Un supermercado estatal
Iván M. Garay Pagliai | Sección: Política, Sociedad
Cuál podría ser la causa de que en nuestra próxima visita a un supermercado nos cobren dos veces por un producto, que solo pudiéramos elegir una variedad de los mismos, además de una cantidad restringida de aquellos, y si aquello fuera poco, tuviésemos que aguantar un pésimo trato de reponedores, aseadores, vendedores y cajeros.
La respuesta es simple. El supermercado fue estatizado.
Generalmente cuando el Estado se hace cargo de alguna actividad abundan los malos tratos, las colas y las esperas –basta con ir a darse una vuelta por un hospital público–. Otro elemento es la desprolijidad, ineficiencia y despilfarro. Recordemos las fecas de ratones, las jeringas con hongos y las vacunas vencidas, entre otros, que se encontraron en la CENABAST hace unos años. Y lo peor, hay que sumar la mala calidad del servicio entregado, con sus respectivas consecuencias. Ejemplo la educación, donde el SIMCE y los resultados de la PSU confirman lo escrito.
Cuando el Estado se erige como mentor universal e impone una receta única, las personas perdemos libertad. Una forma fácil de graficar lo que significa lo anterior es pensar en un supermercado.
Si el Estado tuviese a su cargo los supermercados, tal cual hoy tiene la educación, esto equivaldría tener la opción de comprar una sola marca fideos y salsa de tomate, la cual, producto de la mala fabricación, nos llevaría directamente a un hospital, tal cual hoy, la educación estatal condena a miles de jóvenes a la pobreza.
Un supermercado estatal contaría con un encargado de sala designado y vitalicio, sin incentivos a descubrir las preferencias de sus clientes. Sus remuneraciones se determinarían en la lejanía de un ministerio y sus resultados jamás serían evaluados. Por ende, no poseería estímulo alguno para realizar de buena forma su trabajo, consecuentemente, la calidad del servicio sería lamentable.
El resto de sus funcionarios jamás perderían sus trabajos y año a año subirían sus sueldos sin relación alguna a su productividad. Luego nos dirían que hay que aumentar el presupuesto público para el supermercado para así obtener mejor calidad, pero en verdad, aquel aumento sería para aumentar sus sueldos.
El resto de la historia es fácil de completar.
Dado lo anterior, es que los supermercados y muchos otros servicios son privados. La competencia y la libre iniciativa social son los pilares de que las cosas funcionen bien. La competencia permite que existan ofertas atractivas para los usuarios, que exista abastecimiento de los bienes y servicios que las personas queremos, y al mejor precio posible.
Lamentablemente en educación la situación no se replica. Los malos colegios persisten y los defensores del Estado insisten en atacar la libre iniciativa social en este ámbito, la cual claramente es la que mejores resultados ofrece y la que año a año, las familias demuestran que prefieren.
Resulta curioso que en nuestro país se ponga sobre los supermercados un SERNAC, una Fiscalía Nacional Económica, un Ministerio de Economía, todo para asegurar la libre competencia, pero sobre la educación, las opciones a tomar sean otras.




