Algo más sobre el aborto
Leonardo Bruna Rodríguez | Sección: Sociedad, Vida
Cuando en una sociedad se declara legal el aborto, se puede razonablemente pensar que se ha perdido en ella el sentido de la justicia y el derecho. Si, mediante un acto directamente ordenado a ello, legalmente está bien matar al más inocente e indefenso, a aquel que justamente el ordenamiento jurídico debía especialmente proteger, entonces esa sociedad se ha quedado sin piso jurídico; después de eso ya podemos esperar cualquier cosa. Ciertamente es un gran mal moral matar injustamente al inocente, sobre todo cuando lo hacen, o por lo menos lo consienten, sus propios padres; pero es mucho peor que ese acto se declare oficial y públicamente lícito, pues esto expresa una corrupción moral más profunda, la de la misma conciencia moral. La ley civil, decía Aristóteles en su Política, no sólo tiene una finalidad práctica, diríamos regulativa de los actos, sino principalmente formadora de la conciencia moral de la sociedad. Por esto es tan grave la legalización del aborto.
Los que somos creyentes católicos confiamos en que las personas matadas en el seno de su madre están en el Cielo. En efecto, la Iglesia enseña en el Catecismo que podemos confiar que en estos casos Dios concede el efecto del Bautismo de un modo extraordinario, por lo que redimidas por Cristo mueren como hijas de Dios y por ello están en la gloria del Cielo. Juan Pablo II, en la encíclica Evangelium vitae, después de condenar formalmente el aborto como un crimen especialmente grave, les dice a las madres que lo han hecho que pueden tener la certeza de que sus hijos, en el Cielo, interceden por ellas ante Dios que las ama con misericordia y quiere perdonarlas. La consideración de esta verdad sirve para pensar que los más afectados por el aborto, no son las personas asesinadas (como tampoco lo han sido los mártires cristianos de todos los tiempos), sino aquellos que lo cometen. Porque la Justicia divina es eterna, sabemos que los promotores de algo tan contrario al querer de Dios y las autoridades civiles que legislando en contra de la ley natural se hacen cómplices y corrompen la conciencia moral de la sociedad, tendrán que dar cuenta ante Dios de sus actos, inmediatamente después de aquel impostergable instante de la muerte, en que todos recibiremos la retribución eterna por nuestra libre respuesta al Creador.
La legalización del aborto no se da inmediatamente en una sociedad, pues algo tan antinatural no se acepta tan rápidamente. Normalmente se procede de modo gradual, permitiéndolo sólo en algunos casos y vinculado a un gran bien como es la salud de la madre, pues el mal no obra sino en virtud del bien, como sabiamente advertía Santo Tomás de Aquino. También ayuda, a modo de “preparación” previa de la conciencia moral para una futura aceptación plena del aborto, en cualquier caso –como se constata en otras sociedades más “adelantadas” en este punto– que el aborto se presente sólo como posibilidad. Ofrecer y consumir aquello que incluye sólo la posibilidad de que funcione como abortivo ya es un paso ganado en la tarea de disponerse gradualmente la conciencia moral al aborto. En otras palabras, sirve más a la lógica corrosiva de la conciencia moral de la sociedad que la píldora sea sólo posiblemente abortiva, a que lo sea directamente en todos los casos, pues así no se aceptaría tan fácilmente deteniendo en su principio el proceso.




