De regreso a octubre

Alejandro San Francisco | Sección: Arte y Cultura, Historia, Política, Sociedad

Desde hace seis años, octubre es un mes con renovada historia, cuando se produjo el ataque repetido a las estaciones del Metro, que dio comienzo al estallido social, o revuelta popular o derechamente a la revolución que se transformó en la prueba más dura para la democracia chilena desde 1990 en adelante.

Lo primero que salta a la vista, al recordar aquellos días, es la dinámica contradictoria entre la destrucción y la violencia, frente a las esperanzas y anhelos de un futuro mejor. Aunque hoy algunas de estas cosas parezcan difuminadas, lo cierto es que a fines de 2019 hubo una crítica muy dura hacia las tres décadas de democracia, un sector importante de la población validó la violencia como método para promover los cambios y se desarrolló un ambiente profundamente contrario al Estado y las instituciones, en aras de un futuro mejor.

En esa línea se puede inscribir el inicio del proceso constituyente en esa histórica jornada del 15 de noviembre. En la práctica, tres días antes las fuerzas de izquierda –desde la Democracia Cristiana hasta el Partido Comunista– habían señalado que ese proceso se había iniciado de hecho en las calles de Chile. De los hechos a los acuerdos se inició un camino que a muchos pareció una locura y que en buena medida se transformó en una vía llena de contradicciones, fracasos y decepción.

Hoy queda poco del ambiente de jolgorio, de ídolos renovados (el “perro matapacos”), de cultura iconoclasta (contra la autoridad, la policía y las estatuas), de la destrucción y quema de iglesias, propiedad estatal y privada. Pero esa destrucción no tiene vuelta atrás. También será difícil recuperar el prestigio internacional de Chile y los miles de millones de dólares que salieron del país en medio de la revolución.

El fracaso dos procesos constituyentes terminó demostrando que el problema de Chile, al menos para la ciudadanía, no era de carácter constitucional, aunque en noviembre de 2019 llegó a considerarlo así un sector importante de la población y casi toda la clase política. Por otra parte, quedó claro que la democracia es frágil y que no es posible enfrentar el presente mediante la división, sino con diferencias, pero con un sentido de país que no puede perderse. En otras palabras, la vorágine plurinacional y un cierto resentimiento contra la historia patria –propia de los procesos refundacionales– significaron una especie de fuegos artificiales que terminaron por agotar a la mayoría del país, que seguramente no había pensado en una deriva tan creativa del estallido propiamente social de octubre de 2019. Después de la derrota de la Convención el 4 de septiembre de 2022 -derrota que también fue del gobierno de Gabriel Boric y de la constitución que propuso dicho órgano- el país volvió a una especie de normalidad, pero arrastrando un problema importante: es probable que hoy Chile sea relativamente más pobre que en 2019, con múltiples problemas sociales no resueltos (crecimiento de los campamentos, interminables listas de espera en salud, una pobreza que no cede y falta de oportunidades de trabajo).

No se trata de ver todo mal, pero sí es necesario mirar la situación con realismo, por lo que fue el 18 de octubre, por lo que es Chile hoy y por las perspectivas que se asoman hacia adelante. En la campaña electoral de este 2025 hay quienes han insinuado la posibilidad de un nuevo estallido social en caso de que gobierne la derecha; incluso algunos estiman que hay problemas no resueltos y podría haber una crisis de gobernabilidad. En esos planteamientos puede haber una convicción real o mero oportunismo político, poco importa. Lo que sí es relevante es que los problemas sociales deben ser una prioridad, muchos deben resolverse con urgencia y metas claras, así como es preciso comprender que un fracaso en el progreso social tiene consecuencias políticas graves, como el desprestigio de las instituciones, el desafecto hacia la democracia y un caldo de cultivo de odio y resentimiento.

Esta semana se presentó el libro de Sergio Micco, Ocurrió en octubre. Diario del estallido y de mi paso por el INDH (Ediciones UC, 2025). Vale la pena leerlo: una obra que tiene pasión, que en ocasiones habla en primera persona y muchas veces hace un análisis político e histórico sobre lo que vivió Chile, los peligros que experimentó la democracia y el crecimiento del odio político, que casi termina por destruir lo que tanto había costado construir. Asimismo, vale la pena leer otros tantos libros sobre el estallido/revuelta/revolución de octubre de 2019. Esto no responde sólo a un esfuerzo intelectual, sino a un ánimo de comprensión política. En ese momento se expresaron anhelos y frustraciones, no solo violencia y destrucción. Hubo muchos que genuinamente pensaron en un futuro mejor, aunque el camino se haya desviado hacia otros objetivos y propuestas.

Seguramente el 18 octubre habrá pocas celebraciones y no habrá muchos herederos del octubrismo, que parecen haberse esfumado del escenario político. Bien por una realidad más equilibrada. Sin embargo, sería un error hacer desaparecer de la discusión a ciertos problemas sociales persistentes, como si no existieran o ya se hubieran solucionado. Más bien es necesario recuperar un análisis fino de la realidad, un sentido de urgencia en las soluciones y una convicción de que es posible avanzar en forma pacífica hacia una sociedad mejor. De lo contrario, es probable que renazca la desesperanza y los cantos de sirena, con todo lo que implica.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el domingo 5 octubre de 2025.