Todos somos bananeros

Joaquín Fermandois | Sección: Historia, Política

04-foto-1-autor1La unánime reacción de condena por el golpe en Honduras es un hecho inédito en los países americanos. Algo de esto hubo con el autogolpe de Fujimori en 1992, pero se le “perdonó” por estar el Perú inmerso en una sanguinaria guerra civil. Esta vez la reacción ha sido más intensa y con un alto contenido de proclamaciones morales. También con un alto contenido de hipocresía. Hace unos días estaban reunidos con Manuel Zelaya, el depuesto Presidente de Honduras, Cristina Fernández, Daniel Ortega, Rafael Correa y el autodenominado “Presidente del mundo”, Miguel d’Escoto, esencia de la oquedad, presidente de la Asamblea General de la ONU. Entremedio circulaba José Miguel Insulza. Orondos y felices, competían en beatería, es decir, en autocalificarse de paladines de la democracia, y manifestaban toda clase de mohínes para poner énfasis en cuán buenos, idealistas y osados eran.

El problema de Honduras no es algo baladí. Cruza toda nuestra América en el espacio y, en el tiempo, todo aquello que llamamos “bicentenario”. Nadie sale muy bien parado. Tiene que ver con la dificultad que tenemos para construir una verdadera civilización política. Los casos de países como Honduras hablan de un persistente mal en nuestro continente: herencia de atraso, diferencias étnicas, violencia pegajosa, ello agudizado por el narcotráfico, un toro a quien nadie le pone las astas, ni siquiera EE.UU. Sólo que las recetas neopopulistas no constituyen una salida a este callejón, sino que otro síntoma de la crisis. Basta escuchar a sus voceros y observar al vociferante lidercito, alto de porte y siempre ceñido con sombrero de cowboy. ¿Cuál es la tesis de los gobiernos continentales? Que se efectuó un golpe de Estado contra un Presidente constitucionalmente elegido. El punto es, sin embargo, quién llevó a cabo el golpe en primer lugar. Todo indica que fue el mismo Presidente, al utilizar un antiguo truco para perpetuarse. Es un tema propio del desarrollo político moderno: ¿Qué sucede cuando se emplean los medios democráticos para destruir la democracia (en nombre de una “democracia perfecta”, “es que somos idealistas”)? A continuación se desató el combate entre los poderes del Estado, que de esta manera pasaron a encarnar a partidos y no a impersonales reglas del juego. En Chile existe analogía con 1891 y 1973, con una vorágine parecida. Si para comprender a 1973 se leen las declaraciones de la Cámara (y la respuesta de Allende), de don Eduardo o de don Patricio, se tendrá una imagen de la atmósfera que se vivía.

04-foto-21Todo arreglo honesto en Honduras pasa por regresar al momento previo en que Zelaya convocó a un plebiscito hechizo, la consabida argucia bonapartista para proclamar: “El Estado soy yo”. Sería, además, el reconocimiento de que esta América, si porfía en recurrir a brincos de milagrero, no podrá alcanzar un grado verdadero de universalidad, de representar valores políticos que digan algo positivo a toda la civilización moderna. Nos es extraña la paciente construcción diaria del orden político, que comienza por la deferencia a nuestro vecino en el ruido molesto y en la fila de espera para ser atendido. Declamamos, en cambio, por lo que llamamos “utopía”, un orden perfecto, y trastabillamos en nuestra vida cotidiana. ¿Cómo se va a construir entonces una política saludable? Por estos pagos esbozamos muchas veces una mueca de desdén ante las “repúblicas bananeras”, aludiendo a nuestros hermanos centroamericanos. Pero un rescate de nuestros países debe necesariamente comenzar por el franco reconocimiento de que un rico filón de tipo bananero se extiende por varias capas tectónicas de todo nuestro ser.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.