Una receta repetida

Raúl Alessandri | Sección: Política, Sociedad

Leyendo recientemente sobre Historia de Chile, me sorprende que la reacción ante cualquier problema es siempre la misma: Un nuevo ministerio o un nuevo departamento, con su nuevo complemento de burócratas, que van a resolver el problema de acuerdo a la ciencia moderna. Tales ciencias son con frecuencia la sociología y la psicología, que suelen llamarse “soft sciences”, ciencias blandas, en vez de ciencias lacias. Una vez que la noticia se añeja, desaparece de los periódicos, entonces no importa si la gestión tiene el éxito anunciado, o no. Lo importante es tener nuevos elementos de control (y partidarios empleados)

Mucho de esto es calcado de la fábula de Esopo, de las ranas pidiendo rey: la ranas rogaban a Júpiter que les enviara un rey, que con mano de hierro, reprimiera sus malas costumbres. Recordando el resto de la fábula, las ranas perdieron el respeto al primer “rey”, y el segundo, se las comió a todas.

Los expertos presumen de saber todos los detalles y vericuetos de cada problema, y anticipar hasta las mas mínimas consecuencias, positivas o adversas… para verse sorprendidos que la conducta de los humanos afectados no siguió lo proyectado. En otras palabras, los expertos están jugando a ser dioses.

Lo que trae otro recuerdo: Don Arturo dijo alguna vez que Jorge “estaba estudiando para Dios”. Son muchos los políticos y “expertos” que “estudian para Dios”, que conocen mucho mejor las necesidades y deseos de cada uno, y lo que en realidad nos conviene. La humanidad ha sobrevivido por muchos siglos sin esos conocimientos, y probablemente seguirá sin mucho cambio, porque la sociedad actual es consecuencia de siglos de experiencia.

Las utopías se chocan con esta “inercia” de la sociedad, que considera esa como sabiduría en vez de inercia. Intentar modificar el consenso, pretender, por ejemplo, que las reglas de intercambio de bienes y servicios, lo que llamamos la economía, se pueda arreglar por un plan magistral, que derrotará el egoísmo y la codicia, solo puede ser creído por los mismos expertos, admirados de sí, y por soñadores, que pueden creer, como Sócrates, que el conocimiento lleva a la conducta moral, de modo que solo los ignorantes pecarían.

Y esto me lleva a un último recuerdo de Don Arturo: “El odio nada engendra, solo el amor es fecundo”. Nuestra vida en sociedad se mueve principalmente por motivos egoístas. Los dispuestos a sacrificar los propios intereses por los demás son mas bien raros. El amor de una madre, o de un padre, no se pueden contratar. Cuando se logra que empleados/as sirvan en una relación similar a la de la familia, es porque el amor les hace participar de esa familia, de esa empresa. Y este amor, generoso y productivo, no se puede imponer o legislar, pero sí se puede torpedear por leyes de mal entendida compasión, como las de divorcio fácil, o las de cohonestar uniones de egoísmo compartido.

La verdadera felicidad es fruto del amor. Aquellos que se dicen felices sin amor, terminan en una sobredosis. No es fácil enseñar a amar, y cada uno tiene que descubrirlo por sí mismo. Lo mejor que podemos hacer es seguir a San Juan de la Cruz: “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”.