El fantasma de octubre

Rodrigo Ojeda | Sección: Historia, Política, Sociedad

Olvidar octubre es un riesgo. Han transcurrido seis años y el fantasma sigue presente. Suena bien que no vuelva a ocurrir, pero la amenaza velada de un nuevo estallido es inaceptable, condenable y antidemocrática. La historia reciente interpela y no es sensato esconderla debajo de la alfombra de la desmemoria. A pocos días de las movilizaciones del 2019 ya existían llamados a un bloqueo legislativo, la conformación de una “Asamblea Nacional Constituyente” y la solicitud de renuncia del presidente Piñera. Las movilizaciones fueron diversas y reales, masivas e instrumentalizadas con fines políticos. La seducción guerrillera de antaño volvió recubierta de “protesta social”. No todos condenaron la violencia oportunamente. Para Sergio Micco, “nadie estuvo a la altura”, fue “una crisis política gravísima que puede haber conducido al quiebre de la democracia”, “en Plaza Baquedano llegué a sentir más odio que en marzo del 73”.

Tras seis años se consolida una mirada crítica sobre lo ocurrido y las repercusiones en lo social son evidentes. La violencia no es el camino. Todos se sumaron al desmadre material, moral e intelectual, “todos sentían culpa por algo”, “todos justificaban lo que ocurría”, elaborando coartadas para justificar la violencia cotidiana. Un sector olvidó que la paz social es responsabilidad de todos. Cuidar la paz social es un mandamiento cívico que debemos tallar en piedra y exhibir constantemente. Además de condenar el uso de la violencia y los discursos de odio. Las funas son contrarias a la democracia y a los derechos fundamentales. Hoy, se condena lo sucedido sin asumir las responsabilidades del momento. Debemos revisar las acciones y omisiones del gobierno y de la oposición durante la crisis social de octubre. Desde distintos flancos se alimentó la polarización ideológica y afectiva. Fueron reales la romantización y justificación de la violencia callejera desde partidos políticos. La pulsión generacional y emocional estableció una dictadura de injusticias subjetivas, olvidando que siempre somos responsables de lo que hacemos a pesar de las circunstancias, en palabras del rector Peña. Las certezas subjetivas se transformaron en injusticias y en rabia en contra del orden público e institucional. La caída y toma de La Moneda no fue un delirio.

En el presente, existe una minoría que llama a conmemorar octubre e insiste en la lucha “para romper con el neoliberalismo y su matriz colonial”, según Daniel Jadue. Son creyentes en el odio y el antagonismo social. Son los mismos que defendieron la existencia de “la primera línea”. Nos hicieron creer que era necesaria para defender el derecho a manifestarse pacíficamente. Las capuchas sostuvieron la resistencia y la lucha en contra de la violencia institucional. Fueron renombrados como héroes de la Plaza Baquedano. Además, fueron recibidos con aplausos a su llegada a un foro latinoamericano. Su función, “defender la marcha de la arremetida policial”, mediante “tareas defensivas y ofensivas” en el “campo de batalla” y en los “territorios de conflicto”. Los movilizaba la “desigualdad, la lucha de clases y la disputa del poder”.

No pocos intelectuales aportaron conceptos y elucubraciones. Otros renombraron las plazas, santificaron un perro y llamaron a refundarlo todo. El estallido reflejó una crisis material y espiritual que no ha sido comprendida ni resuelta del todo. Hubo y hay problemas acumulados, expectativas y frustraciones de “promesas incumplidas” en los sectores medios y bajos. La crisis de octubre sobrepasó la política, la democracia y las instituciones. Las protestas multitudinarias fueron reales y un reflejo del descontento. El acceso al consumo y al crédito no resuelve todo lo material e inmaterial. Hay desafíos pendientes en el tejido social y en el bien común. El fantasma nos persigue.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Pingüino el domingo 19 de octubre de 2025.