¿El cierre de una época?

Gonzalo Rojas Sánchez | Sección: Historia, Política

Con el comienzo de una presidencia de derecha en marzo próximo, podría cerrarse toda una época de la historia nacional, la que ha venido desarrollándose durante 35 años, desde 1990 a la fecha.

Ha sido un período de certezas y dudas, de crecimiento y de estancamiento, de paz y de violencia, de transacciones y de rupturas, de izquierdas, centros y derechas. Una de esas etapas históricas en que “ha habido de todo”, como entre 1810 y 1830, como entre 1861 y 1891, como entre 1920 y 1973, momentos históricos tan diferentes de períodos como los que van entre 1830 y 1861, entre 1891 y 1920, y entre 1973 y 1990. En estos últimos, aunque tan distintos entre sí, hubo algo en común: matrices definidas y constantes, gusten o no cada una de ellas.

¿Es posible abrir en marzo próximo un nuevo ciclo de décadas que pueda ser reconocido en el futuro como un cuarto período de gran estabilidad nacional, por supuesto, dentro de los marcos de la legítima discrepancia democrática?

Si se pensara que una nueva matriz definida y constante va a poder eliminar las dudas, las dificultades de crecimiento, la violencia, las rupturas, en fin, incluso a las izquierdas, esa ilusión constituiría una pretensión mesiánica de peligrosa tendencia autoritaria. No, no se trata de eso. Citando a Havel: “Un paraíso sobre la tierra en el cual todo el mundo ame a todos los demás y cada persona sea trabajadora, educada y virtuosa, en que la tierra sea floreciente y todo sea dulzura y luz, en armoniosa resonancia para la satisfacción de Dios… un mundo así jamás existirá; por el contrario, el mundo ha tenido sus peores experiencias con los pensadores utópicos que prometieron todo eso; la maldad se quedará con nosotros, nadie jamás eliminará el sufrimiento humano, el escenario político siempre atraerá a aventureros y a charlatanes irresponsables y ambiciosos”, nos advertía el gran presidente checo.

¿Qué podría intentarse entonces? ¿Por dónde habría que comenzar a construir una matriz de estabilidad y auténtico progreso?

Simplemente, habría que empeñarse en la recuperación de las bases del sentido republicano de Chile: la protección de la dignidad humana, de la familia y de la vida; la probidad y el desprendimiento en el ejercicio de los poderes (de los tres; no solo del Ejecutivo); la imaginación creativa para favorecer el progreso dentro del orden; el respeto a la Constitución, las leyes y las instituciones; el ejercicio decidido del principio de autoridad, aunque pueda implicar fuertes desagrados; la neutralización de la violencia; el despliegue de una educación desde la libertad y para personas libres; la promoción de la cultura y de la historia nacional, de sus tradiciones y de sus costumbres, de las instituciones de la defensa nacional y del territorio; el respeto a la libertad de las conciencias y de las creencias. Y agregue usted otras dimensiones republicanas, siempre que le salgan desde el fondo del alma…

Si la reacción ante la enumeración de estas coordenadas fuera algo así como “demasiado general”, “muy utópico”, “imposible”, “una imposición inaceptable”… sin duda esa persona pertenecerá a la oposición al nuevo gobierno. Y en su derecho estará. Pero si el lector se sintiese conmovido por la posibilidad de comenzar una nueva época a partir de esas líneas fundamentales, deberá además sentirse convocado a trabajar por su realización y consolidación.

 

Consolidación, porque si solo se tratara de un virtuoso paréntesis —para volver después a más de lo mismo—, se habría perdido quizás la última posibilidad de comenzar una nueva época en nuestra historia. Y seríamos más responsables que aquellos que no han contado con esta notable oportunidad histórica.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el miércoles 15 de octubre de 2025.