El chileno indispensable

Orlando Sáenz R. | Sección: Historia, Política, Sociedad

#09-foto-1El transcurrir de la historia ha demostrado que la prosperidad material de todas las sociedades que han existido dependió de la actividad de esa especie de individuos que, asumiendo riesgos e inseguridades, coordinan y dirigen una serie de recursos para producir bienes o servicios, cuyo valor es superior al de la suma de los valores de los elementos empleados para generarlos.

Ese individuo cubre una gama que va desde el humilde campesino hasta las grandes corporaciones que tienen al mundo por mercado. Hoy se le llama empresario y es quien, en última instancia, genera directa o indirectamente todos los ingresos del Estado y todos los trabajos remunerados de sus conciudadanos.

El principal incentivo del empresario es el lucro, aquel que es el legítimo excedente entre el precio de venta y el costo total de lo que produce, sea un bien o un servicio, y que permite la formación de los capitales que financian el desarrollo de la sociedad.

Parece fácil ser empresario, pero el conjunto de cualidades necesario para serlo exitosamente (coraje, visión, iniciativa, inteligencia, voluntad y esfuerzo) es bastante más raro de lo que podría pensarse.

Por poseer ese talento no común, el empresario ya puede contar con los numerosos enemigos que siempre acumulan los que sobresalen en algún campo, y que son la expresión de la envidia, el resentimiento y complejos de inferioridad. Además, el empresario carga con la antipatía de aquellos a los que les da trabajo y a los que, en su mayoría, se les ha enseñado que el “patrón” es un enemigo que los explota y les escatima lo que se merecen. El empresario completa la falange de sus enemigos con el de sus propios consumidores, siempre dispuestos a creer que lo que pagan por los bienes y servicios que consumen es un abuso. Pero los peores enemigos del empresario son los doctrinarios, que lo ven como el gran obstáculo en el camino hacia la concreción de las utopías sociales que los marean. Lo sindican como causante de la inequidad social y la mercantilización de la salud, la educación y la previsión, o sea, de necesidades sociales fundamentales.

El empresario no es el culpable de la inequidad social, porque su papel es productivo, y no erogativo. La responsabilidad de esa inequidad corresponde al fracaso del Estado en el papel erogativo que le corresponde y que mal cumple por despilfarro, corrupción y feroz ineficiencia. Tampoco es el empresario reo de mercantilizar necesidades sociales básicas, ya que si se desempeña en esos campos, ha sido porque el Estado no puede satisfacerlas.

Todo esto es conveniente recordarlo, porque la reciente campaña presidencial utilizó al empresariado como un chivo expiatorio culpable de todos los malos funcionamientos de nuestra sociedad. Esa destemplada campaña antiempresarial, además de hacerle daño por su sola existencia a la economía nacional y a todo su pueblo, pone de manifiesto que Chile es la única parte del mundo en que no se reconoce y se aplaude el tremendo progreso de nuestro país en las últimas décadas.

Si bien el futuro está lleno de incógnitas muy difíciles de predecir, algunas circunstancias pueden darse por seguras:

Primero, que el empresariado chileno, desde el más mínimo al más grande, es indispensable para prolongar un desarrollo sin el cual el financiamiento de todo programa de equidad social será imposible.

Segundo, que para eso, cualesquiera que sean los cambios estructurales que se quieran implementar, debe concluirse en un sistema que preserve los incentivos y las condiciones de competitividad de la libre iniciativa nacional. Y son bien conocidas las condiciones indispensables que ese sistema debe contemplar: paz y orden social; reglas económicas razonables y estables; estructura financiera adecuada para facilitar la constante creación de unidades productivas; política internacional que le asegure el acceso a los principales mercados a los productos chilenos.

Tercero, que el Estado se modernice para alcanzar un nivel de eficiencia y costo razonable que hoy no tiene. Esto implica reconocer que nuestra actual estructura de Estado es el principal escollo que se alza en el camino hacia una sociedad desarrollada y equitativa. En lo único que Chile sigue siendo un país subdesarrollado es en su administración pública, que es pesada, anacrónica, dispendiosa, ineficiente y crecientemente corrupta. Hay que asumir que hoy Chile no tiene un aparato estatal capaz de cumplir el papel erogador que le corresponde y que está a años luz de poder prescindir del apoyo del sector privado en temas como la educación, la salud y la administración de los fondos de retiro.
#09-foto-2Si el devenir futuro no tiene debida cuenta de esos factores inamovibles, es mejor que los políticos chilenos dejen de perder su tiempo diseñando utopías y sembrando expectativas, porque no dispondrán de los recursos necesarios para siquiera intentarlas y satisfacerlas. Si es así, pronto los veremos buscando chivos expiatorios para explicar su fracaso, y no podrá ser el empresariado, porque estará vertiendo su creatividad fecunda en ambientes más amables. Ese es el precio que siempre se paga por espantar a “la gallina de los huevos de oro”.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.