El delicado tejido de regiones y cultura

Joaquín Fermandois | Sección: Arte y Cultura, Historia, Sociedad

En la tragedia del centralismo chileno (y latinoamericano, como señaló Claudio Véliz) existen responsabilidades en la metrópolis, pero también en las regiones. Es posible que el ideal fuera que hasta el último rincón de Chile, como los pobladores de las islas del sur, en una parte de sus vidas se sintieran en un solo país. Es asimismo un tema global. En las provincias o regiones existen sectores con recursos y hasta voluntad política. Lo que mengua y se desdibuja día a día es una clase dirigente, incluyendo aquella que sea intelectual y culturalmente dirigente, con raíces propias y que a la vez le pueda hablar al país entero, lo que puede ser independientemente de su posesión o su carencia de medios.

La cultura popular tradicional vive y pervive, mas su magnetismo sobre la sociedad depende de la interacción con la alta cultura, las artes, las letras y la difusión de la ciencia, lo que tiende a diluirse por la avasalladora embestida de la cultura de masas, que todo lo envuelve. Es cierto que ha habido una contrapartida, las numerosas actividades culturales e intelectuales que se realizan fuera de Santiago, lo que está muy bien, pero en buena medida consisten en traslado temporal de Santiago y santiaguinos a las regiones.

Si hay responsabilidad de las mismas regiones, se deben encomiar los ejemplos que van a contracorriente. Lo digo porque por años he sido testigo de uno de ellos, notable, la Sociedad de Historia y Arqueología de Aconcagua, que este próximo 7 de diciembre cumple 80 años de existencia. Su alumbramiento se debió a un grupo de vecinos que se movía entre Santiago y San Felipe, y con las décadas llegó a identificarse más con esta última; luego, asentada en esta ciudad, se proyectó como representativa de la zona del Aconcagua. Entre los participantes más activos estuvo uno de los fundadores, Benjamín Olivares, de extraordinaria incidencia; más contemporáneos han sido Horacio Aránguiz, Jaime Lepe, Sergio Jara y la actual presidenta, Adela Cubillos, entre otros. Supieron, además, convocar para tomar parte en sus actividades a un sector representativo de la historiografía chilena, para colaborar en la tarea. Tras ellos hay más de 60 socios contribuyentes, continuadores de 80 años de un esfuerzo titánico para fortalecer el desarrollo cultural autóctono en ese Chile que se halla más allá de la esfera metropolitana.

Su existencia se proyecta también a un museo arqueológico con muestras de la zona que ha sido mantenido por el aporte de los socios, casi sin gozar de fondos públicos, todo construido a pulso. Incluso el museo, que ha debido trasladarse varias veces de sede, cual entidad nómade. Por un tiempo, por falta de recinto, debió distribuir sus piezas entre los socios, hasta que finalmente en años recientes se ha hallado una sede estable con el apoyo de la municipalidad. La institución ha sido desarrollada como museo que permite visitas en horarios regulares en el nuevo local. El museo es producto también de muchas décadas de laboriosidad de arqueólogos locales y de otros provenientes de universidades; y de generosas donaciones de ellos y de particulares.

¿Que todo esto se encuentra alejado de las vitales disyuntivas de estos días? Sí y no. El país no consiste solo en las urgencias del momento. Sin estas fibras íntimas, como el interés cultural surgido de los múltiples rostros que tiene nuestro Chile, no solo sufrirá lo que conocemos como sociedad civil, que es más que la suma de grupos de interés, sino esas arterias que impiden que la sociedad colapse en el barbarismo, como podría ser nuestro caso, aunque los índices comunes pudiesen aparecer satisfactorios.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el martes 11 de noviembre de 2025.