Felices
P. Raúl Hasbún | Sección: Religión, Sociedad
Lo detectó la Universidad de Chicago y lo publicó Forbes: el oficio que recluta y genera los profesionales más felices del mundo es el sacerdocio. Más atrás vienen los bomberos y los fisioterapeutas. ¿Cómo es que profesiones tan minoritarias, con tan altos riesgos y costos y tan menguada, si es que alguna, remuneración terminan haciendo tan felices a sus titulares?
Hablando en general, ya hay consenso en que la felicidad se asocia primero a un regocijo o satisfacción espiritual. Se alegra más el que da que el que recibe. Uno que libremente optó por ser cura o bombero ya internalizó que su aspiración máxima y su más alto salario estarán mucho más en su conciencia que en su cuenta bancaria.
En el caso específico del sacerdote concurren alicientes y exigencias que le aseguran partir con ventaja en demanda de felicidad. Su celibato le libera mente y corazón para una dedicación exclusiva a su tarea. Y esta tarea es excepcionalmente remuneradora por la calidad del “producto”, la celebridad de la “marca” y la creciente “demanda” de un “mercado cautivo”.
Hace tiempo, el Wall Street Journal utilizó estas categorías financieras para justificar su elección de Jesús como el ejecutivo más exitoso de la historia: el que con menos recursos económicos y humanos construyó, en el menor tiempo, el “emporio” o empresa más vastamente conocido y mejor asentado en dos milenios, merced a un liderazgo de delegación de facultades y genuino interés por conocer y servir a sus colaboradores directos. Hoy podría y debería categorizarse al mismo Jesús como modelo del maestro y educador que con menor apoyo logístico y valiéndose casi exclusivamente de su ascendente espiritual ha logrado formar el mayor contingente de personas compenetradas de su sabiduría y dispuestas a sacrificar su vida por testimoniarla. El elogio humanamente más expresivo del éxito de Jesús “emprendedor” y “educador” es el consenso mundial en dividir la historia en un antes y después de su venida al mundo.
Hoy, un sacerdote de Cristo corre con la ventaja de anunciar el personaje más respetado y querido por la Humanidad. Su enseñanza es tan cautivadora y su persona tan seductora, que no toca a su “publicista” más que presentar una y otra con trasparente objetividad. El “mercado cautivo” es el Hombre de todos los tiempos y todas las edades, preso de una incoercible nostalgia de Verdad y Belleza, Justicia y Amor. Jesús es todo eso en una sola persona y para todas las personas. Y su “marca registrada” es su Iglesia, prolongadora en tiempo y espacio del Espíritu de su Fundador, y sustancialmente fiel a la divina misión de sembrar, sanar, enseñar, dar y perdonar. Dificulto, por eso, que alguien sea más feliz que un sacerdote luego de celebrar la Eucaristía y atender tres horas en el confesionario.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Humanitas, www.humanitas.cl.




