“La reivindicación de la violencia”

Felipe Ignacio Díaz Aguirre | Sección: Arte y Cultura, Historia, Política, Religión, Sociedad

El domingo 9 de noviembre, tocó leer en misa el pasaje del Evangelio según San Juan, donde nuestro Señor, inflamado por el estado del templo de su Padre, lleno de mercaderes y prestamistas, arma un látigo y los expulsa, dando vuelta la mesas con la mercancía y el dinero. En la homilía, el sacerdote hizo hincapié en que nuestro Señor no había sido “verdaderamente violento” en este pasaje. Al salir de misa, me quedé pensando en las palabras del sacerdote, ¿acaso nuestro Señor no fue verdaderamente violento? ¿Cómo puede calificarse de otra manera, sino “violenta” su conducta? La Iglesia, con posterioridad al Concilio Vaticano II, parece haber sido infectada de un liberal buenismo que sostiene la violencia como mala en sí, de ahí que surgieran cambios como pasar de “Santo, Santo, Santo es el Señor de los Ejércitos”, a decir “Señor del Universo”, o en el mes de María, de rezar por la “confusión de nuestros enemigos” (aquellos con el corazón endurecido y que negaban la gracia de Dios) a la redundante “conversión” de éstos. Este cambio en la Iglesia, depósito de la fe cristiana, no podía sino transferirse de una u otra forma a los movimientos conservadores de Occidente que alguna vez encontraron fundamento moral en ella, reflejándose en ellos una condena a toda forma de violencia política. Es necesario recordarle a nuestros lectores que fue a través de la violencia que Chile se salvó del comunismo el 11 de septiembre de 1973, por lo que una condena generalizada es insuficiente.

Quizás nuestros lectores, apartados de la vida rural y de las costumbres clásicas, no sepan que el látigo que nuestro Señor armó (“flagellum de funiculis”) es un tejido de cuero que requiere de fuerza física y muchas horas para ser atado. Es decir, nuestro Señor no expulsó a los vendedores y cambistas del templo en un acceso de furia enceguecedora (muy humano quizás, pero impropio e improbable del Hijo de Dios), sino que fue una acción premeditada, medida y calculada, con la fuerza suficiente para no sólo detener el mal sino infligir el miedo en los malhechores mediante el uso (¡sí!) de la violencia.

Mi corazón vaticina un obscuro futuro para Chile, independiente de los resultados de las próximas elecciones. Paseando por las calles de Santiago, “me invade un presentimiento”; como el romano, me parece ver “el río Tíber espumando con mucha sangre”. El desastre de la importación en masa de gente de los países más pobres y violentos de la región, con los cuales no tenemos ningún lazo salvo el idioma, choca ya contra las motas de la República, amenazando con convertir al faro América en otra jungla más del continente. Quien sea que se convierta en el próximo presidente, no sólo en este período, sino en el siguiente también, tendrá que estar a la altura del Ministro o de Manuel Montt.

Puede que usted, estimado lector, no desee ejercer la violencia contra nuestros enemigos, pero de seguir el país el curso que mantiene hasta ahora, la violencia tocará a su puerta lo quiera o no y, de ser ese el caso, más vale que no lo encuentre desprevenido.

Si vis pacem, para bellum. Si quiere paz, prepárese para la guerra.