Dos Charlie, dos medidas
Juan Pablo Zúñiga Hertz | Sección: Arte y Cultura, Educación, Política, Sociedad, Vida
En enero de 2015 un grupo radical de la Hermandad Musulmana perpetró un ataque terrorista contra el estudio donde se realizaba la polémica revista francesa Charlie Hebdo. Dadas sus innumerables tóxicas portadas con sátiras ácidas y de pésimo gusto contra todos, con especial desprecio por la fe, esta revista era –y tal vez aún lo es– una deliciosa fuente de rabias y odios para las izquierdas radicales. Tras el ataque, todos decían en un champurreado francés “Je suis Charlie”.
El pasado 10 de septiembre yo figuraba en el trabajo escuchando de fondo una estación de radio local que toca Jazz, KSDS, cuando las transmisiones fueron interrumpidas anunciando que Charlie Kirk había sufrido un disparo; minutos más tarde anunciaban su muerte. Ni a la hora siguiente, ni al día siguiente he visto nadie diciendo “I am Charlie”; peor aún, comentaban en la radio de grupos de individuos festinando la muerte del Sr. Kirk.
Los políticos decían en interminables declaraciones: “esto [el asesinato] no somos nosotros, no nos representa”. Pensándolo bien, creo que estos políticos estaban equivocados. El asesinato infame de Charlie Kirk representa el estado demencial de la sociedad, en la que ya nadie se sienta a discutir, nadie quiere escuchar. Todos quieren imponer su verdad a cualquier costo. La única diferencia entre nosotros conservadores y las izquierdas radicales –nótese la decencia y el criterio de no generalizar y colocar a todos en el mismo saco– es que nosotros estamos usando la razón y no la violencia.
Escribía en un blog personal una reflexión que me atrevo a reformular aquí. Al examinar los breves debates que tradicionalmente celebraba en universidades de todo el país, se hace evidente la furia con la que muchos acudían a desafiar a Charlie Kirk, intentando demostrarle que estaba equivocado. Sin embargo, tras la derrota aplastante de todos los contrincantes del Sr. Kirk por medio de la razón, muchos de sus oponentes se iban furiosos, ya que discutir con fanáticos es como jugar al ajedrez con una paloma: cuando el pajarraco ve que va perdiendo, pisa el tablero, patea las piezas, defeca en él y se va volando con el pecho inflado proclamando la victoria.
Pero los oponentes de Charlie no eran humildes palomas. Muchos eran almas perdidas. Muchos otros eran jóvenes estudiantes confundidos, secuestrados por fuerzas malignas que se aprovechan de sus inseguridades y frustraciones para transformarlos en bolsas de odio. Pero se puede decir que muchos otros estaban dominados por fuerzas absolutamente perversas y tal vez satánicas.
Nada nuevo bajo el sol, nos recuerda el Rey Salomón. Estos no son tiempos para debilidades y medias tintas, son tiempos para el coraje y para el valor. ¿Vale la pena morir por ideas políticas? La respuesta se la dejo a usted. ¿Vale la pena morir por La Verdad? Absolutamente.




