De La Araucanía a Pensilvania: cómo la izquierda perdió a los trabajadores
Pablo Halpern | Sección: Arte y Cultura, Historia, Política, Sociedad
La noche del 16 de noviembre, José Antonio Kast arrasó en Lumaco, una de las comunas más pobres de Chile, con el 46% de los votos. Lumaco está en La Araucanía, región que durante décadas votó por la izquierda mientras esta defendía a los campesinos. Franco Parisi ganó en Ollagüe con el 58% de los votos. Ollagüe es una comuna minera del norte, y las zonas mineras fueron el corazón electoral de la izquierda chilena durante un siglo. En Antofagasta, Parisi obtuvo el 35% y Kast cerca del 18%. Juntos capturaron más de la mitad del voto en la capital del cobre. Esta fotografía revela el derrumbe electoral de la izquierda en sus antiguos bastiones.
Lo que pasó en Chile no es un caso aislado. En Estados Unidos, condados obreros del Rust Belt que votaron dos veces por Obama ahora eligen a Trump. En Francia, las antiguas cuencas mineras que votaban por socialistas y comunistas ahora votan por la extrema derecha. En Hungría, Viktor Orbán construyó su mayoría en pueblos industriales que antes sostenían al Partido Socialista. En Italia, Giorgia Meloni domina zonas obreras que fueron feudos del Partido Comunista. En Argentina, Milei ganó en villas miseria en que el peronismo parecía inexpugnable. Trabajadores que antes votaban por la izquierda ahora lo hacen por la derecha radical.
Un trabajador en un sector popular enfrenta la delincuencia, el desempleo y salarios que no alcanzan. Pero cuando gobierna, la izquierda concentra su energía en reformas que no se alinean con estas urgencias. En Chile, Boric invirtió años en dos procesos constitucionales mientras la delincuencia se disparaba. Kast y Parisi capturaron ese descontento con un mensaje de mano dura en seguridad y migración, conectando con el electorado que la izquierda perdió.
La nueva derecha conecta con los miedos de ahora. Orbán levanta vallas en las fronteras para frenar la inmigración. Trump promete traer de vuelta las fábricas que la globalización llevó a China y México. Milei promete destruir el Estado que los estafa. Kast propone más cárceles y mano dura. Parisi proclama la erradicación de los privilegios de las élites. Son compromisos a menudo ilusorios o autoritarios, pero apelan directamente a lo que importa a millones.
El quiebre de los trabajadores con la izquierda también tiene raíces culturales. Esta es hoy el espacio de profesionales urbanos con educación universitaria. Su lenguaje refleja las preocupaciones de las clases medias metropolitanas. Defiende la justicia climática, la diversidad y el lenguaje inclusivo. Muchos trabajadores no se reconocen en esas agendas. La derecha les habla de orden, seguridad, trabajo y familia. Orbán ganó defendiendo valores cristianos tradicionales. Meloni capturó el voto obrero de antiguas zonas comunistas con un discurso nacionalista.
A esto se suma el estilo. Trump insulta, Milei grita, Parisi es frontal y juega a que no tiene filtro. Bukele tuitea operativos policiales en vivo. Estos líderes dicen lo que la gente piensa, en los términos en que lo piensa. Eso se interpreta como autenticidad.
Se rompieron también las estructuras que unían a la izquierda con el mundo del trabajo. Los sindicatos perdieron fuerza. Los partidos de masas desaparecieron. Las organizaciones barriales se debilitaron. Hoy, los trabajadores se informan por redes sociales, donde prosperan mensajes de rabia. En ese terreno florecen Parisi, Kaiser y youtubers de ultraderecha.
Los resultados del 16 de noviembre cuentan la misma historia. Lumaco, Ollagüe y Antofagasta votaron por Kast y Parisi por las mismas razones por las que los obreros de Pensilvania votaron por Trump, los mineros del norte francés por la extrema derecha, los trabajadores de Eslovaquia por partidos nacionalistas y los asentamientos precarios de Buenos Aires por Milei. La izquierda perdió conexión con los trabajadores. Para recuperar ese vínculo, la izquierda debe volver a los barrios populares. Sin eso, seguirá siendo la expresión política de las clases medias ilustradas, lo que no alcanza para gobernar.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el martes 25 de noviembre.




