La Institucionalidad en jaque

Fernando Barros | Sección: Educación, Historia, Política, Sociedad

Es un honor tener la oportunidad de compartir con ustedes algunas reflexiones acerca de la sugerente convocatoria de este panel, que busca desentrañar si nuestra institucionalidad ha sido puesta en jaque por la contingencia social y, por ende, si está o no en crisis.

No intervengo hoy como un académico ni como un analista político, sino que como un testigo directo y atento de lo ocurrido en nuestro país en el último medio siglo.

Tres décadas de trabajo profesional, con una intensa actividad junto al mundo empresarial, me permiten tener una visión privilegiada del acontecer nacional y de las dificultades y complejidades que enfrentan, entre otros, los emprendedores de nuestro país. He estado junto a los que no han sido exitosos en sus emprendimientos y han debido sufrir los rigores de una sociedad y una legislación orientadas al resultado más que a alentar el espíritu creador e innovador. También he estado junto a los que han recorrido el camino y han podido alcanzar el éxito y la legítima retribución a su esfuerzo, al trabajo bien hecho y a la capacidad de asumir y administrar los riesgos.

Además de ser testigo, he podido ser actor de la aventura de emprender, al fundar junto a mi socio José Tomás Errázuriz, hace ya más de 23 años, una empresa de servicios.

Con orgullo veo que lo que fue una audaz iniciativa de dos jóvenes abogados –con hartas responsabilidades–, está transformada hoy en el sustento directo de más de 135 familias de los profesionales y colaboradores que conformamos Barros & Errázuriz Abogados.

También agradezco a Dios por la familia que me dio; por el ejemplo de trabajo arduo, austeridad y entrega de mis padres, que nos ha marcado a sus nueve hijos y nos ha puesto la vara muy alta para con nuestras propias familias. Cuando veo todo lo que hicieron por sus hijos, su emprendimiento y tesón, me reconozco un privilegiado y comprendo lo acertado del juicio del artículo 1° de nuestra Constitución Política, que establece que: “La familia es el núcleo fundamental de la sociedad”.

Desde esta doble perspectiva es que quiero reflexionar con ustedes sobre este tema.

 

Estructura institucional y democracia representativa

La primera interrogante que resulta pertinente aclarar es si la estructura institucional de nuestro país, basada en la generación democrática de las autoridades de los poderes Ejecutivo y Legislativo, y de un procedimiento institucional para la designación de los magistrados superiores del Poder Judicial, es o no plenamente concordante con los principios de una democracia representativa.

Estoy cierto que no es necesario profundizar ante esta distinguida audiencia acerca de las credenciales democráticas de los procedimientos de generación de los Poderes del Estado y de todos los organismos que conforman nuestro régimen republicano.

Vivimos, en consecuencia, en un régimen con plena separación de los Poderes del Estado, con autoridades y parlamentarios elegidos democráticamente, con un Poder Judicial independiente e integrado en la forma establecida en la Constitución y las leyes. Es decir, vivimos en una auténtica, inobjetable y respetable democracia representativa.

Si abordamos un segundo aspecto, con independencia de las legítimas críticas sobre su actuar y sobre las necesidades de perfeccionar algunos de sus procedimientos, podemos afirmar que el Poder Judicial no está en crisis.

Naturalmente hay mucho por hacer para modernizar y hacer más eficaz el sistema judicial, especialmente para que responda adecuadamente a los aspectos más complejos de la vida económica moderna.

También existe la sensación en amplios sectores de la ciudadanía de que los jueces son excesivamente garantistas, no alineándose, según esta percepción, con las expectativas de las víctimas, sino que apegándose a formalismos procesales que, en definitiva, parecieran tener más consideración con los victimarios que con las víctimas de los delitos.

La ciudadanía, según las encuestas, califica mal al Poder Judicial. Este juicio puede ser injusto, pero es lo que opina la sociedad sobre un Poder del Estado, sin que esa crítica pueda asimilarse a una situación de crisis.

Si miramos el Poder Ejecutivo, veremos que tiene un equipo humano y profesional de primer nivel y, a diferencia de lo que se pudo haber estimado inicialmente, le ha sido necesario al gobierno hacer un rodaje y tomarle el pulso a lo que es la gestión del aparato estatal.

Así, resultó aplicable el viejo aforismo de, “otra cosa es con guitarra”.

Pero, digamos en su defensa, el que ha debido enfrentar una de las oposiciones más destructivas y contrarias al “fair play” en materia política que ha sufrido un gobierno en décadas.

Si uno mira y compara lo que ha sido la actitud de una buena parte de los parlamentarios y dirigentes de la Concertación con el gobierno del Presidente Piñera, cabría calificarla de sabotaje.

No olvidemos que cuando asumió el Presidente Aylwin, el entonces Senador Piñera fue, personalmente, y asumiendo un costo político no menor, uno de los grandes facilitadores de las reformas económicas, tributarias, laborales y otras que la Concertación estimó necesario introducir para gobernar. El hoy Presidente Piñera no ha tenido esa misma suerte.

El mundo político, particularmente los partidos y los parlamentarios, lamentablemente no goza de prestigio. Digamos las cosas por su nombre: parlamentarios importantes confidencian su opinión sobre determinados colegas, compartiendo sus cuestionamientos respecto de su comportamiento ético, su participación en actos de corrupción, etc. Y, ¡oh sorpresa!, esos mismos cuestionados aparecen electos por sus pares para ocupar importantes cargos en nuestra institucionalidad legislativa. Ello genera confusión y más desprestigio, apreciándose el mundo político como uno guiado más que por principios, por reacciones oportunistas, acomodando su actuación pública a lo que precipitadamente estiman son las posiciones mayoritarias, o “instaladas” en las redes sociales.

Respecto a estas últimas, que constituyen una herramienta tecnológica atrayente y moderna, debemos tener presente que se trata de expresiones usualmente anónimas, que no representan necesariamente un mecanismo de medición democrática, y que, en la práctica, actúan como caja de resonancia de posiciones extremas y que han pasado a ser una presión que condiciona el actuar de muchas autoridades, líderes de opinión e incluso de medios de comunicación.

De nuevo debemos insistir, en este caso, que las críticas de la sociedad a nuestros políticos pueden ser injustas, pero no podemos cerrar los ojos ante ellas.

Contribuye a desconcertar aún más a la ciudadanía el que tanto el Gobierno como dirigentes políticos han aparecido privilegiando el pragmatismo a la defensa de los valores y principios que comparten quienes lo respaldaron para acceder al poder.

Valga una primera conclusión a la luz de lo expuesto hasta ahora: a pesar de las críticas que podemos tener y que en oportunidades nos den ganas de hacer un test de ADN ideológico o doctrinario a políticos y gobernantes, particularmente a raíz de los problemas que hemos vivido los últimos meses, no cabe duda que en cuanto a la institucionalidad democrática y al funcionamiento de nuestras instituciones no hay, por ahora, una crisis.

Pero debemos tomar conciencia de que la falta de autoridad, de credibilidad y de liderazgo del mundo político, genera dos grandes riesgos; primero, el del envalentonamiento de quienes no están dispuestos a estarse a los resultados del juego democrático y que desafían el orden establecido, para luego caer –como ya ha ocurrido en nuestro continente– en la aparición de aventuras populistas.

Ello nos lleva a preguntarnos entonces ¿Qué es lo que ocurre?

 

Generación de la post guerra

Cabe recordar que una buena parte de nuestra población activa ha sido marcada por grandes hitos y momentos históricos que han condicionado y condicionan hoy su vida.

Así, tenemos la generación de la post guerra. Ésta vivió en una época fuertemente ideologizada; un mundo dividido por la Cortina de Hierro, el Muro de Berlín. Se trataba del conflicto entre el capitalismo democrático y el totalitarismo comunista.

Situándonos en las décadas de los 60 y de los 70, encontramos un Chile subdesarrollado con altos índices de indigencia y de pobreza, un país cerrado, gris, donde muchas de sus políticas públicas eran producto de la influencia extranjera y de la experimentación de burócratas internacionales que la mayoría de las veces sugerían, o más bien dicho imponían, recetas que no hubieren aplicado jamás en sus países. Véase los decidores escritos de la época de la CEPAL, las políticas proteccionistas del Pacto Andino, las imposiciones de la Alianza para el Progreso, la retórica de nuestros políticos locales, etc.

Una época en que, todos tenían que ser socialistas, y los que no, hasta se disculpaban por no serlo.

En esa época, Chile y buena parte de Latinoamérica, sufrió de un verdadero tsumani ideológico que derribó los principios y valores y, lo que es más grave, la entereza del mundo empresarial y de los movimientos y partidos conservadores o de derecha.

Las corrientes políticas denominadas “progresistas” avasallaron y se impusieron en un entorno de profundo resentimiento, azuzado por el mundo de la izquierda. Se promovió –con éxito– el desprestigio de la propiedad privada, del emprendimiento y del beneficio empresarial, hoy estigmatizado como “lucro”. Incluso la Iglesia estaba cargada hacia la sociología, olvidando la teología –que es más difícil y probamente menos entrenida que la contingencia política– y flirteando o capitulando frente a movimientos marxistas o inspirados por éste.

Se produce así la rendición de las fuerzas políticas y morales, caen las universidades en nombre del pueblo y de la democratización; la propiedad privada con actos de despojo propios de odios irracionales, proceso que escala hasta alcanzar incluso la captura masiva, a través de medios ilegales y resquicios legales, de grandes y medianas empresas y predios agrícolas.

Dejemos a la historia la determinación de las causas y condiciones que permitieron la gran crisis.

Sí es claro que la actitud dubitativa de los mundos empresarial y político frente a los movimientos sociales de la época, permitieron el inicio y desarrollo de un proceso de destrucción de las bases morales y económicas de la sociedad chilena que culmina con el Big Bang de la Unidad Popular.

Espero que alguien logre explicar a las generaciones venideras la incapacidad y falta de fuerza y convicción para defender los principios fundantes de nuestra civilización por parte de los líderes políticos y empresariales de esa época.

Esto fue lo que ocurrió con la aprobación por nuestro parlamento de la Reforma Agraria, que llegaría a considerar latifundio todo terreno que excedía de40 hectáreasy, con la nacionalización del cobre, sin pago de indemnización alguna a las empresas extranjeras que habían creado y desarrollado esta industria, sobre la base de que habían obtenido utilidades que las autoridades entonces consideraban excesivas. Ésta fue aprobada alegremente con los votos de todos los sectores políticos y apoyada por los mismos que sufrirían los posteriores despojos.

Ya advirtió John Adams, uno de los padres fundadores de Estados Unidos, que “en el momento en que entra en la sociedad la idea de que la ‘Propiedad’ no es tan sagrada como las leyes de Dios, la anarquía y la tiranía comienzan”.

 

Generación de los 80

La generación de los 80 se desenvuelve en una época de transición mundial, marcada por la caída del Muro de Berlín y el fracaso de la quimera socialista. Qué mejor para describir este impresionante momento histórico que el relato de Roberto Ampuero sobre Nuestros Años Verde Olivo o la joya cinematográfica alemana, La Vida de los Otros. Mucho mal se hizo en esa época en nombre del pueblo; con la caída de esa utopía aparecen realidades como el genocidio de Cambodia, en que más del 10% de la población, particularmente los sectores letrados, fue exterminada en nombre de la igualdad y el progreso.

Revolucionarias ideas económicas se aplicaban en Chile, seguidas luego por los gobiernos de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en el Reino Unido, para después esparcirse por el resto del mundo. Llegaba así una filosofía que rescató lo mejor del pensamiento liberal clásico, restaurando la libertad, la iniciativa privada, y la idea de que el Estado debe encontrarse al servicio del hombre y no al revés. 

En Chile, la generación de los 80, quienes son en buena parte los padres de los jóvenes de hoy, luchó por levantar al país de una de la más grave crisis económica de la historia de Latinoamérica y de nuestro país, como lo fue la crisis de 1982.

Como se dice en buen chileno, “pelamos el ajo”. Gran sacrificio. Fuimos artífices del cambio experimentado por nuestro país, la recuperación de la crisis hacia el año 84 y del inicio de una época de oro de nuestra economía.

El sistema construido con gran esfuerzo comenzaba a dar sus frutos y ello se tradujo, hasta hoy, en una constante caída y disminución de la pobreza; un tremendo desarrollo de la capacidad productiva y el inicio del proceso que lleva a Chile al éxito que hoy es reconocido mucho más internacionalmente, que en nuestra propia casa.

Mientras un sector de la sociedad chilena siente orgullo del gran logro del que fueron parte de transformar a Chile en un país en la senda del desarrollo; otro sector de la sociedad chilena, también beneficiaria  del éxito económico, logra un éxito político. Son aquellos que sienten haber derrotado a la dictadura, de haber recuperado la democracia para el país.

Más allá de la discusión sobre los aportes y costos de dichos procesos, lo relevante es que Chile culmina esa década y comienza a prepararse para entrar al siglo XXI con altos niveles de progreso y de consenso sobre los beneficios del modelo económico imperante, y una buena parte de la comunidad tiene un claro sentido de pertenencia con el país, ya que su construcción es parte de su relato y de sus logros.

 

Generación del Nintendo

Tenemos, por último, la generación del 2000, que nació a fines del siglo pasado y ha crecido en el período de mayor desarrollo económico de nuestra historia. Viven en un país democrático y tienen un nivel de vida que sus antepasados no soñaron. Estos jóvenes son parte de esos cientos de miles de estudiantes de educación superior que son primera generación de sus familias en alcanzar ese nivel de formación. El estándar en que viven tiene poco, bien poco la verdad, de mérito propio.

No es fácil entender a esta generación. Ella está muy influida por experiencias ajenas, por relatos de odiosidad y de las rivalidades que separaron a nuestra sociedad en el pasado. Odia una dictadura que no conoció; se resiente por las diferencias y carencias del pasado; vive en un modelo de sociedad que consideran heredado, amarrado, construido por los viejos, no por su generación. Trasuntan un cierto nivel de frustración, ya que la vida avanza y no han construido su propio relato.

¿Qué pasa con nuestros jóvenes?

Ellos son la generación del……….…. Nintendo.

Si, del Play Station, del celular, de internet, del chat, del twitter.

Han disfrutado del enorme esfuerzo de sus padres. Es una generación en que una mayoría importante y precisamente quizás por lo difícil que fue para las generaciones anteriores las épocas vividas, no han sido educados en la disciplina ni en el rigor. Los padres son generosos y condescendientes con ellos.

Veamos, aunque sea superficialmente, y sin pretender abordar el aspecto sociológico, qué razones tendrían unos u otros para desafiar la sociedad en que viven.

Respecto a los estudiantes secundarios, es difícil pensar que marchan, protestan, se toman y destruyen los colegios, para que se impongan mayores exigencias que redunden en una mejor y más exigente educación.

Por su lado, los profesores –es explicable– luchan para llevar más trigo a este barril sin fondo, donde viven lejos de los “peligros” de las evaluaciones de desempeño y disfrutan de las demás comodidades aseguradas por su Estatuto Docente

Por su parte, la juventud universitaria, que avanza en camino a convertirse en profesionales, algunos a paso cansino, plantean el agobio por el endeudamiento incurrido en financiar los estudios y agregan, de pasada, la transformación de la sociedad. Quieren la gratuidad para todos, ricos y pobres, el fin del lucro y el fin de la educación particular, aún cuando fuere gratuita, señala una dirigente. Se argumenta, en el sentido marxista más clásico, al decir que ella implicaría el riesgo de que alguien pudiere recibir una educación de mejor calidad que la que ofrece el Estado.

Igualdad, es la consigna. Para ello, el planteamiento es conocido; re-nacionalicemos el cobre y subamos los impuestos. En otras palabras: nivelemos para abajo destruyendo lo que las generaciones anteriores, con mucho esfuerzo, lograron construir. Fuera la iniciativa privada y mucho más Estado.

No resulta fácil entender este fenómeno. Ciertamente hay una desafección de muchos jóvenes con la sociedad en que viven y la institucionalidad política. Es cierto que algunos, que no acceden a becas, han incurrido en un alto endeudamiento por el sistema creado la década pasada. Pero no nos confundamos y no seamos ingenuos, esto no es un tema de calidad de la educación ni parte del fenómeno mundial.

Se ha pretendido hacer un paralelo entre los indignados de Europa y otras partes del mundo y esta rebelión de una parte de la juventud en Chile. No es necesario explicar la gran diferencia que existe entre uno y otro: En Europa ha quedado patente el fracaso de la tercera vía, el famoso “Estado de Bienestar” que han llevado adelante varios gobiernos.

Los jóvenes europeos los podemos representar como toda una generación que llega a su fiesta.

Es su turno, les toca a ellos. Y resulta que no. La fiesta terminó. Se acabó el presupuesto. No puede seguir. Y para colmo, los que se fueron les dejaron la cuenta para que ellos la paguen.

Eso sí que es para estar indignados.

Me remito a las palabras de nuestro Ministro de Hacienda esta mañana para que nadie se confunda en cuanto a que Chile, incluido los jóvenes manifestantes, son privilegiados en el entorno mundial.

A pesar de contar con más educación, gracias al esfuerzo de sus padres, no todos los jóvenes chilenos se caracterizan por su proactividad y esfuerzo. Creen que el chorreo es lento: es una generación que exige inmediatez, no quieren esperar para ver mejorado su nivel de vida, y que la brecha disminuya.

Podemos considerar, sin ironía, que hay dos alternativas para evaluar esta situación: O son buenos hijos y protestan por el enorme esfuerzo que deben hacer sus padres para darles a ellos -los jóvenes- el nivel de vida y educación que tienen, o bien, están protestando porque no están dispuestos a trabajar y sufrir en sus vidas como lo han hecho sus padres y conformarse con –según ellos– tan poco.

Podemos decir que parte de la protesta lo es en contra del pecado original, sí, contra la sentencia “ganarás el pan con el sudor de tu frente”.

Nuestro país, a pesar de las décadas transcurridas y los años de desarrollo y progreso, insiste en explotar lo que nos separa. El odio de clases y el anhelo de una dictadura del proletariado no se acabaron con la caída del Muro de Berlín. Entre quienes profesaban esas creencias; algunos tuvieron una evolución impresionante, mientras otros aún evidencian la frustración del fracaso. El rencor persiste, y se trasmite a las nuevas generaciones, como queda patente en muchos dirigentes.

Se trata de una generación que aprecia el modelo como una herencia del gobierno militar, cuyo legado fue totalmente abandonado por la derecha política. Son jóvenes, no lesos. Saben que la Constitución del 80 es la misma, por mucho que le hayan sacado la firma del ex Presidente Pinochet, reemplazándola por la del ex Presidente Lagos. Quieren hacer lo que los otros no se atrevieron a hacer; cambiarlo todo. No saben por qué, no saben para qué, pero hay que cambiarlo. 

 

Liderazgos necesarios

Los movimientos sociales pueden ser efímeros y solucionarse rápidamente, o bien, como parece estar ocurriendo en la especie, complejizarse y derivar en reivindicaciones radicales y múltiples, con el consiguiente riesgo de la propagación de la conflictibilidad social e incluso, impidiendo por la fuerza el que la autoridad electa democráticamente por la mayoría absoluta del país pueda desarrollar su programa de gobierno.

De forma creciente estamos viviendo actos que podrían calificarse de sedición que están amenazando la estabilidad democrática de nuestro país.

Contribuye a ello la aparente indiferencia de la “mayoría silenciosa”, el mutismo o la voz muy baja de sectores políticos que pareciera que hacen sus cálculos y prefieren no abordar desgastadoras luchas sobre la base de principios. Tampoco podemos exigirle al Gobierno que enfrente solo esta lucha, si las fuerzas políticas y la mayoría de la ciudadanía no se han cuadrado, como ocurrió en Inglaterra, donde dejaron de lado las conveniencias oportunistas, exigiendo todos juntos el respeto de la institucionalidad democrática.

En Chile hemos vivido el viejo dilema de los 70, si negociar o no con los terroristas en caso de secuestro. Hoy el sector juvenil, que mayoritariamente no está inscrito y que no participa de las posibilidades que le ofrece el sistema democrático, decidió sacar el mantel y botar la mesa, en lugar de sentarse a conversar. Un movimiento que comenzó con características lúdicas y que convocó de buena fe a muchas familias, ha sido capturado por elementos extremos, pasando a predominar las tomas, la violencia y el insulto en lugar de un diálogo racional. Nos sentamos con los outsiders sin exigir el cese de las hostilidades. Si la Concertación creyó que con su apoyo explícito o implícito a este movimiento ganaba puntos, se equivocó. Es peligroso jugar con fuego. La ruptura de las reglas de juego afectará nuestra democracia, proyectándose negativamente en el sano proceso de la alternancia en el Poder.

Hoy el país requiere liderazgos claros y basados en principios.

El mundo empresarial por su parte, debe comprender que la sociedad, mayoritariamente, reconoce el rol de la empresa en el desarrollo del país, en la creación de la riqueza y el mejoramiento de las condiciones de vida de los chilenos. Ella espera del sector empresarial un liderazgo, no sólo en materias económicas, sino que en todos los grandes temas nacionales. Hace falta hoy que los empresarios asuman un rol público enfrentando la ideología estatista que ha ido imponiéndose. Especialmente la lucha por las ideas es de su responsabilidad, pues nadie quedará indemne si nuestra sociedad avanza por el camino de la destrucción. Está en su propio interés, como dijo Ludwig von Mises, tomar parte en esta batalla intelectual por la libertad.

Se espera entonces, que el mundo empresarial no permanezca silencioso frente a la estigmatización del lucro y frente a otros falsos dilemas a los que hemos sido arrastrados y que, en definitiva, no buscan más que cuestionar el modelo de sociedad libre, la economía de mercado, el valor del emprendimiento y la relevancia social de la empresa.

Los empresarios no tenemos nada de que acomplejarnos: por el contrario: hemos creado riqueza para todos recibiendo una legítima retribución por nuestro capital y nuestro trabajo. En otras palabras, estamos contribuyendo a una sociedad mejor y más justa, con más oportunidades.

Chile ha avanzado enormemente en la meritocracia, y para ello la empresa y el rol de los empresarios ha sido decisivo.

Es válida la existencia de asociaciones gremiales, confederaciones y entidades que busquen generar las condiciones para una mejor empresa, responsabilidad social empresarial, seguridad, y así sucesivamente. Pero también el mundo empresarial debe entender que para enfrentar los problemas del siglo XXI los estándares de transparencia y comprensión de las iniciativas empresariales han cambiado sustancialmente. Las redes sociales exigen entrar de lleno a la arena pública: hay que tener política comunicacional. Hoy el escrutinio es total, tanto para los actos de la administración, como para la generalidad de las actuaciones del mundo privado con el mundo público.

Por ello, los desafíos que representan algunos movimientos sociales será necesario enfrentarlos en el plano de las ideas, de los principios y de los valores. El mundo empresarial tiene mucho que decir, y no sólo en la temática económica, sino en todas las políticas públicas y, en particular, en materia de productividad, impuestos, educación y los demás aspectos de la construcción de nuestro país.

En la lucha de las ideas hay que tener claro que lo que se está desafiando no es sólo el “modelo” en su connotación económica, sino que se pretende cambiar nuestra sociedad en distintos planos.

También se pretenden imponer, en nombre de la modernidad, una visión intolerante y sesgada de sociedad. En nombre de la no discriminación, por ejemplo, se pretende imponer un pensamiento único permitido. Ya no se trata de exigir respeto o generar los espacios a los que toda persona tiene derecho en una sociedad democrática y respetuosa del ser humano, sino que se pretende exigir la aceptación de tales visiones.

Frente a esto, el mundo empresarial, el mundo que ha tenido acceso a una mayor educación, a un conocimiento de las realidades mundiales, a mayores niveles culturales, tiene la obligación de hacer ver, por ejemplo, el aporte de la empresa a nuestro país, la legitimidad moral de una retribución por el esfuerzo, el derecho a educar a nuestros hijos en establecimientos privados de diversa naturaleza y que entreguen la formación que su modelo educativo y su comunidad escolar estiman adecuados y no en aquellos impuestos por una ideología que se hace de la coerción estatal para formatear la sociedad según sus dogmas.

Esa batalla intelectual debemos darla por el bien del país, aunque implique esfuerzos y malos ratos. Con justicia alguien podría preguntarnos ¿Qué clase de élite económica y social es aquella que se resiste a asumir sus responsabilidades para con el destino entero de una nación, por no sacrificar la comodidad y relajo que le provee su anonimato?

La respuesta la ofrece nuestra historia reciente con insuperable claridad: una élite que inclina al país por la senda de la disolución social e institucional. Esa misma historia reciente nos enseña también, que aquellos que, con su silencio, han transado progresiva y sistemáticamente sus principios, de modo de no sacrificar su comodidad, eventualmente, han terminado perdiendo tanto lo uno como lo otro.

Muchos de los que estamos hoy en Enade tenemos hijos y nietos que nos sucederán en esta tierra que queremos y es por ello y por ellos, que debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que en Chile impere el dialogo y, junto con ello, nuestro país siga siendo inspirado en los principios de la sociedad cristiana occidental de la que somos parte.

Es muy importante, como acertadamente recoge el lema de esta Enade 2011, el oir la Vox Populis, pero junto con ello, más lo es seguir la Vox Dei.

Cabe concluir con un llamado a la acción, a la defensa de los principios y a ser justos y caritativos con el prójimo, sin dejarse engañar por cantos de sirena.

 

 

Nota: Este artículo corresponde a la presentación que hizo su autor en la sesión “Los Desafíos de la Democracia Representativa” del reciente Encuentro ENADE 2011, Vox populi… vox dei?