Obedecer, tarea imprescindible

Gonzalo Rojas Sánchez | Sección: Sociedad

#05 foto 1 autorNo hay crisis de autoridad sin deterioro paralelo de la obediencia.

¡Cómo se lo ha experimentado en la esfera pública, en particular, en la eclesiástica, en estas últimas semanas!

Si encuentran a alguien que sostenga que obedecer el fácil, manden sus argumentos por favor. La obediencia es difícil justamente porque implica tres cosas que no nos gustan nada: Oír las voces exteriores, apagar las voces interiores, ponernos en movimiento.

Pero la obediencia es posible –más que eso, es imprescindible– porque esas tres actitudes son propias de la dignidad humana.

Oír las voces exteriores significa reconocer la superioridad de otros –de casi todos– por su investidura, por su experiencia, por su ciencia, por su santidad, por lo que seaŠ o por todo lo anterior junto. Superioridad, y ya está.

Apagar las voces interiores implica hacerle el menor caso posible a las primeras reacciones defensivas, a los instintos de supervivencia de nuestra soberbia, a las pocas coordenadas que creemos tener como tierra firme para nuestra vida, apoyadas por cierto en un torpe “yo de esto entiendo”.

Ponerse en movimiento significa preguntar a las voces exteriores qué hay que hacer, dónde, cómo, cuándo –planteando con discreción las propias dudas, ciertamente– y trazar el plan para ejecutar los criterios de esa autoridad.

Casi todo esto está faltando en algunos que debieran ser los primeros en obedecer y en dar ejemplo a los demás.

¿Por qué?

Porque oyen muy poco las voces de afuera, en primer lugar, porque son muchísimas y apenas las saben discriminar, y, en segundo lugar, porque hay mucho ruido proveniente de las voces de adentro, que como hablan unilateralmente, sin contradictor, parecen sabias. Y no lo son.

Eso hace que el movimiento de algunos vaya justamente en la línea contraria de la autoridad. No obedecen, se rebelan.