Sobre los niños que mueren sin bautismo: Un comentario
Joaquín Reyes Barros | Sección: Religión
En el artículo del padre Raniero Cantalamessa publicado por VivaChile.org la semana pasada, el sacerdote franciscano, a propósito de la fiesta de san Juan Bautista, se pregunta por el destino eterno de los niños que mueren sin bautismo. Lo dice así:
“La Iglesia ha considerado que Juan Bautista fue santificado ya en el seno materno por la presencia de Cristo; por esto celebra la festividad de su nacimiento. Esto nos ofrece la ocasión para tocar un problema delicado, que se ha convertido en agudo a causa de los millones de niños que, sobre todo por la terrible difusión del aborto, mueren sin haber recibido el bautismo. ¿Qué decir de ellos? ¿También han sido de alguna manera santificados en el seno materno? ¿Hay salvación para ellos?”
La respuesta del padre Cantalamessa no se hace esperar:
“Mi respuesta es sin vacilación: claro que hay salvación para ellos. Jesús resucitado dice también de ellos: “Dejad que los niños vengan a mí”. Según una opinión común desde la Edad Media, los niños no bautizados iban al Limbo, un lugar intermedio en el que no se sufre, pero tampoco se goza de la visión de Dios. Pero se trata de una idea que no ha sido jamás definida como verdad de fe por la Iglesia. Era una hipótesis de los teólogos que, a la luz del desarrollo de la conciencia cristiana y de la comprensión de las Escrituras, ya no podemos mantener.”
Seguramente Pío VI no tenía una conciencia cristiana muy desarrollada, ni tampoco una gran comprensión de las Escrituras, pues en su constitución Auctorem Fidei de 1794, cuando condena los errores del sínodo de Pistoya dice que “la doctrina que reprueba como fábula pelagiana el lugar de los infiernos (al que corrientemente designan los fieles con el nombre de limbo de los párvulos)… es falsa, temeraria e injuriosa contra las escuelas católicas”.
Y ciertamente el catecismo del padre Astete ya no sirve para enseñar la doctrina, puesto que tampoco se escribió durante este gran desarrollo de la conciencia cristiana y comprensión de las Escrituras. Esta es con toda seguridad la razón por la que enseña, en preguntas y respuestas, lo siguiente:
P. ¿Pues hay más que un infierno?
R. Sí, padre, hay cuatro en el centro de la tierra que se llaman: infierno de los condenados, purgatorio, limbo de los niños y limbo de los justos o seno de Abraham.
P. ¿Y qué cosas son?
R. El infierno de los condenados es el lugar donde van los que mueren en pecado mortal, para ser en él eternamente atormentados. El purgatorio; el lugar donde van las almas de los que mueren en gracia, sin haber enteramente satisfecho por sus pecados, para ser allí purificados con terribles tormentos. El limbo de los niños, el lugar donde van las almas de los que antes del uso de la razón mueren sin el Bautismo; y el de los justos o seno de Abraham el lugar donde, hasta que se efectuó nuestra redención, iban las almas de los que morían en gracia de Dios, después de estar enteramente purgadas, y el mismo a que bajó Jesucristo real y verdaderamente.
(Catecismo de la Doctrina Cristiana, escrito por el P. Gaspar Astete, añadido por el licenciado don Gabriel Menéndez de Luarca)
Y quizás el padre Cantalamessa debiera también poner al tanto de esta nueva comprensión de las Escrituras y esta nueva conciencia cristiana al Denzinger, que cuando se busca sobre este asunto expresa que:
“Enseña la Iglesia Romana que las almas de aquellos que salen del mundo en pecado mortal o sólo con el pecado original, bajan inmediatamente al infierno, para ser, sin embargo, castigados con penas distintas y en lugares distintos” (De la carta Nequaquam sine dolore a los armenios, de 21 de noviembre de 1321)
Pero, ciertamente, todo esto es pasado de moda. Como dice el padre Cantalamessa,
“Ahora la discusión está cerrada porque recientemente la Comisión Teológica Internacional que trabaja para la Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado un documento en el que afirma lo mismo.”
La “Comisión Teológica Internacional”, un organismo que no posee ningún valor magisterial, ha cerrado el asunto, dándole la razón al padre Cantalamessa. Las razones que, según el franciscano, tuvo en cuenta la “Iglesia” –puesto que lo que dice la Comisión Teológica Internacional es lo que dice la Iglesia… – son las siguientes:
“Jesús instituyó los sacramentos como medios ordinarios para la salvación. Son, por lo tanto, necesarios, y quien pudiéndolos recibir, contra la propia conciencia los rechaza o los descuida, pone en serio peligro su salvación eterna. Pero Dios no se ha atado a estos medios. Él puede salvar también por vías extraordinarias, cuando la persona, sin culpa suya, es privada del bautismo. Lo ha hecho, por ejemplo, con los Santos Inocentes, muertos también ellos sin bautismo. La Iglesia siempre ha admitido la posibilidad de un bautismo de deseo y de un bautismo de sangre, y muchos de estos niños han conocido de verdad un bautismo de sangre, si bien de naturaleza distinta…”
El bautismo ya no es, por consiguiente, un medio necesario para la salvación. Sí, es cierto que todo hombre nace con el pecado original, reo del infierno y en enemistad con Dios… pero… ¿quién puede poner límites a la misericordia de Dios? ¿Acaso Dios no puede salvar a quien quiera del modo que quiera? Quienes sostienen que el bautismo es absolutamente necesario para salvarse no han comprendido aún la misericordia de Dios, que no se ata a ningún medio para darse a Sí mismo.
Evidentemente el razonamiento anterior es atractivo. Atractivo, pero falso. ¿Por qué? Porque Dios no se contradice a sí mismo, y si el pecado original es efectivamente lo que es, y si por él es absolutamente necesario “renacer en el espíritu” mediante el bautismo, no puede Dios mudar la naturaleza del pecado original ni la esencia del bautismo. ¿Qué importa la Iglesia, si Dios tiene otros medios que no nos ha revelado? ¿Para qué preocuparse por las misiones, por bautizar niños, si al final sabemos que Dios salvará a todos los niños por alguna razón misteriosa y no revelada? Ante la doctrina segura y confiable de la Iglesia, el padre Cantalamessa, apoyándose en un documento no magisterial, introduce una noción ajena a la Tradición católica por la que relativiza la necesidad del bautismo y asegura tener un conocimiento de lo que les ocurrirá en virtud de alguna revelación particular dada a la Comisión Teológica. Los que pensamos que hay un Limbo de los niños nos apoyamos en declaraciones del Magisterio y en la enseñanza tradicional de la Iglesia. Pero, claro, el padre Cantalamessa afirma que la Iglesia por muchos años no comprendió ni la misericordia de Dios, ni las Escrituras (¿en qué pasaje se funda el padre para sostener lo que dice?), ni tuvo una desarrollada conciencia cristiana.
Pobre San Agustín, que enseñó que basta el pecado original para condenarse. Al parecer, nunca tuvo una conciencia cristiana muy desarrollada…




