Liberalismo y libertad
Gonzalo Ibáñez Santa María | Sección: Arte y Cultura, Educación, Familia, Historia, Política, Religión, Sociedad, Vida
En reciente columna publicada en este medio, don Álvaro Briones comenta un nuevo libro de Hernán Larraín Matte La derecha liberal sí existe. Para este último, el liberalismo, “En un sentido político, implica abrazar los valores de la democracia liberal; en un sentido social, implica generar las condiciones sociales para que la cuna no determine el destino de las personas; en un sentido económico, implica apostar por las fuerzas creativas de la competencia en el libre mercado; en un sentido cultural, finalmente, implica aceptar y valorar el pluralismo ético de la sociedad como vehículo de progreso”. Como comenta don Álvaro, tales propósitos pueden ser compartidos por gente ubicada en sitios muy distintos en el espectro político. La cuestión es la de saber cuál contenido se les puede atribuir. Es entonces que comienzan las diferencias.
De hecho, el nombre liberalismo se ha convertido en un verdadero comodín en el lenguaje político contemporáneo. Con él se designan realidades muy distintas y aún contradictorias; por eso conviene detenerse en él y ensayar ciertas precisiones en torno a su significado. El nombre es acuñado a mediados del siglo XVIII. Lo es a partir del nombre “libertad”, pero agregando a ésta un atributo que la hacía enteramente novedosa. La libertad, hasta entonces, era un atributo de la personalidad en virtud del cual cada uno era dueño de sus actos. Con el ejercicio de la libertad podían producirse frutos muy estimables; pero, asimismo, daños muy severos. Por eso mismo, cada uno era responsable de sus actos. La libertad necesitaba de gobierno personal para hacer el bien y evitar el mal. En cambio, para el liberalismo, tal como fue inicialmente definido, si la persona hace el mal, daña a otra o simplemente yerra, es porque esa persona actúa bajo una determinada coacción; es decir, porque no es libre. Es el hecho de verse impedido de ejercer la libertad lo que provoca todas esas consecuencias negativas.
Por eso, se comenzó a invocar el nombre de la libertad para producir levantamientos sociales en la certeza de que triunfando la “libertad” todos los demás problemas se iban a acabar. Fue el caso paradigmático de la Revolución Francesa de 1789. Pero, los problemas siguieron donde mismo y, aún, agravados: el baño de sangre que se descargó sobre Francia fue simplemente horrible.
Por eso, en definitiva, si corresponde rescatar un concepto es el de libertad, dejando de lado la desmesura del liberalismo, al menos la del concepto original. La libertad individual es un poderosísimo instrumento de progreso, porque detrás de ella está la creatividad de cada uno. Clausurar espacios a la libertad significa precisamente cerrarlos para esa creatividad y, por ende, para el progreso social.
Pero es indispensable tomar conciencia acerca de cómo la libertad, mal gobernada, se puede convertir en instrumento de destrucción y de daño social. La libertad es así factor de crecimiento, pero puede serlo de destrucción. Por eso, es menester subrayar el primer paso del acto libre cual es el de reflexión y de estudio para conocer cuál de todas las alternativas entre las que elegiremos es la más adecuada para alcanzar el fin de nuestra perfección. Libertad sin racionalidad es camino de extravío y de perdición. Es lo que ha sucedido con la libertad política en nuestro país: al emplearla sin reflexión, ella nos ha conducido a una situación de colapso.
Nuestra perfección la alcanzamos en tanto miembros de una comunidad política como es la nación. El bien de cada uno es así una proporción dentro del bien común. El que cada uno alcance esa proporción es el objetivo final de la acción política y de la virtud de la justicia. Esta pasa a ser así la virtud eje de la vida social. Es a ella entonces a la cual debe orientarse prioritariamente el ejercicio de la libertad.
En definitiva, es en este contexto que debe abrirse a esta última un amplio campo: reflexión, como primer paso; decisión, como segundo paso; y responsabilidad, como conclusión. Y, eventualmente, sanción si el ejercicio de la libertad ha acarreado daño. Así, la libertad se convierte en el motor más eficiente del progreso humano.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el sábado 7 de junio de 2025.