en estos años, cuánta ceguera respecto del valor de lo construido en las décadas anteriores! Si las cosas no resultaron peor, fue porque el país reaccionó a tiempo para defenderse de las tendencias disolventes. El triunfo del Rechazo en septiembre de 2022 salvó a Chile de un inmenso desastre. Bachelet y Boric, unidos, estuvieron al otro lado.

La mayoría de los chilenos quiere que el país supere la inseguridad y el desorden actuales, que la delincuencia deje de imponer su dominio en muchas zonas, que por fin vuelva la legalidad. Junto a eso, está el deseo de que crezca la economía, se creen nuevos empleos, mejore la atención de salud, se construyan más viviendas, se logren avances reales en la educación pública. O sea, todas las áreas en las cuales el balance del gobierno de Boric es pobrísimo.

A estas alturas, no hay dudas de que la borrachera del irrealismo izquierdista causó graves perjuicios e hizo retroceder al país. Se trata ahora de evitar que caigamos en una nueva borrachera, esta vez de irrealismo derechista, con nuevas expresiones de soberbia ideológica. El país no quiere más fanatismos, cualquiera que sea su color, y desde luego no quiere divisiones odiosas, que solo acarrean desgracias.

En la conducción del Estado, hacen falta cabezas despejadas, que actúen con sentido nacional y los pies en la tierra, que potencien las capacidades creativas de la sociedad y defiendan la democracia en todo momento. Es posible sumar amplias fuerzas en favor de la sensatez política y la colaboración. Chile puede volver a progresar.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Ex-Ante el domingo 9 de noviembre de 2025.