Chile a la deriva

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Política

Es evidente que cuando una nave pierde los sistemas de navegación y los mecanismos de respuesta, en algún momento termina quedando a la deriva. Una nave espacial puede seguir su trayectoria, pero, sin correcciones de curso, la travesía se hace imposible. Nuestro país estuvo el último tiempo básicamente andando gracias al impulso inicial, operando por inercia o, dicho popularmente, “con el vuelito”. Hoy, la historia es muy distinta, el vuelo se perdió y el país está totalmente a la deriva, sin curso y fuera de control.

Sí, fuimos testigos de la destrucción material en los días de la insurrección. Dichas imágenes quedarán en la memoria de toda la nación para siempre. Sin embargo, tal vez resulta mucho más duro y desesperanzador ver la pérdida absoluta ya no de principios, sino de todo sentido de moralidad, de lo que es correcto y lo que no lo es. Los días de octubre no fueron un estallido social; fue el estallido de un furúnculo enquistado en el alma nacional, formado por un veneno mortal que le fuera inyectado a nuestra sociedad y que terminó desparramando la pus del odio, el rencor, el resentimiento y la envidia peligrosamente validados como los nuevos valores y armas de acción política.

Reconozcámoslo, la sociedad chilena siempre ha sido proclive a la iracundia, a las reacciones tempestuosas, a la violencia física y verbal y, en mayor o menor medida, a la envidia. No hay sociedad perfecta, por el contrario, son todas naturalmente imperfectas ya que están formadas por individuos naturalmente imperfectos que comparten ciertas características comunes. Sí, somos un pueblo solidario, orgulloso de su origen, patriota y una serie de virtudes. Sin embargo, ese salvajismo y violencia que ronda la mente colectiva de nuestro pueblo es nuestro tendón de Aquiles y nos ha perseguido a lo largo de nuestra historia. Por ello, el 18 de Octubre de 2019 fue una de esos tantos tantrums o rabietas que cada 40 años sorprende nuestra sociedad. El problema es que en esta oportunidad, el veneno con que se contaminó nuestra sociedad hizo uso de tal proclividad a la violencia, tal como ese diablillo de los dibujos animados que convence a su víctima de que está bien lo que en realidad está muy mal.

Este veneno que terminó por dejar a nuestra nación a la deriva, también se encargó de destruir la moral, la cultura del trabajo, el respeto a la palabra empeñada, el compromiso y hasta la fe de un amplio sector de nuestra sociedad. Es cuestión de ver el gobierno del Sr. Boric, que no tiene ningún problema en ofender a la prensa; en que un ministro de estado vaya derechamente a ofender y denostar a parlamentarios en el Congreso Nacional; a censurar, a cancelar a quien se sale de la línea del régimen;a hacer uso del cohecho más grande de la historia de la nación desplegando todo el aparato público para defender su propuesta constitucional y, lo que es peor, no reaccionar frente al terrorismo que tiene a Chile en estado de pavor. Sí, el veneno ya llegó hasta la médula del alma nacional, consiguiendo hacer de nuestro país -una nación pujante-, una nación más que cae en la maldición del continente latinoamericano que entre tiranuelos y dictadores con inspiración marxista consiguen que al pueblo no le quede más remedio que conformarse a la pobreza material y espiritual.

Es un error creer que ganando el rechazo, el 5 de septiembre volverá todo a la normalidad. No señores. Habrá un cambio de ánimo en el país, un cambio de ánimo de aquellos que dicen “¡de la que nos salvamos!”, pero que nada tiene que ver con la verdadera tarea que tendremos en frente: la reconstrucción y desintoxicación nacional. Reconstruir Chile para llevarlo de vuelta a la senda en que estaba demorará largos años; limpiar el veneno que corroyó el alma nacional, demorará décadas. Quiero creer que dicho veneno no fue suficiente como para introducir un cambio cultural irreversible, sin embargo, con la victoria del rechazo, además de que continuará la cantinela constitucionalista, la mayor tarea será levantar la moral nacional y traer a la nación a sus cabales.