Hasta siempre, Julio Retamal Favereau (1933-2025)

Alejandro San Francisco | Sección: Arte y Cultura, Historia, Religión

Este lunes 16 de junio, muy temprano, supimos de la muerte de Julio Retamal Favereau. Había nacido en un ya lejano 1933, en el Chile de entreguerras, y falleció pasados los 90 años, en un país muy distinto y que para él se había vuelto también muy distante en diversos aspectos.

Lo conocí durante mis estudios universitarios, cuando asistí al curso de Historia Moderna, en la Pontificia Universidad Católica de Chile, en el viejo y querido Campus Oriente. Era un profesor diferente, entre muchos de gran calidad, y después de un par de clases los alumnos estábamos entusiasmados, temerosos (tenía mal carácter, como reconocía), confundidos, con ganas de saber más, tras ver a un hombre teatral, polifacético, con cierta iconoclastia histórica que contrastaba con su pensamiento tradicional en muchos temas.

Nos cambió de inmediato el modo de explicar la historia universal, con esa lógica que habíamos aprendido desde el colegio: edades Antigua, Media, Moderna y Contemporánea. Explicó el tema y luego, como mister Keating –el maestro de la película La Sociedad de los Poetas Muertos– dijo que arrancáramos esa página (no literalmente, por cierto). Era necesario pensar diferente, o pensar al menos.

Su visión era otra, discutible ciertamente, y se basaba en la historia de las ideas y de la cultura; procuraba armonizar los conceptos de fe y razón que habían dado vida a Occidente, y con ello alimentaron el nacimiento de las universidades, una de las grandes creaciones de la “Edad Media”, o de la Unidad de la Verdad en Occidente, como él prefería explicar. Era una sociedad que permitió armonizar la presencia de santos y sabios, que graficaría con una cita de Santo Tomás de Aquino: “Conviene que la Verdad sea el último fin del universo y que la sabiduría tenga como deber principal su estudio”. Entre otros libros, en ese curso leímos esa maravillosa obra de Johan Huizinga, El otoño de la Edad Media, cuya vitalidad me parece que no ha desaparecido. Es necesario entender que no había una visión idealizada de los siglos XI al XIV, por ejemplo, pero sí un claro deseo de reivindicar sus luces y ponderar adecuadamente algunos logros culturales y en el pensamiento más profundo.

Como corresponde, tras el entusiasmo me decidí a leer su libro Y después de Occidente, ¿qué?, cuya primera edición era de 1981. Recuerdo haber quedado sorprendido y fascinado, a pesar de mi falta de cultura para acometer esa lectura con total provecho, y sin embargo la considero de gran valor en una etapa de descubrimiento de la vocación, enamoramiento de la historia y genuinos deseos de aprender. Unidad de la Verdad, Diversidad de la Verdad, Imposibilidad de la Verdad y la Verdad Indeseable eran las etapas de la historia de Occidente, que en su análisis no se basaba en sucesos más o menos relevantes, ni en gobernantes buenos o malos, como tampoco en fechas de mayor o menor interés. Su preocupación era la Verdad, que ciertamente incluía el conocimiento de Dios y la religión, pero también los temas que tenían que ver con el ser humano y las cosas, todo en ese orden jerárquico. Esos distintos factores habían tenido una evolución compleja, desde el nacimiento de Occidente, que situaba en torno al año 800, con la figura de Carlomagno, cuando confluyeron la tradicional cultural grecorromana, la institucionalidad germana y la dimensión religiosa del catolicismo, propias de la etapa fundacional. A la larga los cambios serían diversos: la Reforma Protestante marcó el quiebre de la unidad religiosa; problemas filosóficos hicieron difícil aprehender la verdad de las cosas; la Revolución Francesa fue una ruptura radical del orden político, que sumó la persecución al catolicismo en su programa. Para él, dichos cambios fueron dolorosos, muchos de los cuales terminaron por expresarse durante su propia existencia, como se expresó en diversos aspectos en la década de 1960, en algunos problemas asociados a efectos negativos de las tecnologías o bien por el triunfo apabullante del materialismo.

Posteriormente fui su ayudante de cátedra, en el curso Historia de la Cultura de la Universidad Gabriela Mistral, que él dictaba junto con Nicolás Cruz. El programa permitía comenzar con los griegos y romanos y luego pasar a la historia occidental, a través de una continuidad clara en muchos aspectos y con los cambios que son propios del acontecer histórico.

Hace unos cinco años, don Julio me invitó a almorzar en su departamento del barrio El Golf. El objetivo era conversar sobre la posibilidad de publicar una nueva edición de su mencionada obra clásica Y después de Occidente, ¿qué? Me pedía que me hiciera cargo de ese trabajo, lo que asumí como un honor y con gran gusto. Al terminar nuestra reunión me dijo: “Este será mi último libro”. Finalmente la obra apareció en 2020, permitiéndole disfrutar un momento importante en sus últimos años de vida.

Poco después yo comencé un programa en radio Agricultura, que se titula Historia, libros y banderas. Julio Retamal estuvo en el primer grupo de invitados, precisamente para conversar sobre esa obra. En el programa –que se puede ver por y escuchar a través del canal YouTube de la radio o en Spotify– pudimos ver al mismo profesor de siempre, aunque más cansado. Al final reivindicó lo que había tratado de hacer durante décadas. No se jactaba de haber hecho clases o libros, tampoco de sus diez mil alumnos, pero sí quería dejar claro algo: había enseñado con un sentido, esperaba que las personas pudieran buscar dentro de ellas y en “la columna maravillosa que nos lleva a Dios”, todo aquello que vale la pena, sobre lo perecedero y meramente material.

Discípulo del padre Osvaldo Lira, se marcha solo unos meses después de Juan Antonio Widow, un filósofo de la misma tradición. Ambos aparecen en el libro que hemos mencionado, con un reconocimiento que añade a Ricardo Krebs, Mario Góngora y Jean Michel Faure.

Se va cerrando una época en la historia de la cultura y del pensamiento en Chile. Seguramente, como en otros tiempos, no se interrumpirá la posta, y lo que esas generaciones entregaron al presente será transmitido con decisión y fidelidad. Julio Retamal Favereau ha muerto: hasta siempre.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el domingo 22 de junio de 2025.