Del porqué de los tatuajes
Gonzalo Rojas Sánchez | Sección: Arte y Cultura, Religión, Sociedad, Vida
Uno de los fenómenos masivos más llamativos en las nuevas generaciones es el tatuaje… son, los tatuajes… incluso, la casi completa desaparición de la piel visible bajo la tinta negra o multicolor. Y si bien circulan vetustos ejemplares tan llenos de arrugas como de tatuajes, es ciertamente la generación sub 40 la que exhibe un mayor número de sujetos marcados con el grafiti corporal.
¿Qué explicación hay para tan extraña costumbre, la que parecía unos pocos años atrás solo practicada por lejanas tribus?
Una manera posible de entender el fenómeno es la siguiente. El tatuaje –los tatuajes– es una modificación del cuerpo, realizada desde el exterior, con escaso o nulo aporte del sujeto pasivo (excepto el costo de la intervención), con el afán de ser admirados por el portador y por quienes interactúan con él o con ella, y con pretensión de que sea un cambio definitivo que exprese originalidad en las formas escogidas. “El tatuaje me cambió para bien de una vez y para siempre”.
Esas marcas reemplazan así el empeño por modificar el alma y las conductas que de ella emanan, lo que exige un gran esfuerzo desde dentro, es decir un aporte decisivo del sujeto (y no hay precio en metálico que pueda sustituir ese combate), con el afán de identificarse con un modelo (en las religiones, con Dios) que, al reflejarse en el sujeto, pueda ser imitado por otros, con la convicción de que el cambio no será nunca definitivo, sino solo gradual y de esfuerzo permanente.
O sea, el tatuaje que “mejora” el cuerpo, hace olvidar con facilidad la necesidad de esforzarnos por cambiar el alma y toda la propia vida.
Me temo, eso sí que, con el paso de las décadas, el tatuado mira su piel adulterada y siente repugnancia, mientras que el que se ha esforzado por cambiar el alma, observa que su interior aún está herido, pero, a pesar de eso, con gratitud sigue esforzándose por mejorar.