La vuelta de los overoles blancos

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Historia, Política

El overol, vestimenta de trabajo que también fuera usada por miles de alumnos, ya estaba en franca retirada en mi época de escolar, siendo reemplazado por la cotona. Confieso que no fue sino hace pocos años que tuve ese momento de revelación que me hizo descubrir que el mentado overol no era más que un anglicanismo de la palabra overall, es decir, encima de todo.

La cuestión es que es una pieza que se asocia al trabajo y al orden (por el cuidado que ofrece a la ropa que va por debajo de este), y, si se quiere, sin gozar de mucha belleza, ostenta autoridad. Recordemos que el propio Winston Churchill tomó grandes decisiones de estado vestido de su siren suit mientras pintaba o hacía trabajos de albañilería; los pilotos de combate y el personal de buques de guerra también hacen uso del overol. El poder y el monopolio de la fuerza -en palabras de Thomas Hobbes- que le cabe al estado, es en cierta medida un overol que reviste a la nación, protegiéndola de elementos que destruyan el entramado social, manteniendo el orden de esta y conduciéndola por los cursos de la historia que desembocan en el progreso y bien estar de la sociedad que reviste. Es por esto por lo que resulta una ironía en sí mismo el uso de los overoles -y más encima blancos- por células anarquistas en nuestro país.

Hoy en día, cada vez que se asoman los overoles -o mamelucos- blancos en las calles San Diego o Arturo Prat de nuestra capital, inmediatamente se les asocia a jovenzuelos indisciplinados del Instituto Nacional. Sin embargo, estas apariciones son la punta del iceberg de toda una estructura subversiva que opera en la clandestinidad y que hace apariciones esporádicas que nos recuerdan de que existe un movimiento mucho más peligroso por debajo de la superficie. Cabe recordar que el anarquismo en Chile se remonta a finales del siglo XIX con la llegada de propaganda cargada de los textos de Bakunin y Kropotkin, proveniente de Argentina y España, y que derivaría en las Sociedades de Resistencia, como formas de organización obrera más cercanas a lo que sería el anarcosindicalismo. Sin embargo, sus incursiones como medio político en los años 1960 y principios de los 1970 formarían agrupaciones que tan amargos recuerdos le traen a nuestro país, como es el caso del MIR.

A partir del 11 de septiembre de 1973, los grupos anarquistas -así como los brazos armados de otros grupos de la izquierda chilena- operaba desde la clandestinidad y así continuó hasta después de 1990. Sin embargo, siempre hay que cuidarse de creer que, por la ausencia de eventos cinéticos, no hay guerra. Es así como -al menos a la luz pública- el anarquismo parecía extinto hasta que el 2014 reapareciese en el asalto al cuartel de la PDI para luego “desaparecer”. Dicha aparición se trató de una operación para tantear el terreno y los mecanismos de respuesta frente a un evento de mayor envergadura que desde entonces ya se manejaba en los círculos anarquistas y comunistas. Sería parte de las preparaciones para el golpe material que coronaría la antesala ideológica ya inserta en las mentes de la nueva generación que recibiría con los brazos abiertos y con el goce espiritual del fanático los eventos del 18 de octubre de 2019 y la debacle posterior.

Por lo tanto, el octubrismo no trajo los overoles blancos, sino todo lo contrario. A su vez, no operan solos. Hay una estructura logística, lazos materiales y objetivos comunes con organizaciones políticas que hacen uso de los anarquistas como los autores materiales de acciones violentas que crean las coyunturas que propician la agenda política, por ejemplo, del PC. Por ello, las declaraciones presidenciales tras los atentados del 25 de julio, en que afirmaban que “no apoyan la violencia” deben ser leídas con cautela. Podemos otorgarle el beneficio de la duda al gobierno y creer que no haya un vínculo directo, sin embargo, el comando central del PC que es quien realmente maneja el gobierno, sí tiene vínculos con los responsables de los últimos atentados.

Hoy en día, las entradas en escena de los anarquistas son esporádicas. Cada vez que hacen aparición, no es con la mera intención de mantener encendidos los fuegos revolucionarios, sino también una manera de estudiar la reacción en todos los ámbitos: de la fuerza del estado, de la opinión pública y el efecto moral desestabilizador del sistema, que es el propósito por antonomasia de todo movimiento anarquista. Por ello debemos estar atentos y poner atención a cada jugada de las izquierdas más extremas -articuladas por los comunistas- de nuestro país. Cada episodio en el que hay un atisbo de violencia con fines políticos, allí estará la mano de ellos. Al final, es así como han construido su historia: destruyendo la historia de otros.