Debate sobre alimentación en Chile: This is Ssparta!
Pablo G. Maillet A. | Sección: Educación, Política, Sociedad
Este es el grito que caracteriza la Película “300” estrenada el año 2007, donde se muestra muy bien la ferocidad de los guerreros espartanos. Esparta era un pueblo guerrero. Por ende, su característica principal era la fortaleza física, no tanto espiritual, que se reservó a Atenas, donde se vivía la cultura, la filosofía, la democracia.
En Esparta, hasta las mujeres eran guerreras. Y para alcanzar esa fortaleza física, tenían que entrenarse. Y mucho. Por ello, Esparta no podía darse el lujo de tener, entre sus filas, gordos obesos mórbidos. Éstos, según narran las crónicas, eran, literalmente descartados, no sólo de la guerra, sino de Esparta.
En esa misma línea, Esparta operó de tal modo seleccionando a sus “guerreros”, con una exageración que le permitió ganarse el apodo de “Polis Guerrera”, con un sistema educativo que apuntaba directamente a éste fin: la posteriormente llamada agogé, que consistía, básicamente, en la militarización de los ciudadanos, entrometiéndose, incluso, en la vida privada, dictándoles qué debían hacer, comer, cómo debían dormir, etc. Pero también, con una fuerte masificación, absoluta, de sus ciudadanos. Éstos dejaban de ser individuos, y pasaban a ser, prácticamente, piezas de ensamble: para lograr una ‘buena’ Esparta, debemos colocar a éste acá y a éste otro acá, etc., como quien mueve cosas, borrando, como es de pensar, lo que quedaba de libertad.
Esto no es una apreciación subjetiva. El mismo Plutarco nos dice que quien no pasaba por la agogé –la educación espartana– perdía sus derechos ciudadanos. Y Jenofonte sostenía lo mismo, incluso con mayor claridad, pues para él quien no pasaba por la agogé era de categoría inferior, y no podía optar a cargos públicos. Por supuesto que ésta educación no era, precisamente, personalizada. Todo lo contrario, era para “la masa”. Los niños eran tenidos como conceptos abstractos: “los niños”, perdiendo toda identidad e individualidad. Se educaba a grupos, no a individuos. Por último, esta educación estructurada y masificada, también elitista, era controlada, gestionada, organizada y ejecutada por el Estado.
El período en que aplicaba de éste tipo de educación –si puede llamarse así, teniendo en cuenta que educar implica, necesariamente la libertad del sujeto educado, lo contrario es instruir, mandar, obligar, dictaminar, coercitivo, conductivo, etc. – iba desde la gestación misma del ser humano, hasta su muerte en batalla.
Desde la gestación quiere decir que Esparta adoptó, sin más, la eugenesia, esto es: la idea de lograr niños sanos y fuertes. Claro, no tenían ellos la capacidad tecnológica para modificarlos genéticamente. Eso se volverá a repetir en la historia humana durante los ideales del nazismo. Es Plutarco quien nos narra los hechos. Dice que el niño, apenas nacía, era examinado por los ‘ancianos’ (‘políticos’, diríamos hoy en día) quienes determinaban si poseía la belleza física necesaria y la estructura ósea adecuada para los fines del Estado. Quien no pasaba la prueba, era llevado al “apótetas”. Y así fueron conocidos los niños del apópetas, que eran aquellos que no cumplían con los estándares fijados por el “ministerio” de guerra y salud ciudadana, podríamos decir. El o la Apótetas era un lugar alejado de la ciudad, un profundo barranco que desembocada en el Egeo. No es difícil imaginar qué les hacían ahí, y cuál era, finalmente el destino de éstos niños. En palabras de Plutarco, con ésta medida: “se buscaba eliminar toda boca improductiva”. Claro, los gordos y obesos, o deformes, no eran dignos de Esparta. Eran “costosos”, o “caros” para el Estado. Lo que primaba acá, en tiempos de guerra, era el abaratar costos, y lograr vencer, aunque sea a costa de vidas humanas: lo fundamental es no derrochar.
Esparta era una sociedad que permitía el aborto, la eugenesia, incluso la eutanasia, porque el fin no era la persona humana, sino más bien la victoria. Difícilmente, con todo lo que ha pasado la humanidad desde esa época: el avance en el reconocimiento de la dignidad humana, pero aún así podría pensarse que éste era un ideal noble. Pero sería imposible pensar que sería noble seleccionar a los niños para abaratar costos del Plan Auge.
El argumento más fuerte que sostienen quienes están a favor de dirigir o reprimir la libertad de elección de las comidas de nuestros escolares y universitarios es precisamente éste: los altos costos de enfermedades por hipertensión, obesidad, varices, etc. Todas vinculadas a la gordura.
Me parece que nos estamos preocupando mucho de la alimentación física, que, en definitiva, es más fácil de educar que la ‘alimentación’ moral, que exige un trabajo más arduo, pero más efectivo en la felicidad humana.
Nadie está en desacuerdo con la rotulación. Todos creen que eso es un paso de honestidad. Pero de ahí a prohibir la venta de ciertos tipos de comidas, y prohibir la trasmisión de comerciales de televisión en bloques horarios en que con mayor frecuencia son vistos por niños y jóvenes (durante la tarde), creo que hay un error. No se trata de implantar un Estado que sí se entrometa en la vida privada, en qué comemos y qué no comemos, pero que no se entrometa en, por ejemplo, la vida sexual. Me explico. Por un lado cae la dureza de la ley escrita y del rechazo social a las comidas que “engordan”, pero por otro lado a nadie se le ocurriría rechazar la idea de vender preservativos en las farmacias. ¿Cómo se explica esto? Sencillo. Materialismo. Evitar el costo económico que trae, por un lado la obesidad, y por otro las enfermedades venéreas. Porque perfectamente alguien podrá pensar que el Estado se está preocupando de la salud y la moral de sus ciudadanos: no quiere que sean gordos y quiere que no se enfermen. La verdad es que para ambos casos se necesita una educación verdadera: menos PSU y más virtud moral (templanza en ambos casos). Es la educación ateniense: la Paideia. No vaya a ser que estemos implantando la educación espartana: la agogé. En este sentido, y en este preciso punto, yo prefiero Atenas que Esparta.




