No matar

Gonzalo Ibáñez Santa María | Sección: Familia, Política, Religión, Sociedad, Vida

Como todos sabemos, este precepto constituye el Quinto Mandamiento de la Ley que Dios entregó a Moisés en el Monte Sinaí cuando el pueblo judío se dirigía desde Egipto hacia la Tierra Prometida. Junto con los otros mandamientos, él ha constituido la base moral más profunda en la vida de la humanidad, faro que ha iluminado nuestro caminar por la historia. 

Es lo que han recordado, en reciente declaración conjunta, las confesiones religiosas más importantes del país. Por eso preocupa el debate en que hoy estamos, acerca de un proyecto de ley que autoriza legalmente a matar a una persona inocente, porque estaría afectada por una grave enfermedad y porque esa persona así lo habría solicitado. Es lo que se denomina “eutanasia”. Su fundamento, lo explican en su columna Francisco Covarrubias y Álvaro Fischer: “La libertad de las personas debe incluir el derecho al bien morir. . . Mal que mal la libre voluntad personal debe estar por sobre el Estado”. Pero, si es así, es contradictorio reducir las posibilidades a unas pocas y determinadas causales. Puede, de hecho, haber muchas más y de las cuales cada uno podría servirse para solicitar su muerte. Al final, del mandamiento en cuestión, quedaría poco en pie.

Por eso, desde el comienzo, es importante advertir que no disponemos de esa autonomía para decidir acerca de si continuamos o no con nuestras vidas. Hemos de continuarlas hasta el final, porque todas las vidas son necesarias para el bien de todos. Con la muerte causada tal como lo autoriza este proyecto, no sólo se afecta al propio sujeto que pide esa muerte, sino a toda la comunidad de cuyo bien es factor esencial el bien de cada uno. En definitiva, si cada uno puede dar a su vida el sentido que él quiere, sin tener en cuenta para nada el hecho de vivir en comunidad con nuestros semejantes, se nos conduce simplemente a una situación de anarquía y de enfrentamiento. Y, por lo mismo, corresponde también advertir cómo, de ser aprobada esta ley, se deja a los ancianos y enfermos en una situación insostenible. Desde luego, es inevitable que se sientan responsables porque la continuación de sus vidas puede afectar a los suyos y así, aunque no la deseen, se apuren a pedir la muerte; y, por otra parte, porque no es de extrañar que incluso, desde su propio círculo, comiencen a aparecer voces como ésta: “Acuérdate viejito que tienes derecho a una muerte digna… Apúrate”.

La vida humana la tenemos para vivirla en comunidad y así alcanzar, con el esfuerzo de todos, la mutua perfección. Todas las vidas son necesarias para este propósito y, por lo mismo, la suerte de la comunidad depende antes que nada del cabal respeto que tengamos por la vida humana tanto propia como ajena. Hemos de ayudarnos a bien vivir, porque mientras vivimos, jugamos un papel necesario para el bien común, aun los moribundos. Es universal la experiencia de la muerte de un ser querido y de cuán importante es el vacío que esa muerte nos deja y de cómo el haberlo cuidado hasta el momento final, sin adelantarlo intencionalmente, es factor de paz y de bien para todos. También así se construye el bien común.

El mandamiento No Matar no vale simplemente porque fue enunciado en las Tablas de la Ley; sino porque dispone una conducta esencial para el bien de todos. Por eso, nos corresponde como comunidad estar atentos para apoyar a las familias a las cuales cuidar a un moribundo puede representar un costo inabordable. Es por ahí por donde debe ir nuestra preocupación y, en este propósito, tenemos en Chile un largo camino que recorrer.

Sólo así esa comunidad podrá llamarse auténticamente humana. De cara a la discusión que hoy nos ocupa no podemos entonces sino recordar una vez más el viejo mandamiento: NO MATAR.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el sábado 4 de octubre de 2025.