Lectura
P. Raúl Hasbún | Sección: Religión, Sociedad
“Nada enriquece tanto los sentidos, la sensibilidad, los deseos humanos, como la lectura”. La cita es de Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura, y se está usando para promover la venta de sus obras completas.
Se comprende que un escritor haga tan irrestricto elogio de la lectura: él escribe para que lo lean, y mientras más lo lean más se divulgan sus creaciones y más dinero ingresa a su patrimonio. Pero el valor de una lectura presupone el valor de su escritor. Hay quienes escriben obras inmortales y hay quienes mojan papeles con el sudor de la basura. Un libro repleto de ramplonerías e inexactitudes y abundante en lugares comunes con patéticos pespuntes de academicismo, sólo alimenta la ignorancia. Hay libros que se escriben para difamar personas o corromper la verdad histórica. Libros que basan su éxito de ventas en la truculencia o en la burda explotación del erotismo. Libros que reflejan más la catarsis personal de su autor que un genuino deseo de enriquecer la sensibilidad y satisfacer los deseos de sus lectores. Adicionalmente, hay lecturas y lectores que prescinden de todo ejercicio crítico, comportándose como receptores pasivos y consumidores ávidos de cuanto estimule sus frustraciones y fantasías.
Llama la atención que la frase de Vargas Llosa se refiera sólo a la sensibilidad, los sentidos y los deseos humanos. Un autor serio no puede ignorar que sus lectores poseen inteligencia, conciencia moral y deseos divinos. Es lo que nos diferencia esencialmente de los brutos con alma vegetativa y apetitiva, pero no racional. Admitida esta confesión de parte: escribo para enriquecer aquellas dimensiones y apetencias que el ser humano comparte con el resto del mundo animal, queda expedito el camino para rescatar lo admisible de la cita publicitaria. Hay textos, hay lecturas que además de gratificar los sentidos, la sensibilidad y los deseos humanos, tienen la capacidad de iluminar la inteligencia, vigorizar la conciencia moral y responder a imperiosos apetitos divinos. Aquí cobra sentido el probable parentesco etimológico de “leer” con “elegir”. Uno no debe leer cualquier cosa, ni es razonable leer de cualquier manera. La lectura de un libro te hace “libre” en la medida en que elegiste cuidadosamente su autor y pasaste sus afirmaciones por el cedazo de tu inteligencia crítica, tu conciencia moral y tu aspiración a la verdad que no pasa. En este doble acto de “leer eligiendo” se plasma la diferencia entre el mundo de fantasía de un Quijote de la Mancha y la sólida conversión a Dios de un Ignacio de Loyola.
El libro que mejor encarna este elegir la libertad es el que tiene a Dios por autor: la Biblia. Fue escrito para iluminar la inteligencia, interpelar y reformar la conciencia, satisfacer el hambre de Absoluto. Y se debe leer preguntando y respondiendo. Porque es Palabra de Dios.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl.




