Teología Política y la misión de Rusia en la Historia

Cristián Garay Vera | Sección: Arte y Cultura, Historia, Política, Religión, Sociedad

No hay ninguna duda que la cuestión rusa y su problemática inserción y relación con Occidente no es algo nuevo. Osvaldo Lira SS.CC., filósofo chileno, figura consular de tradicionalismo católico chileno e hispanoamericano, publicó en 1949 un ensayo intitulado “Misión de Rusia, según Soloviev”, estudio preliminar del libro Rusia y la Iglesia Universal (Sol y luna E.P.E.S.A.) de Vladimiro Soloviev (1853-1900), intelectual ruso fallecido a los tempranos cuarenta y siete años. El texto, con ligeras variaciones, hizo de estudio preliminar a la edición del libro analizado, y está fechado en Madrid en 1946. Hay que tener en cuenta que la colección pertenecía a una editorial argentina, cuyo editor era Juan Carlos Goyeneche, el célebre nacionalista argentino e influyente en Perón, y que se basaba en el original francés titulado La Russsie et l’eglise Universelle, traducida por el Instituto Santo Tomás de Aquino, Córdoba, República Argentina, a pesar de que EPESA significara Ediciones y Publicaciones Españolas S. A. El escrito fue incluido además en el texto español La Vida en Torno, publicado por Ediciones Revista de Occidente en 1949, al parecer por intercesión del hijo de Ortega y Gasset, y reeditado en 2004 por Centro de Estudios Bicentenario en Santiago de Chile. De ahí que se puedan observar variaciones respecto de algunos juicios temporales, especialmente de la valoración del papel del ejército soviético en la victoria final. El estudio preliminar o prólogo del Padre Lira sobre el texto de Soloviev fue republicado varias veces y además modificado por su propia mano.

Soloviev fue uno de varios importantes autores rusos que desde la ortodoxia fustigaron la deriva liberal y luego revolucionaria de Rusia. Han sido autores importantes en el pensamiento nacionalista ruso con posterioridad a la caída del comunismo: es el caso de este autor, pero también de Ilyín o Berdiayev. En medio de la crisis producida por la caída del zarismo, el texto de Soloviev vuelve a ser leído como una reflexión de largo plazo del futuro del mundo ruso en la historia mundial.

Y a propósito de este libro el Padre Osvaldo inicia su texto recordando el enigma del mundo ruso, que surge de a poco en la historia, hasta adquirir una fisonomía con Pedro el Grande y despegar desde la posición de retraso y periferia hasta constituirse en un poder real. Rusia ha sido desde ese momento una potencia, que ha discutido su propio lugar en el mundo consciente, que no es de suyo europea sino una potencia tendida entre dos continentes, con un sesgo euro-asiático. Por ello nuestro autor reflexiona que a “toda etapa de unificación nacional han de suceder siempre otras de aspiraciones imperiales” y Rusia no fue la excepción. La nación euroasiática ha sido un desafío para el resto de Occidente y Europa, tiene algo de periférica respecto de Europa, su afán imperial siempre ha sido temido y algo de razón hay si se medita la frase del Zar Alejandro III, tras la derrota napoleónica al decir, frente a los resquemores británicos, que  “Rusia no tiene amigos. Temen nuestra inmensidad. Solo tenemos dos amigos en los que se puede confiar: nuestro Ejército y nuestra Armada”.

Esa Rusia, dice al final Osvaldo Lira, es el Estado que venció en la II Guerra Mundial: “Es el, principalmente, [el que] que venció al Tercer Reich, conquistando de ese modo para sí propio la hegemonía en el Viejo Mundo”, y mantiene a lo largo de su historia el carácter de imperio. En el texto español el Padre Lira no se refiere, ni usa el nombre de la Unión Soviética, sino el de Imperio ruso, lo que da cuenta que su visión de Rusia es de largo aliento, en la cual la fase comunista es solo una de las muchas formas de la identidad rusa. En el prólogo de la obra utiliza la expresión “comunista” que debe haber parecido una simplificación a la luz de las modificaciones que introduce en su lectura, cuando a todas luces interpreta al sovietismo como un episodio temporal en la larga duración de la civilización rusa. En suma, parafraseando al autor, habla de la Rusia eterna y su rol en la civilización y cristianismo ortodoxo.

Ahora bien, el texto trata sobre un libro eminentemente teológico que tiene lecturas subyacentes sobre el papel histórico concreto de Rusia. Para el Padre Lira, la ortodoxia de Soloviev no merece reparo alguno de los especialistas, por lo cual se puede analogar teológicamente el papel ruso al español. Pero Rusia tiene un papel central en el Cisma cristiano, un equívoco inicial (junto con el cirílico) que separa irremediablemente a Rusia de occidente y del papado. Soloviev, de otra parte, luchó por la convergencia de las dos Iglesias del cristianismo (Católica y Ortodoxa) y defendió a los eslavos católicos, especialmente a los polacos, de la rusificación.

En lo temporal, el Padre Osvaldo defiende la idea de que el papel histórico, concreto, de Rusia es evidente en su ámbito geográfico. Esto incluye la afirmación de la fe ortodoxa frente a la católica y frente a ese mundo católico con el que limita en Polonia, parte de Alemania y entonces Austria-Hungría. Al mismo tiempo observa con admiración que Soloviev quisiera retornar a una Cristiandad unificada, aun cuando su posición fuera minoritaria en su época y en la actual.

Aunque sean reflexiones teológicas, que aluden a un posible papel en la historia de la salvación, el Padre Osvaldo observa que hay un devenir concreto en el cual Rusia por su extensión e importancia juega un papel capital, querámoslo o no. Por eso la atención por la posible conversión de Rusia de sus errores, que reincorporaría a este país al seno de la corriente principal del desarrollo católico, aunque quizás en el contexto cuando nuestro autor escribe de esto se referiría puramente a la salida del ateísmo oficial.

Pero en el análisis de la esperanza por el retorno de Rusia a la fe secular, también está su desarrollo histórico específico. Y parte de este acervo nacional se refleja en la idea de papel ruso en el mundo, que como en otros connacionales, el autor chileno lo caracteriza, “como buen ruso”, de “mesiánico”. Un rol central que es más sorprendente, pues ―como argumenta Lira― sin tener un designio entre un pueblo y su Creador, las atribuciones dependen más de la conciencia de su participación en el cumplimiento de la historia de la salvación que de una suerte de mandato. Lira precisa, “la única convicción aceptable de tipo mesiánico para un pueblo no elegido de antemano por lo que es, es hacerse elegir por lo que haga”.

Para el Padre Osvaldo tanto España como Rusia hicieron prevalecer el precepto de Mateo XI, 12, que el Reino de los Cielos “solo los violentos lo arrebatan”. Esta sorprendente exégesis explica su comprensión ―semejante al ímpetu misional español― pero la matiza al rechazar la tesis de Soloviev en torno a la necesidad de un brazo armado estatal para expandir la fe, es decir, su tesis de la necesidad de “una masa enorme y compacta de Imperio”. Este aspecto es para Lira sorprendente, porque no relaciona misión religiosa e imperio: y esa situación no podría explicar para él el papel decisivo de seis millones de españoles en la expansión de la Cristiandad, frente a dieciséis millones de franceses y más de veinte millones de alemanes en el siglo XVI. Aquí la “masa”, el número, no tiene la llave de la explicación. La insistencia de Soloviev en el tema de imperio nace, para Lira, del “desconocimiento absoluto de la realidad espiritual hispánica”: “Era España, en efecto, la única nación que en el Occidente europeo podía erguirse, limpia la frente y serena la mirada, ante la organización política de la santa Rusia”. De este modo, a su juicio la incomprensión de Soloviev frente a Rusia surgía del desconocimiento de las fuerzas espirituales que aun pese al escaso número de españoles explicaban la misión en América y Filipinas, y que excede las fuerzas del Estado español.

Lo que sí es cierto es que España como Rusia frenan el camino del mundo moderno y la descristianización. Para Lira, Lenin, el líder comunista,  cierra el ciclo de Richelieu y la lógica de “la vida moderna”, es decir la Ilustración, consolidando “el haberse erigido como norma suprema de todo orden político la negación radical de la trascendencia humana” en Occidente. La Santa Rusia aparece ahí como una excepción que contrasta con Occidente ilustrado y descreído, que solo tiene en España y Austria-Hungría un tipo semejante en su espíritu de concepción política y religiosa. Pero España es ignorada, y Austria-Hungría fue adversaria geopolítica de Rusia. El fondo espiritual acumulado por Rusia le permitió  a su vez sobrellevar la invasión alemana, pese al papel disolvente de la anarquía espiritual del régimen existente (Stalin).

Soloviev aquí presenta respecto de Rusia dos géneros de disquisiciones. Los vaticinios históricos sobre un colapso espiritual de Rusia, y la concepción teológica de la Iglesia Ortodoxa sobre Rusia. A este aspecto Lira le dedica el grueso de su estudio a la centralidad de Rusia en sentido profético, conforme Soloviev expone su convicción acerca del rol de auxiliar del Templo (la Iglesia) de parte de Rusia. Para el Padre Osvaldo, la idea de que el Templo requiere para su plenitud de la acción del Estado es bastante peculiar, porque sugiere que sin Estado el Templo está desarmado (con lo cual la Iglesia queda relegada a un rol meramente auxiliar). En la verificación dinámica del tiempo histórico es “el Estado cristiano o el cuerpo vivo de Dios” el que debe completar esta misión de Rusia. De ese modo, dice Soloviev, la Iglesia y el Estado se manifiestan en nosotros con los aspectos divino y humano.

Destaca el Padre Osvaldo el sentido mesiánico que es peculiarmente ruso y está fundado sobre la convicción de la misión de Rusia en el mundo eslavo. Soloviev considera a la Santa Rusia “la nación predestinada por la Providencia”. La tesis de la III Roma pervive en el imaginario ruso y se complementa actualmente en la idea que su acción temporal detiene el tiempo hacia la consecución de los tiempos finales, sirviendo de dique frente al fin del tiempo, la tesis del katechon de san Pablo: el imperio temporal que tiene un rol concreto en la persistencia de la fe, aun cuando fuera relativamente tardío, como el Imperio Romano y su conversión.  

Y el argumento de Soloviev es  el cumplimiento de la tarea de salvación, “El estado cristiano, lo que Solovief denomina la Iglesia en cuanto cuerpo viviente de Dios, viene a ocupar así en la mente del gran ruso la posición excepcional de tránsito desde el templo de Dios hasta la esposa de Dios, con lo cual estas dos últimas realidades quedan a su vez constituidas, por lo mismo, en principio y término, respectivamente, de un gigantesco movimiento histórico: el de la Humanidad predestinada en marcha hacia su divinización. La historia universal se nos viene a revelar bajo esa luz como el proceso de integración de la Humanidad en la Deidad. ¡Visión de sublime grandeza!; ¡Cuán luminosa se nos aparece ahora la misión del Estado cristiano, del cuerpo viviente de Dios! Colaborador necesario de la Iglesia considerada como unidad jerárquica o sacerdotal, la unidad regia recibe por misión fundamental plasmar lo que puede ser plasmado, el elemento humano, para con ello, como principio pasivo, hacer fraguar la esposa de Dios. Llegamos aquí a la plena justificación a priori del pensamiento de Solovief”.

Pero, en definitiva, Rusia es un imperio, un modo integral de vida. Frente a la pluralidad de la Monarquía hispánica, a la vida activa de los cabildos, a la diversidad de formas políticas en su interior, hay descentralización versus la autocracia del zarismo, y siglos de sumisión ante la autoridad que no podía siquiera pensar en un texto como Fuenteovejuna para desafiar al poder injusto. Igualmente, el Rey de las Españas nunca se consideró una figura sacral, si bien hay una misión religiosa del imperio español, pero no se considera un pueblo escogido o elegido de Dios, ni suplanta a Roma en su papel salvífico. España se subordina con multitud de pueblos y culturas a un rol, si se quiere imperfecto, de la salvación, donde hay españoles héroes y villanos en la evangelización, pero no una concepción uniforme de Estado avasallador. El Estado es par de la Iglesia, está a su servicio, pero no es la Iglesia como tal. Hay una distancia entre la visión teológica y la práctica concreta con su rusificación de otros pueblos y religiones. Por eso mismo se desliza la idea que el Comunismo es la continuidad de las prácticas de subordinación ante el Estado sin proveer para la realización y salvación personal. Y de eso da muestra la expansión del Estado ruso que emerge desde las estepas extraeuropeas. Se percibe, dice el Padre Osvaldo, “es el rumor mismo de sus victorias, aviso bien elocuente de que en la inmensidad de las llanuras orientales se ha alzado un nuevo poder político, con el cual deberá contarse de ahí adelante, y que, al correr de tres siglos escasos, acabará por suplantar a los occidentales en el predominio europeo”. Así entre el temor y la expectativa salvífica hay espacio para la comprensión y la distancia en el Padre Lira. Es que por civilización y religión (católica) tenemos un concepto de la salvación y del papel del Estado distinto, que además no refiere al calificativo de pueblo elegido a otro que por primacía no sea el judío. En otras palabras, hay admiración por ciertos aspectos de la civilización y estado ruso, pero también hay disidencia de su papel auto atribuido de Tercera Roma y de su rol concreto entre los pueblos centro y este europeos. Esto lo explica diciendo que cualquiera sea la forma del imperio ruso, su concepción es distante de la Hispanidad: “la cultura rusa no es la nuestra, ni su concepto fatalista de la existencia tiene algo que ver con la de mundo occidental, por cuya razón deberemos mirar siempre a la nación eslava en sí misma con entera prescindencia del régimen político a que estuviere sometida, como radicalmente peligrosa para nuestro ser histórico”. Sobrenaturalmente, Rusia nos incumbe para “rescatar de sus manos de comunismo las verdades que se encuentran en sus manos contra toda norma, porque son todas ellas patrimonio inalienable de cristianismo”, pero todo ello para oponer “al fatalismo de la estepa y a su desprecio absoluto de la trascendencia humana, el concepto católico de la vida” de humanismo español en su más perfecta realización, a los ojos de Lira.

El texto de prólogo a la siguiente edición de la obra de Soloviev fue algo distinto y enfatiza el tema del comunismo, diciendo: “La cultura rusa no es la nuestra. El pueblo ruso no ha sido plasmado al calor de la cátedra de Pedro, lo cual es más que suficiente para que tratemos de defendernos y nos defendamos incansable y tenazmente de su influjo. Ahora que, para impregnar de eficacia nuestra defensa, la debemos montar en nombre no de ideologías metafísicamente insostenibles, que por serlo han mostrado ya también su completa inutilidad en el orden de lo histórico, sino recurriendo a los principios eternos del Único que dijo —porque era el único que podía decirlo— yo soy la Verdad. Contra la seducción de Rusia, los cristianos tenemos dos trabajos fundamentales por realizar: el primero, rescatar de manos del comunismo las verdades que son patrimonio inalienable del cristianismo, numerosas, por cierto; el segundo, rechazar categórica, decidida e inapelablemente la actitud vital comunista, recordando con San Pablo algo que los cristianos de la actualidad hemos olvidado: que nuestra conversación está en los cielos”.

Como se ve, con posterioridad el Padre Lira extiende este último juicio más allá del comunismo, aspecto que el autor ruso no podría haber adivinado porque estaba fuera de su ámbito existencial. Al contrario, Soloviev tiene cierto optimismo acerca del poder, del sufrimiento y de la anarquía. El Padre Lira no comparte ese supuesto aspecto purificador de la experiencia revolucionaria. Aunque Rusia y España tienen similar influencia y papel en sus esferas, el mundo eslavo y el hispánico, se percibe que la impronta del catolicismo eleva al individuo por sobre el colectivismo y el fatalismo del ambiente ruso, y que configura identidades distintas, pronunciándose el autor por el España con su carácter que conjuga fe y realización humana. Con todo lo valiosa y rica de la civilización rusa es otra mirada, muy alejada de los valores católicos hispanos que superpone en su perspectiva histórica y teológica. La Civilización Católica se puede concebir sin imperio, sin un Estado central, en cambio la Civilización Ortodoxa, cualquiera sea la denominación concreta de Rusia, asume siempre la forma de imperio ruso en un espacio político concreto, donde todo se centraliza como antaño era la idea del zar.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Suroeste el martes 3 de junio de 2025. La ilustración fue realizada por José Ignacio Aguirre para Revista Suroeste.