La decisión de Obama o el camino hacia el suicido de Occidente
Manuel Cruz | Sección: Política, Religión, Sociedad
Después de dos años de dudas, la Unión Europea por un lado y Barack Obama por otro, han decidido finalmente suministrar armas a los rebeldes sirios, una vez que han comprobado –no se sabe bien cómo– que el Ejército del dictador Bachar el Asad, ha cruzado la “línea roja” que se le había marcado al utilizar gas sarín contra la población civil. De alguna forma nos encontramos con la misma situación que precedió a la guerra de Irak, cuando los falsos datos que manejaba George Bush acusaban al dictador Saddam Husein de almacenar armas de destrucción masiva.
Apenas ha importado la experiencia de aquella estúpida guerra que convirtió una sangrienta dictadura militar en una teocracia más sangrienta aún y cuya particularidad consiste en haber expulsado, por el terror, a la mayor parte de la minoría cristiana, asentada en el país desde los primeros tiempos de la evangelización. Bien es verdad que el mundo occidental ha tardado mucho en reaccionar ante la guerra civil siria, entre otras razones porque detrás de Asad están Rusia e Irán. Pero ahora, una vez que han fracasado todos los intentos de diálogo entre las partes enfrentadas, cuando ya han muerto más de cien mil personas y han huido de Siria otros cientos de miles, refugiados en los países fronterizos, el gas utilizado por el ejército de Asad ha servido de pretexto para suministrar armas a los rebeldes… que no han dejado de recibir desde primer momento ayuda militar de Arabia Saudita y los emiratos del Golfo, es decir armas procedentes a su vez de sus abastecedores occidentales.
A la inversa de lo ocurrido en Irak, aquí no son los chiíes la mayoría de la población sino los suníes. Y en medio de ellos está la muy laboriosa y neutral comunidad cristiana que ha sido tomada como diana de la rebelión. ¿Y quienes son estos rebeldes? Para nadie es un secreto que ya no son aquellos primeros jóvenes que, al socaire de la “primavera árabe” también empezaron a manifestarse por las calles de las principales ciudades sirias para exigir libertad y democracia (¡ja!). Asad cometió una primera estupidez: reprimir las manifestaciones con toda la violencia que sabe esgrimir un régimen dictatorial que no admite oposición alguna, con la consecuencia inmediata de la formación de milicias de autodefensa de los barrios rebeldes. De inmediato, Arabia Saudita vio una ocasión única para debilitar al alaui Asad que, a lo largo de la “guerra fría”, había sido su enemigo y, de paso, a Irán, el gran aliado del dictador, todo un terreno abonado para que los “yihadistas” que no han dejado de estar detrás de los “revolucionarios” tunecinos, libios y egipcios, se lanzaran en tromba a ayudar a sus amigos suníes sirios.
Como era de esperar, las milicias libanesas de Hezbolah, que décadas atrás juraron sumisión a Jomeini como su líder religioso natural, tampoco tardaron en acudir en socorro del ejército regular sirio. La espiral de violencia desencadena a partir de entonces –cien mil muertos, cientos de miles de refugiados, destrucción sistemática de ciudades y poblados– ha dado como resultado una auténtica escalada armamentística con la promesa rusa de envío a su aliado sirio de misiles tierra-tierra y aviones Migs de la última generación. Y un efecto colateral: la matanza sistemática de cristianos, acusados en una auténtica limpieza étnica que llevan a cabo los “yihadistas”… a los cuales irán a parar las armas dispuestas por la Unión Europea y los Estados Unidos. Y, por supuesto, la destrucción de sus iglesias, y el saqueo de sus hogares, industrias y comercios
Se suele decir que cuando hay argumentos para dejar de dialogar –es decir, armas– deja de haber argumentos para la paz. Y en esas estamos. A partir de ahora, el terrorismo islamista va a disponer de medios suficientes para proseguir no solo su lucha contra el régimen sino su propósito de imponer en Siria otra sistema teocrático, al estilo egipcio y saudí, con la inevitable secuela de su exportación al vecino Líbano que, desde su fundación tras la II Guerra Mundial, es la única democracia árabe en la que se ha respetado la convivencia confesional, toda una afrenta por los movimientos islamistas… incluida la propia Hezbolah sometida a Irán. Ahora se puede dar incluso la paradoja de que las milicias chiíes libanesas que lidera el siniestro Nasrallah, se puede convertir en un bastión de la resistencia frente al yihadismo sunnita liderado por los terminales de “Al Qaída” en el mundo árabe y alimentado bajo cuerda por el régimen teocrático wahabita de Arabia Saudí, el polo opuesto al chiismo iraní.
Ante el cariz que está adquiriendo esta guerra religiosa entre las dos grandes comunidades musulmanas enfrentadas desde el comienzo de la era islámica, algunos diplomáticos occidentales, que nunca han entendido la idiosincrasia islámica –no me atrevo a decir el “pensamiento” islámico que se reduce a imponer su religión al mundo entero– han adelantado como solución una nueva delimitación de las fronteras árabes que datan de la época colonial. Pero eso sería tanto como reducir a guettos a las minorías chies, alauís, alevis, kurdas y otras, al tiempo que se erradicaría a los cristianos, frente a la mayoría sunnita que, a excepción de Irak, domina todo el Cercano Oriente. Y así tendríamos al Islam yihadista en condiciones para dar el asalto definitivo a la debilitada “fortaleza” europea.
Aparte de que el laberinto sirio no parecía tener otra salida que la imposición de un bando sobre otro, lo grave de la opción norteamericana y europea de armar mejor aún a los “rebeldes”, es que se ha elegido al peor de los bandos en liza, con la paradoja añadida de la guerra declarada por Occidente al islamismo radical que tiene su quinta columna en muchas las mezquitas que escapan a su control. O sea, el suicidio. ¿Es esto lo que quieren nuestros gobernantes? Me haría otra pregunta: ¿Habrá que pedir ayuda a la “madrecita” Rusia para que nos salve de la demencia en que hemos caído? Y esta otra: ¿Qué peso tienen nuestros valores de libertad y democracia una vez que se han despojado de su respaldo moral, frente a la utopía del fanatismo islámista de dominar el mundo en nombre de su Al-lah, despojado de misericordia y tolerancia? A ver, una balanza por favor.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Análisis Digital, www.analisisdigital.org.




