Aristócratas del conocimiento

Juan Carlos Aguilera | Sección: Educación, Sociedad

04-foto-1¿Qué ha sido de los jóvenes y jovencitas que decidieron emprender la aventura del saber en la Universidad y que, en cierto modo, inauguraron una nueva etapa en sus vidas? Para algunos se ha convertido en un viaje apasionante. Para otros, todavía hay alguna confusión que no se logra despejar. Hay también quienes experimentan cierta apatía y desinterés.

Un filósofo moderno solía decir que, cuando hay un para qué vivir, no importan los por qué. Para un estudiante comprometido en una aventura incierta en sus resultados pero que vale la pena, recordar en las horas de agobio, cansancio o desgano por qué se atrevió a ingresar a la Universidad, puede resultar un buen tónico: una bocanada de aire fresco que le ayudará a renovar las energías y esperanzas para continuar lo emprendido.

En la Universidad, el medio por excelencia que permite aventurarnos en el saber y no sucumbir en el intento, el antídoto eficaz para no dejarse arrastrar por el aburrimiento y la desesperanza que no conducen a puerto alguno, es el estudio.

El estudio, contrariamente a la opinión generalizada, no es una técnica. Tampoco tiene que ver con el don de la inteligencia, sino con la voluntad. Y, por sobre todo, con el amor. Seguramente, presentar el estudio a un joven del siglo XXI como una forma de amor puede provocar cierta extrañeza. Algunos pensarán que es de esos amores que matan. Pero no es así. El estudio consiste en la búsqueda atenta, serena, metódica y amorosa de la verdad. Estudiar es amar la verdad. Un test de amor podría sintetizarse así: “Tanto se estudia como amor a la verdad se tiene”. Sin embargo, el estudio –como toda forma de amor– tiene también sus perversiones. Un amor mentiroso que puede confundirse con el estudio es la curiosidad. La diferencia entre estudio y curiosidad fue puesta de relieve por los antiguos medievales. Ellos denominaban studiositas al deseo recto, ordenado de saber; en cambio, al deseo desordenado, pervertido, le llamaban curiositas.

04-foto-21Podríamos decir que la curiosidad es un merodear el saber. Una especie de “copucheo” de cuarta categoría y una de las peores aliadas del estudiante; porque lo sume en un permanente ir y venir de intranquilidad y desesperanza existenciales. Por eso, la curiosidad se ha definido como inquietud errante del espíritu, cuyo pariente cercano, la pereza, impide atreverse a lo grande; convirtiéndonos en almas mezquinas y pusilánimes, conformes “con lo que hay”. Años atrás, un profesor caracterizó la curiosidad del siguiente modo: “Un estudiante que se ha propuesto comenzar a estudiar a las cuatro, que se sienta, que se levanta, que se vuelve a sentar, que nota que le falta algo para escribir y va a buscarlo… y, cuando va a buscarlo, se encuentra en el pasillo con un amigo y comienzan a conversar, luego suena el celular…y vuelve a estudiar, pero se ha olvidado lo que fue a buscar. Al final, un poco cansado de tanto ir y venir, dice: no me concentro, voy a tomar un café”. El retrato de un estudiante preso de la curiosidad, que se lleva el semestre entre inquietos ires y venires, no es muy alentador si pensamos en los resultados de tal desasosiego.

04-foto-0-portada2Quizá, a estas alturas del año, tenga sentido que cada uno se pregunte acerca de la meta que lo motivó a embarcarse en esta aventura exigente y apasionante del saber en la Universidad. Preguntarse si desea de verdad atreverse a lo grande; o sea, a conocer y amar lo verdadero con alegría. En el fondo, si quiere ser un curioso vagabundo del conocimiento o un amante aristócrata del saber; cuyo rasgo más sobresaliente es el compromiso con la libertad: estudiar porque simplemente le da la gana.