Sí al cultivo de las personas: prohíbase la marihuana
Rodrigo Pablo P. | Sección: Educación, Política, Sociedad
El debate acerca de la legalización del consumo de marihuana es fuerte en el Chile de hoy, y él se ha recrudecido a propósito del proyecto de ley que busca legalizar su consumo y el cultivo particular, y por el “slogan” de la Feria Internacional del Libro de Santiago: “Sí al Autocultivo”. Muchas voces abogan en su favor, señalando que los daños que produce no son sustancialmente superiores a los que genera el alcohol o el cigarro, y, siendo lo principal, que el Estado no tiene derecho a prohibir a adultos libres consumir uno u otro producto, sean cuales sean sus resultados sobre la mente o salud del consumidor.
Con independencia de que rechazo ambos argumentos: el primero, porque bien podría utilizarse para justificar la prohibición del tabaco y el alcohol en lugar de la permisión de la marihuana, y, el segundo, porque el concepto de libertad que utiliza es solo teórico y porque en la vida social las decisiones de un individuo pueden influir fuertemente a otro, lo que demanda del Estado, en su calidad de garante del bien común, el regular las conductas de todos y cada uno, de manera que podamos vivir en paz y armonía, y buscar nuestro mayor nivel de desarrollo personal y colectivo. Me gustaría centrarme en qué puede llevar a un hombre o mujer a abogar por la legalización del consumo de un producto que es a todas luces nocivo para su salud.
Creo que la respuesta está en la antropología que se ha tomado a occidente desplazando al cristianismo. Ella, que es una mezcla de la ilustración, con positivismo, con freudismo, utilitarismo y ateísmo, ha privado al ser humano de la realidad trascendente, que es parte integrante de él, dejándolo “cojo”, permitiéndole solo encontrar el sentido de su vida en los placeres corporales de los que se pueda proveer; no habiendo más consideración ética que la que trata como bueno a lo placentero y como malo a lo que no lo es.
En este sentido, resultan ilustradoras las palabras del psiquiatra y filósofo chileno Armando Roa, quien en su libro “La Extraña Figura Antropológica del Hombre de Hoy”, dice: “el hombre actual negado al pensar, supuso en un momento que su vacío interior, que tampoco lo llenaba la técnica ni una comprensión de la esencia de la temporalidad, podía cubrirlo el goce sexual; se prestaba para ello además la interpretación popular del freudismo, que veía en las represiones eróticas un origen de la angustia, de la soledad del aburrimiento, de la pérdida del sentido. El desenfreno sexual de las últimas décadas , la disminución del número de hijos a fin de evitarse afanes, el uso de contraceptivos para librarse de cargas tediosas, el desechar compromisos afectivos con la pareja y así eludir responsabilidades posteriores, la inminente posibilidad de desaparición de la familia, que es la formadora primordial del género humano, han llevado a un vacío peor, pues el sexo sin amor, a poco andar no llena nada y deja en una soledad sin esperanzas, salvo recurrir a las drogas, al suicidio, pues en el orden natural ya no hay otro placer superior al sexual. De este modo tanto desde el lado espiritual como desde el corporal, el hombre en medio de un siglo superabundante en creaciones artísticas, filosóficas, científicas y técnicas, y superabundante en sorpresas en el acontecer histórico, se encuentra marchando a la deriva como un anónimo entre muchedumbres de anónimos, esperando cada día emociones más fuertes que le oculten la pérdida de sentido de su existencia”.
Así se refiere este psiquiatra a la crisis de “sentido” por la que atraviesa occidente, y de la que Chile es parte. Ella, en palabras de Spengler, tiene a nuestra civilización al borde de la destrucción, como ya otros autores lo andan destacando. Esta crisis es una crisis de sentido espiritual, que se ha producido en la negación de Dios y la trascendencia, encerrando al hombre en su pura realidad corporal en la que el único sentido que se le puede dar a la supervivencia se encuentra en los sentidos del cuerpo.
Hoy en día, aparece nuevamente la figura de la serpiente del Génesis, diciéndole a la humanidad: “seréis como dioses”, siendo el concepto de dioses que se toma, uno similar al de los griegos, es decir, hombres y mujeres con vida eterna y libres para proveerse cualquier clase de placeres, dotados, a su vez de gran poder y belleza, mas sin grandeza ética, lo que los llevaba a causar sufrimientos, maldecir pueblos e incluso herirse entre ellos (como Zeus a su mujer Hera, quien odiaba a su marido por sus continuas infidelidades).
En este orden de cosas, un hombre que se siente eterno, y que por ende no teme a la muerte; que ve como única realidad la actual, y como único sentido de su existencia el placer, se siente que tiene todo permitido. Aquí el fin justifica los medios, y siendo el dinero la gran forma de proveerse placeres temporales cualquier forma de obtenerlo pasa a ser legítima: aparece la usura, la colusión, el robo, el narcotráfico, el proxenetismo, el sicariato, y muchos otros negocios inmorales, los cuales no tienen límite si la ley positiva los prohíbe. Como si la ley moral no tuviese ninguna importancia y la sanción que ella aplica a quienes no la cumple, esto es deshumanizarse y perder el sentido trascendente, no fuera muy superior a la que puede aplicar la ley de los hombres.
La legalización de las drogas, no es más que expresión de esto: quiero nuevos placeres y siento que ellos son legítimos, y, para otros, quiero poder ejercer mi negocio de manera legal, y puedo hacerlo, porque la bondad y maldad de las cosas depende de la voluntad de los hombres.
En este contexto, al Estado toca un rol pedagógico que se expresa a través de una adecuada educación para mostrar lo nocivas que son las drogas, y la prohibición de estas, tanto para proteger a los más débiles de nuestra sociedad de caer en las garras de las adicciones, como para moralizar los mercados y actividades económicas, a su vez, que indicar la ruta de las personas hacia su realización.
En suma, le corresponde evitar que en nuestra sociedad se haga carne el “Cambalache” que canta Gardel. De esa manera podrá ayudarnos a cultivar nuestra personalidad, por lo que solo me resta exclamar: ¡Sí al cultivo de las personas: prohíbase la marihuana!




