Entre el rendimiento de la Roja y el devenir del país

José Tomás Hargous Fuentes | Sección: Arte y Cultura, Historia, Política, Sociedad

El jueves recién pasado tuvimos un nuevo partido de las Eliminatorias CONMEBOL para el Mundial de 2026 a realizarse en América del Norte. En estas Clasificatorias Chile ha tenido un rendimiento paupérrimo, esfumando nuevamente las opciones de acceder a la cita mundialista. Pensaba que la situación de la Roja es una especie de reflejo del devenir del país en el ámbito político. 

Si bien evidentemente no hay una relación causal entre ambos procesos, sí pueden establecerse algunas semejanzas interesantes, a tal punto de que se pueden proponer algunos diagnósticos comunes. De hecho, la última década ha sido un fracaso para el país tanto en lo futbolístico como en el acontecer político, y ha sido la continuación de un período exitoso.

Recordemos que la Selección, desde la llegada de Marcelo Bielsa (2007) hasta la salida de Juan Antonio Pizzi (2017) del banquillo de la Roja, fue uno de los períodos más exitosos de la Roja. En esos diez años se produjo la llamada Generación Dorada, una síntesis entre una generación talentosa con una buena conducción, que se expresó en una atractiva forma de jugar, con la que nos planteábamos de igual a igual ante los más grandes del mundo, y cosechamos una cantidad sorprendente de éxitos deportivos, clasificando a dos mundiales consecutivos –en los que se alcanzó nuestro desempeño desde 1962–, siendo el único momento de la historia con títulos –dos Copas Américas, el subcampeonato de Copa Confederaciones y la amistosa China Cup–. También fueron años en los que les ganamos dos finales a Argentina, eliminamos a la España campeona del mundo y a la Portugal de Cristiano Ronaldo, y alcanzamos un inédito tercer lugar en el ránking FIFA. 

En cambio, desde la llegada de Reinaldo Rueda, ningún director técnico ha logrado reeditar aunque sea alguno de esos logros deportivos. Por el contrario, cada entrenador se ha dedicado a dilapidar el capital conseguido durante los años de la Generación Dorada, tratando de inventar la rueda –valga la redundancia– y renegando de la idea de juego que hizo a esta Selección una de las mejores del mundo, incluso, jugando sin una idea y un estilo claramente definido. Si en el caso de Reinaldo Rueda era clarísimo, en Ricardo Gareca es quizás más fuerte. Ambos creían que estaban haciendo un trabajo fantástico y no decían que no entendían por qué los resultados no acompañaban su excelente trabajo.

En el plano político y económico, los últimos años del Régimen Militar, la Concertación y el primer gobierno de Sebastián Piñera (1985-2013) fueron los más exitosos de la historia, donde rozamos el tan anhelado desarrollo. Además, gozamos de estabilidad política, autoridades obedecidas y respetadas, había un sano entendimiento entre gobierno y oposición, teníamos buenas políticas públicas y sociales que disminuían la pobreza, las reformas eran para mejorar y no para hacer de nuevo, las instituciones funcionaban, logramos una integración económica con todo el mundo, un país seguro y tranquilo, etc. La lista puede seguir. En definitiva, éramos el “mateo del curso”, a quien todos querían copiar –aunque le tuvieran envidia–.

Los diez años siguientes han sido exactamente lo opuesto: una constante destrucción de las instituciones, unas reformas que su único fin fue desarticular el modelo que nos llevó a lo más alto que jamás pudimos llegar, una corrupción desbordada, una inmigración descontrolada y un crimen campante, con delitos nunca antes vistos. Mientras tanto, nuestros gobernantes viven en un país de fantasía, creyendo que la situación nacional está de maravilla. Todo esto en una situación zigzagueante, donde cada gobierno intenta desarmar lo que hizo la administración anterior, a la que se le echa la culpa de todos los problemas. Eso, sumado a que tenemos una oposición incapaz de comprender qué tiene que hacer, y unas instituciones que cada una está peor que la anterior, con la dignísima excepción de la Contraloría General de la República.

No hay que reflexionar mucho para darse cuenta de la analogía. Un período excepcionalmente exitoso dio paso a uno excepcionalmente fracasado, sin claridad de adónde queremos ir, y de cómo salimos de esta profunda crisis. Pienso que en situaciones como ésta lo mejor es mirar por el retrovisor. La historia es siempre una gran consejera, y en este caso nos muestra claramente qué hay que hacer y qué no hay que hacer. 

El ejemplo de los años inmediatamente anteriores a la última década no deja espacio a interpretaciones: tenemos que hacer lo posible por volver a ese conjunto de cualidades que nos hicieron exitosos. No basta con volver a una retórica de los acuerdos –que no sirven de nada si tu interlocutor quiere destruir lo que tú quieres salvar–, sino que se necesita una nueva forma de hacer las cosas. Necesitamos un Presidente con autoridad, que sea respetado y obedecido, unas instituciones que actúen cuando se las requiera, unos políticos virtuosos y respetuosos del Estado de Derecho, unas reformas que reencaucen el rumbo de este barco llamado Chile hacia la senda del progreso integral, por medio de la recuperación económica y de la seguridad.